La campanilla de hojalata tintineó por encima de la puerta.
Van Gor levantó los ojos del bolígrafo que bailaba entre sus largos dedos; el hombrecillo entró lentamente arrastrando sus piececillos por la moqueta, pese a lo lentamente que se cerraba la vieja puerta tuvo que hacer un movimiento con el hombro para no golpearse. Van Gor reprimió una risilla al ver a personaje tan excéntrico: embutido en una gabardina, un ser enjuto que apenas se elevaba a 1’50 sobre el suelo, escondía un rostro arrugado bajo el cuello levantado del abrigo, su calva brillaba bajo los tubos de luz que albergaban a miles de polillas
en el techo, el poco pelo que le quedaba apuntaba hacia el cielo, enredado como el de un vejo loco.
-Buenos diasss caballero- con un gesto apaisado invitó al hombrecillo a sentarse -¿qué desea, quizás una corona de flores, una ceremonia en recuerdo de un ser querido?.
-Es mi mujer la que necesita de sus servicios- se acercó a la mesa y apoyó sus pequeñas manos entrelazadas sobre la mesa; Van Gor dibujó en su cara una de las expresiones de falsa condolencia que solía extraer de su amplio catálogo-… cuando nos casamos no tenía importancia que yo tuviera 20 años más que ella, todo funcionaba muy bien… pero el tiempo me ha castigado y ya no puedo darle lo que ella quiere… -a medida que hablaba parecía desinflarse en el sillón-… es muy atractiva, ella dice que me quiere… pero yo sé que no ¡oh si! yo sé que cuando me voy ella se acuesta con fuertes jóvenes que la hacen gozar, y eso es muy duro.
-De verdad lo siento, pero lo que usted tiene que hacer es recordar los buenos momentos que han compartido -arrugó la frente con un aire de comprensión que el hombrecillo despreciaba con su desidia-. Bueno señor, ¿y como quiere que sea la ceremonia?
-No escatime en lujos, quiero lo mejor para ella- un fajo de billetes arrugados apareció mágicamente en su bolsillo- lo mejor para ella… si.
-Bueno señor, haré que no olvide este momento -mientras hablaba cogía rápidamente el dinero- solo tiene que rellenar este formulario… tome.
El hombrecillo cogió el papel y lo rellenó rápidamente, apoyándose en la palma de su mano.
-Tome, ya está- se levantó, estrechó débilmente su mano, que
desapareció dentro de la de Van Gor y se dirigió a la puerta.
-Espere señor… -Van Gor se levantó del asiento con el papel en la mano- ¿a qué hora falleció su esposa?.. no lo ha puesto, es importante.
El hombrecillo miró al reloj que colgaba polvoriento en la pared
durante unos 5 segundos.
-Bueno, son las cuatro y media… póngale dentro de una hora, supongo que me dará tiempo a llegar a casa.
Van Gor se quedo petrificado viendo como la puerta se cerraba y la pequeña figura desaparecía entre la lluvia.
FIN