Por Juan Antonio Aguilar Herrera
Ulises lo ha estado esperando por semanas. Sentado en la oscuridad del estudio ruega por que hoy venga. Le gustaría volver a aquellos días en que podía elevar una oración, esos días quedaron muy atrás.
Al ir ganando el mundo fue perdiéndose a sí mismo. Todo lo que construyó se irguió sobre las ruinas de su propio mundo, un mundo que hoy se resumía a un solo habitante, un solo tesoro, su más preciado, su hijo.
EL reloj marcaba las 12, este era el momento. No necesitaba pronunciar su nombre, Él siempre acudia sin ser llamado, pero esos eran los buenos tiempos, hoy dudaba que se acordara de él, y solo acudiría a reclamar su paga.
Ulises le pidió el mundo, y él se lo dio. Él le pidió la eternidad, y Ulises se sacrificara.
En ese tiempo no significaba nada. Hoy después de haber perdido todo, ya no contaba con ella, pero podría pelear por recuperarla.
Una sombra cruzó el ventanal. Sin tocar el cristal, sin tocar el suelo… Ulises pensó que ni siquiera la luz podía tocarlo, Una túnica negra le daba forma humana, pero posiblemente nunca la ha tenido.
Una voz humana dijo te he estado esperando, a lo que una voz bestial replico ya sabias que vendría. Ulises sintió miedo y a la vez alivio, es el momento de la liberación y a la vez el de la condenación.
Él le traería lo que hacia tiempo había perdido, una opción. El precio, él ya lo sabia, pero su experiencia le decía que siempre podría negociar. Y aunque es su ultimo trato querría salir triunfador. Esta vez su victoria seria a la vez su derrota y otro seria el que disfrute de su ultimo triunfo.
De por debajo de la túnica apareció una mano que asemejaba a la de un cadáver arrancado a los buitres en pleno festín. Al ser cruzados por un solitario haz de luz, otra mano tomo la forma de una garra y dio un giro en un ademán que solo significaba algo, quería su paga.
Ulises tembló y trastabillo. Pidió un trato. ÉL siempre le dio opciones y Ulises esperaba una mas, esta vez la ultima. No hubo contestación. Un cadavérico dedo al aire indicaba silencio al hombre. El amo se imponía al esclavo.
Una garra se poso sobre el hombro de Ulises. Le indicaba el camino a seguir. Algunos pasos humanos y estaban frente al espejo. Una imagen se entretejió en la penumbra, un infante durmiente aparecía en la ventana de plata.
Ulises se negó, el precio era muy alto, la opción era inaceptable. El impulso de correr a proteger al pequeño nació dentro de él. Una garra en su otro hombro lo contuvo y le obligo a ver que solo había dos opciones, pero el resultado era inevitablemente la esclavitud.
La negación fue su primer paso, la ira y la tristeza vinieron después.
Y antes de la aceptación llego a él la ultima pizca de hombre que había en su corazón. Tomaría su responsabilidad esta vez y aunque fue engañado en un pacto injusto, él pagará.
Trato de ver a la bestia a los ojos y solo encontró oscuridad bajo la negra capucha.
Trato de ver sus labios moverse al hablar y solo encontró un vacío.
Ulises acepto pagar con su alma. Para la bestia era el precio pactado, pero para el hombre la deuda era aun mayor.
Una sombra le dio la espalda y advirtiéndole su destino se encamino al ventanal. Un ademán de su cadavérica mano indicaba esta vez que todo había acabado. Cruzo el ventanal sin tocar el cristal, sin tocar el suelo. La túnica negra se desvaneció en la luz que provenía del exterior, el pago estaba por hacerse.
El hombre volvió a estar frente al espejo. Podía ver al mismo tiempo al culpable, al negociador y al fracasado. Su nombre no seria recordado a pesar de todo, su deuda al hombre no seria pagada, solo olvidada.
Una sombra cruzó el ventanal, rompiendo el cristal y cayendo al suelo.
Varias mas entraron por el umbral y pudo ver el brillo de unos ojos vacíos que apuntaban hacia él. Tres dedos de fuego penetraron su pecho, uno mas en el vientre. Una voz lo llamo por su nombre.
EL hombre venia a cobrar su paga, una sombra con disfraz de hombre seguramente observaba en la penumbra. Era el pago hacia el hombre, su castigo por traicionar, solo un tramite para consagrar su derrota, un ajuste de cuentas.
Manos humanas lo tomaron de los hombros y lo mantuvieron de pie al momento que pudo oír su nombre entre palabras acusantes y llenas de ira. Pudo ver la cara de la bestia humana frente a él, y casi pudo ver la suya reflejada.
Un sentimiento de frío se poso en su sien y miles de ideas, preguntas y respuestas se esparcieron por la oscura habitación. Quizá su vergüenza lo puso de rodillas antes de que su cabeza cayera entre sus manos simulando plegaria.
Una bota en el costado se apiado de él y o quito de la penosa posición.
Escucho risas y burlas entre insultos que ya no le importaban. Una risa que le resulto hiriente parecía salir de debajo del suelo, bajo de él.
Las sombras atravesaron el ventanal, partiendo desde el suelo y rompiendo el cristal remanente y lo dejaron solo una vez mas en la habitación. Ya no esperaba a nadie, ya no rogaba por nada, no tenia intención de elevar una oración.
En una parte de su cabeza aun estaba el infante durmiente, la despreocupación habitaba este rincón y el amor que aun quedaba prevalecía sobre él. Pidió a su nuevo amo que su legado fuera intocable y finalmente abandono su traje de hombre y llego al lugar donde purgaría su condena.
El tesoro inviolable pregunta por su padre a media noche, no obtiene respuesta y en su sueños ve al hombre que siempre conoció y que solo existió para él.