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    El proyecto

    EL PROYECTO

    La música llena el lugar, no, más bien la música tapa mis oídos de escuchar cualquier otra cosa que en realidad no quiero escuchar.

    Trabajar de noche, yo solo en aquella casa no era precisamente lo mejor que me había sucedido hasta ahora; ya habían pasado dos días desde que me habían contratado para echar a andar la red y el sistema de la empresa del Lic. López, firma que se dedicaba a la consultoría en contabilidad y que estaba ubicada en una casa muy vieja, heredada por el Lic. y que se encontraba en la colonia Del Valle.

    Era una de esas casas viejas con un portón impresionante de madera al que llegabas después de haber cruzado un jardín oscuro lleno de enredaderas y repleto de arboles mal cuidados. El empedrado que va hacia la casa, se siente resbaloso; se siente húmedo y no sé, tiene un olor muy penetrante. Un vestíbulo enorme y una escalera que baja por ambos lados del mismo y que conducen a los pasillos de las habitaciones te recibe al entrar, a mano izquierda hay un salón, en donde están ahora los cubículos de los empleados; a la derecha hay otro salón, que ahora es una sala de juntas. Ciertamente el Licenciado tiene muy buenos clientes y ha decorado con mucho gusto el lugar. En si la casa por dentro se ve en buen estado y sobretodo no se siente muy descuidada. En una de las recamaras, ahora se halla el archivo; hay otra recamara exactamente frente a este solo que al otro lado sobre el salón, ahí está la oficina del jefe. Hay otras tres recamaras sobre el pasillo que rodea por encima al salón, solo que esas están cerradas, dicen que de ser necesario las adaptarán para ser usadas también, pero no por ahora.

    En la parte posterior al vestíbulo, hay un gran arco que lleva a otro salón, ahí tienen otros cubículos y la oficina del Contador Fernández; desde ahí se puede ver prácticamente todo el frente y el pasillo de las recamaras. A un lado están los baños y al otro la cocina. Según tengo entendido, la casa es todavía más grande, solo que lo demás esta clausurado. Dicen que durante la Revolución, la propiedad perteneció a alguna familia muy adinerada; pero que también seguramente durante el mismo periodo hubo en ella matanzas y masacres que harían palidecer al más puesto.

    El contrato hecho con el licenciado era que yo tenía que hacer la instalación del sistema en los equipos de computo solo durante la noche, ya que durante el día hasta ya muy tarde la oficina estaba en pleno y la gente usaba las maquinas que había.

    Durante los primeros dos días, hicimos la instalación del cableado y conectores, toda la infraestructura necesaria, para más adelante ya solo dedicarme a la onda de los sistemas. Para todo lo que fue meter cables y esa cuestión, tuve que contratar a un par de personas, de manera que yo no necesitara estar todo ese tiempo ahí sino solo lo necesario para supervisar y constatar que quedara bien la primera parte de nuestro compromiso; todo esto, afortunadamente pudo hacerse durante el día ya que fue muy poco lo que se molestó a los empleados.

    Posteriormente yo me encargaría de lo demás durante el tiempo en que no había nadie trabajando. No era una red muy grande pero si había sido necesario hacerse de algún equipo además del que tenían, de hecho iba a ser necesario modificar un poco la instalación eléctrica, solo que ese ya no era mi problema; lo malo era que todo estaba tan mal organizado, que esos arreglos no iban a hacerse todavía.

    Era un buen proyecto para mí, ya que aun cuando mi negocio no era ni la instalación ni poner redes, si sabía lo suficiente como para hacerlo y por supuesto la paga no era nada despreciable, eso por un lado, por otro lado, me creía lo suficientemente capaz para hacerlo yo solo, sabiendo que la casa tenía su historia y que muy pocos aceptaban pasar la noche allí; eso me daba miedo pero a la vez me hacía sentir un cosquilleo como de intriga o de curiosidad, por que algo diferente, sobrenatural me sucediera al fin.

    Así llegó la noche en que ya todo instalado, me tocaba a mi hacer el resto. El Contador Fernández era el que aparentemente coordinaba todo y el que seguramente mas trabajaba en el despacho. Él estuvo hasta cerca de las once de la noche y de verdad era una persona molesta, no estaba dispuesto a soltar su maquina, que precisamente era la que iba a utilizar como servidor para la red, hasta que según él, terminara con todo lo que estaba haciendo. Si por mí fuera, hubiera comenzado desde las ocho, hora en que el último de los empleados salió para su casa. Pero no, tenía que esperar hasta que al dichoso Contador se le diera la gana.

    Mientras tanto opté por tomar una taza de café y bueno aun cuando no lo acostumbro, esa noche parecía ser necesario. En la cocina estaba don Hipólito, el velador, un tipo flaco, como de unos cuarenta y cinco años, demacrado y desgastado en demasía; como a las nueve de la noche lo vi entrar por primera vez en la cocina y como a las diez y media, hora en que me serví el café volvió a entrar sólo para servirse en una taza, una mitad de café y una mitad de ron. Aquel hombre sabía que yo permanecería esa noche en la casa, por lo menos hasta que terminara o bien hasta que aguantara si es que aguantaba. “De ser usted, yo tomaría algo más fuerte” dijo en una voz apenas audible, a lo que le respondí que aún era jueves y que yo estaba para trabajar, que de otra manera no lo pensaría ni dos veces; el velador solo chasqueó la boca y dijo algo así como “allá usted”

    Durante los momentos en que había estado en la casa, supervisando el trabajo de la instalación física, cableado, conectores, etc., pude escuchar algunos comentarios de los empleados de la firma; la gente hablaba de ruidos y de cosas extrañas que sucedían a cada momento en el lugar, de como de pronto las cosas desaparecían del lugar en el que estaban sin que nadie supiera qué había pasado o si alguien las había tomado.

    Claro que también era cierto que el Lic. contrataba mucha gente esporádicamente para trabajos urgentes, y generalmente mujeres de bajo nivel; por lo que los empleados las culpaban de robar esas cosas que desaparecían sin motivo. Otro de los comentarios era precisamente por parte de las mujeres, de las empleadas y aún de aquellas a quienes culpaban de los robos, esos relatos eran acerca de una sensación de ser observadas cuando estaban solas y especialmente en el baño; todas padecían cuando tenían que entrar al sanitario, simple y sencillamente iban a lo estrictamente necesario y salían, y de hecho salían casi corriendo y pálidas como papel. Por parte de los empleados hombres, los comentarios eran más bien en son de broma, hablaban de que se aparecía la abuelita del licenciado y que en ocasiones no era precisamente algo agradable a la vista.

    Lo cierto en todo esto, era que pasar la noche en la mentada casa, no iba a ser como estar en cualquier parte; no señor, ahora que estaba frente a la maquina queriendo concentrarme y escuchar solo la música, los estremecimientos recorrían todo mi cuerpo y por Dios que empezaba a sentir mas miedo del que hubiera esperado sentir.

    “¡ Ya, ya ! no sucede nada, solo estoy sugestionándome”. Era necesario mantener la cabeza bien fría y consciente de mi trabajo y de lo que yo pensaba era la realidad. Jamás había creído en fantasmas o en espíritus o cualquier otra cosa semejante que pudiera en este momento desquiciarme.

    Durante la mañana, había platicado con mi vecina Rebeca, y le comenté como era que iba a estar esto de la instalación; también le conté de la famosa casa y de los comentarios que la gente hacía y de las desapariciones, de los espantos en el baño y en fin, de todo a detalle.

    Al momento de contarle, me sentía un poco orgulloso de ser yo el que iba a experimentar todo, además Rebe, me veía como un loco aventado, valiente y osado, y obviamente eso me encantaba.

    Don Hipólito esa noche antes de irse, me aseguró que estaría en la caseta, justo afuera de la casa y que vendría a verme después de las tres de la mañana, si es que todavía no había terminado con lo que tenía que hacer.

    La gente que platicó conmigo durante la tarde, me dio varias recomendaciones, según lo que cada quien creía que sucedía en la casa.

    Una secretaria me sugirió que entrara lo menos posible a la cocina si es que era muy nervioso o miedoso, porque ella estaba segura de haber visto varias y diferentes sombras moviéndose por toda la cocina además de escuchar como movían y tiraban trastes y cubiertos.

    Para poder escuchar algo de música, la secretaria del licenciado López muy amablemente y quizá un poco condescendiente me ofreció su grabadora prestada; también sus cintas y unos audífonos, los casetes eran; uno de José José que apenas se escuchaba; otro de Yuri, que preferí ni siquiera sacar, uno más de Dianna Ross, otro de los temerarios y un montón más “¡que emoción!”. Además, de darme sus propias recomendaciones respecto a lo de la casa, ella decía que una vez tuvo que quedarse hasta cerca de las doce de la noche esperando al licenciado, y que fue la experiencia más desagradable de su existencia, me platicó como sintió la presencia de alguien y también como si alguien se le acercara a su cara mientras sentía que le tocaban las piernas. De no haberle visto la cara cuando contaba su historia, en serio no hubiera creído nada de lo que decía, pero al contrario, fue tan elocuente cuando lo contó, la palidez que le vino al recordar y el estremecimiento que le recorrió el cuerpo además de ver como se le enchinaba la piel, fueron más que convincentes. Pero decía que tenía que estar tranquilo, que obviamente si pasaban muchas cosas muy extrañas pero bueno, que aparentemente no ocurría nada malo “vaya consuelo”.

    No sabía si la gente se había puesto de acuerdo para cotorrearme y hacerme pasar una mala noche porque les caí gordo o, que en realidad todo lo que habían comentado de verdad era cierto y en serio me esperaba algo tan tétrico.

    Ahora que estoy aquí frente a la maquina, echando a andar todo el sistema, y queriendo concentrarme, un escalofrío recorre mi cuerpo, de verdad trato de ver solo el teclado y solo de vez en vez voltear al monitor de la maquina. El caso es que aun cuando no quiera, al desviar un poco la vista, siempre me topo con sombras. Me digo a mí mismo, que no es posible lo que está pasando, “piensa Leo, aun cuando algo hubiera aquí, tú tienes lo suficiente como para” levanto la cabeza ante el ruido, algo se cayó. Se oyó arriba, oh, oh, precisamente en la habitación del archivo.

    Don Hipólito me platicó que precisamente en la habitación del archivo, habían fallecido la mamá y la abuela del Lic. y me contó sobre la única vez que entró de noche allí. Según él, la sangre se le heló, no recuerda más, pero cada vez que mira hacia allá, el color se le va del rostro y la mirada se pierde.

    El café que me serví antes de sentarme por fin a trabajar estaba a un lado del teclado, a propósito me lo serví bastante caliente, para que durare el suficiente tiempo. Para poder checar que todo estuviera trabajando en forma perfecta, tenía que mantener prendidas todas las máquinas, lo malo era que por eso solo podía tener un par de lamparas prendidas, obviamente la cocina y el baño estaban apagados, y no es que le tuviera miedo a la oscuridad, pero bueno, jamás había pasado una noche en una casa así.

    Eran las dos de la mañana la última vez que vi el reloj. Lo tardado de todo esto, es esperar a que los programas se copien en la computadora, y el chiste es estar pendiente para cambiar los discos y que no se pierda tiempo a lo tonto, sin embargo el tiempo transcurrido entre cada cambio de disco era martirizante.

    La luz era muy tenue, los ventanales dejaban ver las sombras de los árboles y no miento al decir que me di un gran susto cuando vi la primera de esas sombras moverse alrededor de mí. Casi me desmayo. A pesar de todas las cosas que me habían dicho, y de que yo mismo casi esperaba que algo fuera de lo normal sucediera, todo era un supuesto; en realidad no estaba preparado, no había llegado a esa casa buscando fantasmas o historias de terror, yo estaba ahí simplemente por trabajo, era una coincidencia o una circunstancia el que yo estuviera presente.

    Y en el momento en que vi que una oscura imagen pasaba por mi espalda proyectándose sobre la maquina, el teclado, mi café y mis manos, sentí que el alma me dejaba, la presión de algo en mi espalda y la sensación de el roce fino sobre el cabello, como si alguien posara su mano sobre mí. Pero la sombra se movía rítmicamente, iba y venía, su danza me tranquilizó, me dio valor para investigar y darme cuenta que solo era el árbol, las ramas moviéndose al viento y proyectándose cuales largos brazos sobre mí.

    El suspiro que exhalé, fue suficiente como para enfriar el café, sentí como volvía el calor a mi cuerpo y vi cómo llegaba también el color a mis manos, cerré los ojos y descansé un segundo, mas tan pronto como llegó la tranquilidad se fue de nuevo, estaba en la casa, la misma casa de la que hablaban; yo seguía adentro, solo y mi alma.

    Volví a concentrarme en el trabajo, el monitor mandaba el mensaje, “inserte el disco con la etiqueta marcada Número 6”, solo Dios sabe desde que hora puse el 5. Prendí la grabadora, me levanté para checar rápidamente que las otras máquinas estuvieran listas y regresé de inmediato, la mentada grabadora no tenía antena, a duras penas sintonizaba 97.7 y ni que decir del AM, la única música disponible eran los casetes de la secretaria, ni modo a chutarse a Diana Ross.

    El disco 7, faltaban 5 más y prácticamente estaría listo, ya solo quedarían algunos detalles que no llevarían mucho tiempo, configurar y listo. “Un bajón de luz”, “¡diablos!”, “Vaya, la máquina no se apagó,” de haberse apagado, tendría que comenzar de nuevo, sería rápido pero yo lo que deseaba era salir ya de esto. Otro bajón de luz, esto se iba a demorar, “que no se vaya la luz” el hecho de haber descubierto que las sombras de los árboles eran los fantasmas que me acechaban me había tranquilizado mucho, además yo siempre he creído que todo tiene una explicación lógica y razonable, y la comprobación de esto eran esos árboles del patio. El cenicero estaba atascado de colillas, la música tapaba los ruidos, rechinidos y crujires de la vieja construcción. La luz del monitor y las corrientes de aire colado, daban un aire mortecino al lugar, que aunado a la falta de iluminación, helaba los huesos, no me había pasado hasta entonces nada extraño, nada raro se había visto y ninguna sensación que no tuviera explicación había acontecido, pero a pesar de eso, me mantenía a la expectativa.

    Otro bajón de luz, ya eran demasiados, “¿chale, se fue la luz?” al fin se fue la luz; permanecí quieto en el sillón, la oscuridad era casi total, de hecho solo veía una especie de reflejo o un muy leve resplandor en el monitor, y la braza del cigarro que estaba fumando, tenía la garganta seca, hacía frío y la luz no regresaba.

    Ahora que no había música, y que no se oían los zumbidos de los ventiladores de las computadoras, ni los ruidos que hacen al trabajar, comenzaron a escucharse otra serie de sonidos, el ulular del viento sobre los árboles silbaba como quejidos lastimeros; algo rechinaba en la oscuridad, las corrientes que se formaban adentro y por entre los cubículos también hacían su parte en este concierto. Ruidos como de ratas o ratones corriendo por alguna parte de la casa se dejaban oír, también las puertas contribuían. La luz no regresaba aún, me daba miedo levantar la mirada, desde el sillón en donde estaba, podía ver hacia el pasillo de arriba, justo frente al archivo. A partir de ese momento comenzaron a ocurrir las cosas más impresionantes y tétricas que jamás he visto, experimentado e imaginado que a mí me pasarían.

    Me encogí lo más que pude en el sillón, me daba miedo moverme, tenía frío y no veía casi nada, en la parte de atrás la parte clausurada comenzó, poco a poco eran pasos, tacones, primero parecía una persona, después dos, tres, muchos, era como si bailaran pasos acompasados, tacones que zapateaban contra el piso armónicamente.

    Estaba sudando, tenía los ojos completamente abiertos, mi mente trabajaba a mil por hora, algo tenía que pensar, “¿qué hago, qué haré si esto no se queda de aquel lado?, ¡piensa, piensa!”. Silencio, fue tan súbito que me hizo sentir escalofríos, otra vez los pasos, esta vez corrían, corrían de un lado al otro y desaparecían en el vacío, muchos pasos, muchas personas a mi espalda detrás de las paredes corrían y se desvanecían quien sabe cómo y en dónde, así como aparecían sus pasos, así se iban. Gritos, el primero fue un horrible aullido como de terror que me heló la sangre por completo, sentí como si se hubiera metido en mi y me hubiera cortado como navaja de afeitar; fue estridente y horrible, desgarrador y lleno de dolor. De nuevo los pasos, las carreras, cerré los ojos y traté de pensar, traté de organizar mis ideas; “no tengas miedo, no tengas miedo, no tengas miedo”, “solo tengo que aguantar, nada me va a pasar, no tengas miedo”, otro grito, esta vez fue peor, más largo y más agudo; con los dientes apretados y las manos cerradas con fuerza, quería evitar el miedo, pegaba la cara al pecho y me abrazaba. De nuevo el silencio, fue el silencio más largo desde que todo comenzó, parecía como si todo hubiera terminado. Los ruidos que escuche fueron la experiencia más aterradora hasta entonces en mi vida, tenía el cuerpo entumido, engarrotado, estaba temblando de frío y de miedo, pero al fin todo parecía haber terminado, así como se fue, la luz regresó, escuché cómo comenzaron a jalar todas las computadoras, el cigarro estaba totalmente consumido en el cenicero; el café intacto pero helado. Aun con la luz prendida yo estaba encogido, tenía las piernas sobre el sillón apretadas contra el cuerpo yo mismo estaba helado. Volví a pensar, volví a coordinar mis ideas y bajé las piernas; la frialdad de la computadora me hizo regresar a la realidad, me di cuenta e que la grabadora estaba sonando, Diana Ross, y sus desconocidas canciones para mí estaban en las bocinas.

    Miré hacia la parte de la escena volteé la cara hacia la pared hacia las puertas clausuradas allá en donde hace tan solo unos minutos algo sin explicación había ocurrido y yo lo había escuchado, las sombras de los árboles volvían ahora en forma cálida y reconfortante. A trabajar.

    Otro bajón de luz, otra vez se va, “no hay luz de nuevo”, esta vez todo fue simultáneo, los pasos los gritos el correr, luces dando vueltas por encima de mí, corrientes de aire que cruzaban heladas entre mis brazos y por mi cara; los pasos ahora se oían más cerca y ya no se desvanecían, era como si gente corriera justo a mi espalda, sentía incluso como si me movieran. Está vez todo fue tan rápido que no tuve tiempo de nada, me aferré con las manos a los brazos del sillón y plante con firmeza los pies en el suelo, los ojos abiertos, girando por todos lados, siguiendo haces de luz que iban y venían y que de pronto se acercaban demasiado mi cara.

    Entonces todo paró, se callaron los ruidos y se apagaron las luces. En ese momento, en medio de la oscuridad, sobre el pasillo, frente al archivo brilló algo, una luz blanca titilando; de la pared surgió una figura, una mujer blanca, envuelta en bruma, su piel brillaba y se transparentaba. Caminó hacia la luz y desapareció en ella. Sentí entonces que un par de manos se posaban en mis hombros con fuerza, sosteniéndome. Cerré los ojos y escuche una voz, “Soy yo joven, Hipólito”. Al oírlo abrí los ojos y lo miré, “¿Qué fue todo eso?”.

    Sonrió y solo dijo: “Ya amaneció joven”.

    Publicación November 12, 2021
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