El libro
En sus manos llevaba el tomo.
A lo lejos, la horca.
Se acercó lentamente a ella mientras arrancaba las hojas una por una.
De sus labios brotaban decenas de palabras de alguna plegaria antigua.
Levantó la vista hacia la cuerda enroscada y, cuando la rozó con la
mano para colocarla a su altura, la cara se le retorció en una extraña
mueca de terror.
El libro, deshojado, yacía en el suelo junto a su dueño, como un perro que continuase fiel a su amo incluso después de la muerte de éste. En su camino dejó tras de sí cientos de hojas con manchas de sangre ya reseca. Impregnadas de sangre. Impregnadas de muerte.
El ojo dorado que tapizaba la vetusta cubierta de aquel ejemplar diabólico, observaba con risueña curiosidad las actividades del sacerdote que estaba a punto de quitarse la vida. Éste se colocó la soga alrededor del cuello. En su mano derecha sostenía un crucifijo plateado manchado de lodo y sangre, al igual que su harapienta sotana.
Con su mano libre sujetaba el nudo corredizo y tiraba de él hacia arriba para apretar aún más la cuerda contra su anciano cuello. Cuando creyó la maniobra ya completada, se abalanzó al vacío desde el taburete en el que se había subido y, con lágrimas en los ojos y un hilillo de sangre saliendo por su boca, el padre Jacob dejó de pertenecer a este mundo.
El ojo que le miraba desde el suelo se cerró con un párpado salido de
la superficie de la cubierta. Y unas palabras susurradas desde el
interior de los restos del libro, eran dirigidas al pendulante cuerpo
de Jacob.
Fueron palabras pronunciadas bajo la más estentórea de las risas.
-¡Descanse en paz, padre Jacob o, al menos, inténtelo!.
II
Cora Redmans pareció despertar de una pesadilla cuando al fin cerró el libro en el que había leído aquella cosa tan horrible. ¡Por el amor de Dios, ¿cómo puede alguien escribir cosas como estas?!. Cora, escandalizada, pensaba en mil y un motivos por los que se debía censurar aquella publicación. Pero bueno, al fin y al cabo fue ella y no otra persona la que eligió el instrumento de lectura para aquella tarde de tormenta que había estallado sin previo aviso. No se imaginó en ningún momento que el libro podía ser de terror. Bastaba la rápida lectura de su titulo para alejar toda macabra idea de la cabeza. El titulo era corto y simple, quizás demasiado: “EL LIBRO”, se llamaba aquel libro. Dios, que redundancia tan grotesca. Parecía querer almacenar en su interior toda la inimaginable sabiduría contenida en los millones de libros publicados antes que él. Increíble y aberrante intromisión la del autor.
Pero… ¿qué autor?, no venía su nombre por ningún sitio. Ni tan
siquiera el tan socorrido “ANÓNIMO”.
Cuando Cora compró aquel libro en la tienda de antigüedades de la
esquina, no prestó atención a ninguno de aquellos irrelevantes asuntos.
Ahora la curiosidad la mordisqueaba crecientemente.
Empezaba a gustarle aquel asqueroso tomo. Por sus gruesas y fuertes
cubiertas, su escasez de hojas que hace más ávida su lectura, su
atrayente color negro, el marcado relieve de la tapa principal…
-¿Marcado relieve?, ¡pero si cuando lo compré me fijé que tenía las
cubiertas exageradamente lisas!
Cora se detuvo a contemplar aquella ilustración buscando una respuesta
al misterio y, sin pretenderlo se quedó hipnotizada frente al gran ojo
dorado que había surgido de la nada.
Aquel ojo estaba vivo, tenía el brillo característico.
Cora asintió con la cabeza sin dejar de mirar la portada. Se levantó de
la silla lentamente y se dirigió a la cocina. Cogió un cuchillo al azar
de un cajón, lo levantó sobre su cabeza y, con las dos manos, lo hizo
descender velozmente y sin dilación hacia su vientre.
La sangre, fresca y humeante, salpicó la estancia. Las escasas gotas
que cayeron sobre el libro fueron absorbidas casi inmediatamente por
éste.
El ojo se cerró y de entre las hojas volvió a salir aquella risa
sobrenatural.
Y volvió a decir lo mismo que la vez anterior.
Y volvió a reír.
III
Gerald Born cerró el libro de un golpe.
Puso su mano en la cubierta y tocó el ojo.
Emitió un gorgoteo y se quedó paralizado por el horror.
IV
¿Aún no sabes quien es el siguiente? Pues abre bien los ojos.
Abre bien mi ojo.
FIN