Después de una relación tormentosa, de sufrir el duelo de la pérdida, salgo a la circulación de nuevo; recorriendo bares, muchas copas, mujeres y sexo. Sabía que una relación como aquella no volvería; que más da. Muchas amigas de una noche, muchos compañeros de juerga para olvidar y volver a empezar.
Mi vida empezó a transcurrir de noche. En el día las resacas y la falta de sueño no me alejaban de la oficina, cumplía como un ejecutivo mediocre que a las seis de la tarde vuelve a nacer. La ruta era interminable, un bar, una discoteca, otro bar, una mujer, otra discoteca, otra mujer: Algunas eran bellas, otras inteligentes, gordas y flacas, mientras más lugares visitaba y más tragos tomaba, menos importaba, si eran o no, lo único que necesitaba era trasnochar.
En una de esas noches interminables, en un bar como cualquiera de esta inmensa ciudad, con un absolute en la mano, no pude evitar escuchar la conversación de dos tipos, que hablaban alto, exaltados, sin ninguna restricción:
- Son fabulosas. Cuando las vi en la barra eran como una visión: La rubia, es muy alta, sus piernas son torneadas y largas las cuales deja ver con una diminuta falda negra, tacones altos y mucho perfume. Se ríe, como si no prestara atención a su alrededor, sin embargo cada vez que pasas junto a ella te mira con una profundidad, que parece que te arranca el alma… La otra, pelirroja con caderas anchas y pequeña cintura, que acentuaba con un vestido negro largo muy ceñido, se ríe, se contonea y juega con el que se deja. Cuando te mira, sientes un escalofrío correr por todo el cuerpo. - Siempre pensé que las Pengard eran un mito, ese tipo de mujeres no existe, no andan de juerga toda la noche, no existen en los bares.
- No te las puedes imaginar, hermosas, sensuales, toman champaña, bailan y se comportan como si no hubiera nadie en el lugar.
- ¿Estas seguro que las viste?
- ¡Carajo! te lo estoy diciendo, ¡eran ellas!
Sin darme cuenta estaba totalmente metido en la conversación; ellos notaron mi interés, pero bueno, ¿a quien no le van a interesar dos mujeres así? como sucede en una noche de juerga me integre a la conversación.
- ¡De que carajos estas hablando!
- ¿Cómo que de que? Acaso no revientas en esta ciudad, ¿o qué?
- Claro que reviento pero desde hace poco tiempo.
- Mira brother, este cabrón tiene meses buscando a las Pengard: son dos hermanas que les gusta trasnochar, están casi siempre en algún bar de moda, gastan mucho dinero, y son muy cachondas. Dicen que te embrujan, que te atrapan, son grandes amantes, y una vez que caes en su cama te volverías su esclavo, es más, podrías matar si ellas lo pidieran. Bueno eso es lo que se dice en los antros, yo nunca las he visto, es más, nunca he conocido a alguien que las conozca o las haya visto alguna vez. Según este cabrón, él las encontró.
- Si son reales ya me oíste, son increíbles. Tuve esa suerte. ¡Carajo yo las vi!
- ¿Qué hiciste?
- No pude hacer nada. Las miraba, pero no tuve la fuerza para acercarme, es más, podría decir que sentí miedo, me sentí pequeño. Era su frialdad, su indiferencia, esas caderas, esas piernas el perfume que las envolvía; ¿qué sé yo? No supe que hacer…
- ¡No puede ser! Pareces nuevo en esto. Yo no las he visto, es más no sabía ni que existían, pero si te puedo asegurar que el día que las vea voy a comprobar ese famoso mito.
La noche siguió sin ninguna diferencia con las anteriores, aquellos dos terminaron siendo mis grandes compañeros de borrachera, muchos tragos, algunas mujeres, que de ninguna manera se parecían a las míticas Pengard, un poco de sexo desenfadado y llegar a casa al amanecer. La historia de aquellas dos, por alguna razón no podía salir de mis pensamientos. Representaban lo que cualquier hombre en su sano juicio desea conquistar. ¡Qué diablos hay que hacer para tenerlas!
Los días fueron pasando y todo aquel relato se fue diluyendo en mi cabeza, la vida siguió corriendo, y como suele suceder en estos casos conocí a Sofía; bonita, educada, de una respetable familia. Alguien conveniente para establecerme, llevar una vida tranquila, y porque no formar una familia.
Sofía no representaba la pasión o la locura que se cuenta en las novelas, pero no me desagradaba, era el equilibrio, la estabilidad, sexo seguro, ternura y alguien que seguramente se apoyaría totalmente en mi. Decidimos casarnos, no puedo negar que la idea me lleno de una especie de felicidad amarga, de esperanza, sabía que era lo correcto, lo que se esperaba de mí.
Pero un vacío, un anhelo lejano de desenfreno me embargaba. Mañana sería el día; mi boda, estaba en la cama contando las horas cuando me entro el último arranque, tenía que correr mi última parranda. Era agosto, la noche estaba templada más obscura que de costumbre, un poco húmeda. Llegue alrededor de las dos de la mañana a la “Planta” un lugar de moda, que por alguna razón en mis tiempos de reventado no conocí.
Esperaba en la puerta entre mucha gente, cuando el personal de seguridad se empezó a movilizar, “el hijo de algún político” pensé:
- Oye ¿Qué está pasando? ¿Quién Llegó?
- Hay Señor, las reinas llegaron.
Como un relato de una mala novela de televisión, bajaron de un ferrari blanco dos mujeres extraordinarias una rubia y otra pelirroja, “por Dios son las Pengard”. Las trataban como reinas, besaban y abrazaban a las personas de seguridad, quienes hipnotizados por sus encantos, las escoltaban al interior del lugar.
La descripción que me habían dado de ellas era exacta. Bellas, femeninas, sensuales, el olor a sándalo y lavanda nos baño a todos, y de pronto antes de que cruzaran la puerta la pelirroja me miro, y sentí escalofrío, no sabía que hacer o que decir, me había mirado estaba seguro.
Tenía que hablar con ellas, sería la mejor despedida de soltero que la vida me pudiera ofrecer. Tarde en entrar, pero estaba ansioso, loco, desesperado, no quería que nadie las viera, les hablara. Dentro del lugar había mucha gente, humo de cigarro, luces muy bajas de velas, el ambiente cargado, miraba al rededor cuando mi vista se cruzó con la de la rubia, me estaba mirando, lo sabía, parecería que leyera mi mente, me invitaba a acercarme, la pelirroja también me miro fijamente y el tiempo pareció detenerse. Estaban paradas en la esquina de la barra, vestidas de negro, una de ellas, la rubia con una pequeña falda, que dejaba ver sus torneadas y largas piernas con altísimos tacones, su pelo era largo, lacio, lo movía y jugaba con el. La otra, la pelirroja con caderas obscenas con un vestido largo, pegadito al cuerpo como un guante y por supuesto altísimos tacones.
Vaya para ser hermanas no se parecen nada, y al mismo tiempo podrían ser la misma, piel muy blanca, la boca muy roja, uñas muy largas, poco maquillaje y mucho perfume.
Me acerque con cierta excitación “será cierto lo que se dice” “me estarán invianto a acercarme” y sin querer, con la cabeza vuelta loca, tropecé con una de ellas…
- Perdóname.
- ¿Qué te perdone?
Dios. Con esa respuesta que podía hacer. Todo estaba perdido, me descontrole, me sentí fracasado, toda aquella ansiedad se volvió en mi contra, como el cazador que asusta a su presa.
- Zelsa no seas tan dura, mira la cara que ha puesto el pobre hombre.
- Tienes razón… Soy Zelsa y ella es Aldonsa
- Yo soy Rafael - No podía hablar. No podía moverme, estaban frente a mí, y sin exagerar, podría jurar que me estaban seduciendo, eran sus ojos, los movimientos, sus cuerpos se acercaban y se alejaba del mío sutilmente, que sé yo. - Vaya, parece que has visto un fantasma,
- ¿Quieres tomar algo?
En ese momento se acerco el dueño del lugar como un cachorro deseando ser mimado, un tipo alto y bien parecido, que nunca se percato de mi presencia.
- ¡Que gusto que hallan venido!, como ya es tarde pensé que hoy no vendrían.
- Amor, como no vamos a venir, nunca te hemos fallado.
- Lo de siempre…
Ellas nada más sonrieron y el tipo se movió inmediatamente para traer una botella de Dom Perignon rosado. Todo el lugar las miraba, las mujeres las odiaban y los hombres no podían ocultar su deseo, se podría decir que el lugar olía a sexo mezclado con su perfume. Volvieron a mirarme y me dieron una copa, yo no lo podía creer, estaba petrificado, pero ellas parecían saberlo todo.
- No me digas que tú también has creído todas esas tonterías que se dicen de nosotras.
- Aldonsa ¿cómo crees? Rafael no puede creer esas tonterías. Los vampiros y las brujas no existen. - ¿Cuáles vampiros? ¿Brujas? Se dice que ustedes son las diosas de la sensualidad, del erotismo y créanme no son tonterías miren a su alrededor, todos están como perros. Tienen vuelto loco al lugar.
- ¡Ah! Es eso… ¿En verdad lo crees? No me había dado cuenta. Zelsa vamos al “Perverso” nuestro amigo está muy tenso.
- ¿Al Perverso? ¿Qué es eso?
- Un lugar sensacional, te va a encantar, la música es alucinante y ahí nadie nos nota, es como si no estuviéramos.
Eso era difícil de creer, pero no importaba. Sin pensar las seguí; en ese momento no podía controlarme, me sentía fascinado, embrujado por sus olores, por sus miradas, ni siquiera podía ver a donde me llevaban, pero no tenía importancia, quería estar ahí, con ellas.
El Perverso no era más que uno de esos bares alternativos, con mucha gente de pelos de colores, bocas negras, perforaciones y tatuajes. Verdaderamente nadie las noto, pero tampoco era un lugar adecuado para ellas. Parecían no encajar, pero ellas se movían como pez en el agua, seguras, altivas y sabiendo de antemano sus alcances.
- Querido Rafael, cuéntanos, cuál es tu historia.
- Tú nos llamaste, nos buscaste. Ok, aquí estamos.
- Dinos, ¿ahora qué?
- No entiendo, de que hablan, esto es una casualidad, yo ni siquiera creía que existían.
- Claro Rafael… todo esto es una casualidad.
- Di lo que buscas, hoy es tu noche de suerte. Esta noche puede ser tuyo todo lo que pidas.
No dije nada, sentí un miedo incontrolable, ¿Quiénes eran? ¿Porqué me decían esas cosas? ¿Qué querían? En ese momento Zelsa empezó a besarme, mientras Aldonsa me acariciaba con demencia. La boca, el cuello, aquellas piernas largas me rodeaban, eran las dos, su cuerpos, sus perfumes, la música, las luces, quería salir de ahí, correr, gritar, pero no lo hice. En verdad la noche estaba dando principio.
Han pasado tres meses después de aquella noche. Sofía y yo nos casamos como estaba previsto, pero nada ha sido como lo había planeado, no resisto su olor, no soporto su vulgar e insípida presencia, desde la primer noche no he podido tocarla, su respiración, su piel, me dan asco. Todo ha cambiado, desde aquella noche duermo todo el día, perdí mi trabajo; me miro al espejo y no me reconozco, he perdido tanto peso, que parece que cada día voy muriendo poco a poco. Siento su presencia, las oigo reír, huelo sus perfumes, siento sus besos, sus caricias. Ahora vivo desesperado trasnochando, las invoco, las llamo, las busco en los bares de esta inmensa ciudad. De vez en cuando escucho a algún iluso hablando de ellas.
Por eso cuento mi historia, no son un mito, recorro las obscuras calles gritando sus nombres y ruego por que me encuentren y terminen lo que esa noche empezaron.