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    Ella

    No me podía creer lo que me estaba pasando. Mi vida nunca había sido un derroche de alegrías y diversión, sino más bien una continuidad algo monótona a la que me había ido acostumbrando casi sin darme cuenta.

    Pero todo cambió. Ella lo cambió. Apareció sin saber de dónde y transformó mi existencia por completo. Desde el momento en el que la conocí, la vida tomó un nuevo sentido. Tenía ganas de salir a la calle, ver a la gente, estar con ella, tomarnos una bebida en cualquier terraza… ¡qué sé yo!. Todo me daba igual con tal de estar con ella.

    Aún recuerdo el primer día que fui a su casa. Vivía en una céntrica calle de la ciudad, en una casa de esas con grandes pasillos y techos muy altos en los que rebotan los crujidos producidos al andar.

    Por lo visto, su familia fue muy importante años atrás e invirtieron su pequeña fortuna en diversos inmuebles por toda la ciudad. La casa en la me encontraba, la compró su bisabuelo hacía más de ochenta y cinco años, permitiendo vivir a sus abuelos y a sus padres antes que a ella.

    Tomé la costumbre de ir todos los días al anochecer para estar un rato juntos y charlar sobre cualquier cosa. Estaba tan a gusto, que se me pasaban las horas como si fueran minutos. Ella nunca quería que me fuera y cada despedida era una larga serie de mimos y tristes susurros, sólo aliviados por la certeza de nuestra nueva cita al día siguiente.

    Uno de los días llegué más tarde que de costumbre. Me extrañó no ver luz desde la calle, y pensé que ya se habrían acostado. Aún así, decidí subir para comprobar si se oía movimiento en el interior.

    Entré en el ascensor y pulsé el botón para que me llevara hasta la tercera planta. Éste, inició su movimiento de forma errática y brusca, haciendo que me agarrara accidentalmente al pomo de la puerta interior, abriéndola.

    Comprobé que me había quedado entre dos pisos, sin poder salir por ningún sitio. Traté de mantener la calma y volví a cerrar la puerta del ascensor. Justo en el momento en el que pulsé de nuevo el botón del tercer piso se produjo un cortocircuito y la luz se fue al instante. Asustado, tardé en reaccionar unos instantes hasta que me di cuenta de que estaba atrapado en la más absoluta oscuridad.

    De nuevo, procuré no perder los nervios y analizar la situación de una forma racional. Poco a poco, mis ojos se fueron acostumbrando a las tinieblas y ya era capaz de vislumbrar algo a través de los pequeños cristales de la puerta interior, aunque sólo perfiles deformados por los biseles y grabados con los que se decoraban interiormente los ascensores de la época.

    Miré hacia arriba a la vez que pedía auxilio en un intento de dirigir mi voz hacia el exterior de la cárcel de madera en la que me encontraba. Grité varias veces sin obtener ningún resultado satisfactorio. Empecé a ponerme nervioso pensando que tendría que pasarme allí toda la noche y me decidí a pulsar todos los botones del panel para tratar de hacer funcionar en cualquier sentido al maldito ascensor.

    Al pulsar uno de los botones, se oyó un crujido seco y el artefacto se tambaleó levemente. Volví a pulsarlo varias veces hasta que conseguí que aquello se pusiera en marcha de una vez por todas. Por fin, inició un descenso lento, que fue tomando velocidad poco a poco.

    Pese a la oscuridad reinante, me dio la sensación de que el ascenso no había sido tan prolongado, y que sin duda debía haber pulsado la planta sótano y que a ella me dirigía. Me quedé perplejo cuando comprobé que lejos de pararse, el ascensor seguía tomando velocidad y se zambullía en una negrura total, lo que me produjo incontrolables escalofríos. Sólo con la sensación de descenso, ya que era incapaz de comprobarlo visualmente, intenté calcular la distancia que estaba recorriendo. Debía llevar muchísimos metros, cuando la velocidad empezó a disminuir rápidamente. Con un golpe seco, el ascensor se paró y las puertas se abrieron violentamente hacia adentro, haciendo saltar todos los cristales en pedacitos y obligándome a cubrirme el rostro con los brazos para protegerme.

    Tirado en el suelo, y casi sin atreverme, fui abriendo los ojos a la vez que ponía mis manos por delante por miedo a lo que me pudiera encontrar. Una oscura luz roja inundaba todo el entorno. Me encontraba en una especie de gruta, de la que sólo veía lo que me permitía el hueco en el que antes estaban las puertas del ascensor.

    No me atrevía a salir, y esperé unos instantes para confirmar que no se oía ruido alguno. Viendo el estado en el que había quedado el ascensor, comprendí que no me quedaba más remedio que avanzar, ya que de poco me serviría quedarme allí quieto.

    A gatas, salí despacio mirando en ambas direcciones del pasillo en el que me encontraba. No había señales de ningún tipo de iluminación y sin embargo, se podía ver perfectamente. La extraña luminiscencia, daba a todo una aterradora tonalidad roja que hacía que el lugar pareciera el mismísimo infierno, si es que no era eso en realidad.

    Tras un momento de duda, me dirigí hacia la izquierda, ya que parecía que se iniciaba un pequeño ascenso. Me fijé en la pared, de la que manaba una sustancia viscosa que le daba un aspecto pegajoso, lo que pude comprobar unos metros más adelante cuando encontré unas extrañas criaturas pegadas a la pared. Eran masas informes con varios tentáculos cortos y anchos, que se movían torpemente a la vez que emitían unos ridículos sonidos agudos.

    Seguí andando por la caverna, esquivando a aquellos seres patosos y lentos, cuando de pronto, unos de ellos cayó desde el techo cogiéndome desprevenido. Inmediatamente, se deslizó a mi cara con una rapidez inusitada, agarrándose con los tentáculos a mi cabeza y cuello. Sentí una quemadura en la cara que me hizo reaccionar con furia. Cogí al asqueroso animal por dos de sus tentáculos y tiré de él con todas mis fuerzas hasta que conseguí despegarlo de mi rostro.

    El animal despedía ahora horribles chillidos que me hacían pitar los oídos, y me escupía una repugnante sustancia que al contacto con la piel me levantaba enormes llagas que me hacían gritar de dolor, Conseguí quitarme de encima a la bestia y salí corriendo de allí. En la locura de aquella carrera de horror y asco, tropecé y caí por un estrecho pasillo que me condujo hasta una especie de salón inmenso repleto de estalactitas y columnas naturales que sostenían el negro techo abovedado.

    El aspecto era bastante distinto. Las paredes estaban totalmente secas y la luz reinante se había tornado amarillenta.

    Empecé a flaquear. No entendía nada de lo que estaba pasando y era incapaz de comprender cómo era posible de que allí, en plena ciudad, y ante la ignorancia absoluta de todo el mundo, existiese un lugar tan fantástico como ése totalmente inexplorado.

    Me encontraba sentado, mirando al suelo con la cabeza entre las manos, cuando sentí un aire helador y vi una sombra delante de mí.

    Instintivamente, salté hacia atrás como si me hubieran lanzado con un resorte mecánico.

    Tumbado sobre la espalda, tratando de incorporarme como podía, me quedé paralizado al contemplar aquella visión.

    Un grupo de nueve o diez mujeres, entre las que se encontraba mi amada, se encontraba levitando ante mí a unos dos metros por encima de mi cabeza. Sus vestidos, de colores negros y azulados, eran como enormes capas de aspecto vaporoso. Sus cabellos negros como el carbón se movían constantemente debido al viento helador que las envolvía.

    Empezaron a gritar y a reírse dando vueltas alrededor de mí. Sus chillidos ensordecedores eran horribles. No podía ver más que parte de sus vestidos envolviéndome y cegándome. De nuevo empecé a correr para intentar librarme de ellas, cuando noté cómo me cogían por la cintura. Rápidamente, me elevaron hasta una terraza natural a unos diez metros de altura.

    Me dejaron en el suelo, y cuando me di la vuelta para defenderme, encontré a mi amada mirándome cálidamente con una sonrisa en sus labios. A pesar de ser una mujer joven, ahora me lo parecía mucho más aún. Sus ojos irradiaban un brillo increíble y su apariencia era esplendorosa. Me tranquilicé.

    Abajo, podía ver cómo las demás seguían riendo y bailando al son de sus propios cánticos. Sonriendo, me hizo un gesto para que me callara y me cogió de una mano a la vez que sentía cómo me elevaba de nuevo. De pronto, me encontré a una velocidad vertiginosa a través de pasadizos y túneles. Reconocí el pasillo en el que se inició mi aventura y ascendimos rápidamente por el hueco en el que antes se encontraba el ascensor.

    Cerré los ojos por miedo a chocarme contra las paredes de mi alrededor. Al instante, sentí una deceleración tan fuerte como lo fue el inicio, y me encontré sentado confortablemente en un sillón de la casa de aquella increíble mujer.

    Ella me miraba con la misma expresión que tenía en medio de aquel aquelarre fantástico del que había sido testigo, pero con sus ropas y sus cabellos de siempre. Sólo pude abrir la boca como muda súplica de una explicación a lo que viví aquella noche.

    Sigo estando con ella. Soy feliz. Ella me cuida y yo cuido de ella. Ella me lo explicó. Y yo lo entendí. Ella me explicó que debíamos llevar una vida especial, y que el resto de las personas podían no entenderlo demasiado, por lo que es mejor no contárselo. Y yo pienso igual. Y soy feliz. Con ella.

    Autor: Al-azraz

    Publicación May 14, 2022
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