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    El profeta de la muerte

    El Profeta de la Muerte

    “Los últimos serán los primeros”

    Era una tarde gris para el olvido. Una de aquellas que se dan a menudo en Lima y que son blanco de la crítica: “Ni el sol cumple con su deber”, “todos estaríamos mejor si no fuera porque esa bola de fuego se rasca su enorme panza anaranjada en vez de salir a trabajar”.

    Pero Euclides disfrutaba. Sabía que el sol no podía brillar siempre. Era la única persona feliz en toda la ciudad. Nadie lo entendía. Del colegio lo botaron por estar alegre, el Servicio de Inteligencia lo acusaba de ser cómplice en la desaparición del sol, los apocalípticos decían que era el tercer anticristo, las monjitas se espantaban de su actitud hereje; finalmente, su padre lo castigó por ser la vergüenza de la familia.

    Pero Euclides seguía disfrutando. Todo parecía estar funcionando a la perfección.

    Al caer la noche, habían llegado a su casa quince quejas de los profesores, Euclides se había convertido en el hombre más buscado de Lima, los apocalípticos oraban pidiendo su salvación, las monjas rogaban a Dios que no le permita al hereje contaminar sus almas y su papito lindo lo había castigado con ciento veintisiete años sin salir de su cuarto más trece latigazos porque los paparazzi no lo dejaban dormir.

    Pasaron unas cuantas horas y los primeros rayos de luz ya empezaban a dar color a un nuevo día. Era una mañana de sol radiante. Hoy nadie se podría quejar de la ausencia del astro.

    De un momento a otro, el sol odiado se convirtió en sol amado.

    ¿Y Euclides? Ya nadie se acordaba de él. Era chisme del pasado.

    Día nuevo chisme nuevo. Se corrió el rumor de que había nacido un perro con cinco patas. La gente comenzó a volverse loca. Los científicos decían que la quinta pata era un claro signo de que los perros estaban evolucionando más rápido que los hombres.

    Unas viejas aseguraban haber visto a la mamá perra pasar por debajo de una escalera el día anterior al parto. En cuanto al dueño del polémico can, guardó a su animal en una caja fuerte y contrató doce guardaespaldas para que lo cuidaran de los ladrones de fortunas. Es que un coleccionista francés, que coleccionaba especímenes extraños de países exóticos, había ofrecido una millonada por el perro cinco patudo.

    Todo era un despelote, un caos total. La cosa se puso aún peor cuando a alguien se le ocurrió recordar que un profeta medioeval había anunciado:
    “El perro de cinco patas traerá una cola de sangre”. Esta noticia causó pánico. Se produjo una ola masiva de suicidios.

    Había colas de gente que se peleaba por tirarse de los puentes más altos, el valium se agotó en todas las farmacias, la importación de balas y revólveres de corto alcance se incrementó notablemente y el libro “mil maneras de suicidarse”, que sólo había vendido una copia desde 1896, se convirtió en “Best Seller”.

    Para orgullo de todos los peruanos, en poco tiempo se había formado el cerro de muertos más grande del mundo. Lima se quedó con un solo habitante. Euclides, el profeta, disfrutaba de cada vida que la gente sorteaba, vendía o regalaba. Recién cuando vio morir al último suicida, pudo dormir tranquilo. Misión cumplida.

    Todo había funcionado a la perfección.

    (Risas)

    Publicación November 11, 2021
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