layout: post date: 2021-03-06 21:14:00 -0600 tags: relato title: Encuentro
Encuentro
Hoy es día diecisiete de Julio y ya estamos en Bukovina, hemos pasado la frontera esta misma mañana, y en menos de un mes estaremos en Bucarest.
Llegamos a Bistriz hace cinco días y adentramos el carromato unos metros en la espesura antes de llegar al centro del pueblo. Mientras mamá daba de comer a los caballos y preparaba el carromato para permanecer acampadas tres días yo me acerqué a un hotel que había cerca de allí.
El lugar se llama “La Corona de Oro”, un caserón viejo construido totalmente de piedra y en el que me sentí extraña. Era como si me tuviesen miedo.
Normalmente a los gitanos no se nos trata demasiado bien en estas comarcas de Rumania, pero en este hotel parecían tener respeto hacia mí, un respeto basado en el miedo, aunque no sabía a qué podía tratarse.
Me atendió una mujer que hablaba un dialecto alemán que yo apenas entendía, pero logre comprar todo lo que deseaba. Creo que no entendí del todo sus palabras, porque parecía repetir todo el rato que no quería tener problemas con mi señor, cosa que no logré a comprender. La mujer no paró en toda nuestra conversación de santiguarse y hacer señales para espantar al mal augurio, mientras se restregaba las manos en su delantal de color avellana. El marido, mientras tanto, buscaba en su almacén las viandas que yo les pedía y frotaba cada vez que me hacía entrega de uno de los alimentos la cruz de plata que colgaba de su cuello. Tuve que rogarles que aceptaran mi dinero pero ellos se negaron, creí entender que querían que le dijera a mi señor, el Conde, que era una ofrenda de su hotel, donde siempre le habían atendido bien.
No quisieron tomar mis monedas, a si que me salieron gratis las compras para mi madre.
Salí del hotel y antes de adentrarme en el bosque volví la cabeza, no entendía la manera de proceder de aquellos aldeanos. No podía irles muy bien el negocio si a todo el que pasaba le regalaban la comida.
Otra cosa que me llamó la atención de aquel hotel fue que tenían toda la entrada llena de grandes macetones pintados de verde oscuro, con laureles plantados en ellos. Eso, y las grandes ristras de ajos que había colgados dentro de la casa.
Cuando se lo conté a mamá le hizo mucha gracia, no sólo no me habían echado a patadas como en muchos de los hoteles a los que había entrado a comprar comida, sino que además me habían regalado aquello que había ido a comprar. No está mal la manera en la que nos tratan a los cíngaros en estos pueblos. Felices por haber llegado hasta allí y agradecidas a La Diosa hicimos cuenta de la cena y nos acostamos. Al día siguiente había luna llena y teníamos muchas cosas que hacer.
Amaneció un día frío para esta época del año, a pesar de estar en mitad de los montes de los Cárpatos. Me desayuné abundantemente y me perdí en el bosque, tenía que alejarme del carromato antes de que llegara el anochecer. La Diosa saldría esa noche y no quisiera encontrarme cerca de mi madre, cuando el poder me embriaga no soy del todo consciente de mis actos.
Caminé sin detenerme adentrándome en el interior de los bosques de coníferas, el canto de los pájaros me acompañó durante todo el camino.
Comí abundantemente las viandas que me había llevado conmigo antes de abandonar el carromato al sol, junto a un pequeño riachuelo. No es bueno que el poder me llene y el hambre de domine.
Después de la comida, agoté toda la que tenía, emprendí la marcha de nuevo, algo más despacio. No demasiado tiempo después encontré un lago de aguas turbias. Decidí permanecer allí hasta que la luz de la luna surgiese de la noche. Tenía que purificarme antes de ser bañada por la mirada de La Diosa.
Me desnudé al borde del agua en espera de la llegada de la noche y, después de trepar a uno de los grandes árboles, até en una de las ramas mis ropas. Esperaba encontrarlas dentro de tres días, cuando todo acabase. No sé cuál será la razón, pero normalmente, cuando el poder empieza a desaparecer tiendo a volver al lugar en el que empezó.
Me senté sobre la hierba, desnuda, sintiendo el frío en mi piel, pero ardiendo por dentro, ya que comenzaba a sentir el poder del cambio. La oscuridad ya lo llenaba todo y el ojo límpido y redondo de la luna me iluminó. Un momento de dolor y mis piernas se bañaron de sangre, mi óvulo no fecundado escapó de mi cuerpo mezclado con la sangre, tributo de mi cuerpo hacia Ella. Temía que purificarme a si que oriné y defequé junto al lago antes de penetrar en las cristalinas aguas.
Fue una suerte encontrar el pequeño lago en mitad de los Cárpatos, me gusta entregarme a la Diosa limpia de todo lo material, limpia de cuerpo y de mente.
Ella se reflejaba en las aguas mostrando a la noche todo su esplendor y regando el bosque con su pálida luz.
El agua estaba fría, pero casi no la sentía, mi corazón parecía arder como siempre que me preparaba para la entrega.
Los lobos, los hijos de la luna aullaban sin cesar, llenando la noche con sus cantos de triunfo.
A mi espalda se alzaba el impenetrable bosque de los Cárpatos, oscuro y misterioso, poblado de leyendas y terribles designios.
Entre la espesura de los matorrales bajos creí distinguir los brillantes ojos de uno de los que cantaban a La Luna. No temí.
Me dejé engullir por las límpidas y oscuras aguas al tiempo que otro de ellos aparecía entre los arboles de la orilla opuesta.
Me sentía segura, protegida por los heraldos de la noche, mientras me frotaba el cuerpo, intentando eliminar cualquier impureza. Nadé lenta, casi ceremoniosamente hacia el borde de la laguna, y salí fuera del agua, entregando mi desnudez.
Un enorme lobo de pelaje oscuro pareció surgir de la nada ante mí. Sus ojos negros brillaron hacia mí con destellos plateados. Su lengua roja colgaba entre sus grandes fauces y una pequeña voluta de vapor salía de la gruta que era su boca.
Volví la cabeza. Los hijos de la noche se estaban acercando a mí, intercalando miradas entre el gran lobo y yo.
El animal avanzó unos pasos y se situó junto a mi cuerpo desnudo. La manada aulló a la noche, mientras el lobo olfateaba mi cuerpo ahora puro.
Sus grandes colmillos, brillantes por la saliva, rozaron momentáneamente el dorso de mi mano al olisquear mi antebrazo.
Los gritos de júbilo de la manada cesaron repentinamente, el gran lobo giró la cabeza a sus espaldas. Alcé la cabeza y vi una figura humana surgir de entres los árboles tan sigilosamente como habían hecho las bestias momentos antes.
La figura, oscura como la noche que nos envolvía, alzó los brazos y la capa que los cubría ondeó al viento tras él. La luz de La Diosa le iluminó mostrándole tal como era. Alto y delgado, fibroso como un espíritu de la noche, lobuno.
Los ojos rojos del hombre recorrieron mi cuerpo descubierto, haciendo que me estremeciera. Su nariz aguileña, que otorgaba dureza a su enjuto rostro enmarcaba su cara. Los labios sonreían, mostrando unos dientes largos y afilados como los de los animales que me rodeaban.
Su imagen se quedó marcada en mi mente como grabada al fuego, turbándome. Había algo duro en él, algo que hacía sentirme como su sierva, la esclava bajo el poder de sus ojos.
Su boca se movió y emitió unos sonidos para mí incomprensibles. Se dirigía al fabuloso animal que me escoltaba. No le entendí, pero supe qué era lo que quería. Me reclamaba como suya.
El gran lobo gruño a mi lado, su pelaje estaba erizado y sus músculos se habían tensado bajo la piel. La boca se encogió con un rugido y sus labios se retiraron para mostrar sus dientes de depredador. Yo pertenecía a la manada.
-Tranquila pequeña -dijo él en un perfecto alemán- no tienes nada que temer conmigo aquí ellos no te harán nada.
Alzó las manos y volvió a ordenar a los lobos que se perdieran en la noche, y que me entregaran. El jefe de la jauría no se retiró, y su manada se interpuso entre el hombre y nosotros. No me entregarían sin luchar.
El individuo rió a carcajadas, su rostro mostraba incredulidad ante lo que a él debía parecerle la osadía de un loco. Conté quince lobos surgiendo de los arbustos.
Le miré a los ojos perdiéndome en su inmensidad, era mi señor, pero sobre él estaba siempre La Diosa, y la jauría de lobos le pertenecía, ningún mortal debía interponerse en el camino de Ella.
Con un horrible grito el individuo se encogió sobre sí mismo y cambió.
Su ropa cayó echa jirones al suelo, sobre la hierba. Su cara se alargó terriblemente tomando un aspecto lobuno. Sus labios dejaron al descubierto las rosas encías, de las que surgían los dientes, largos y afilados como dagas, la baba escurría por su hocico y sus ojos, antes redondos se alargaron y se hicieron más grandes aún. Su rostro se cubrió de un pelaje negro y duro que se arremolinó en torno a las nuevas facciones.
Los brazos se alargaron de un modo sobrenatural y su espalda comenzó a burbujear bajo la carne.
Los lobos gruñían al que se creía amo y señor de las bestias de la noche a medida que la transformación alteraba totalmente el aspecto de aquel oscuro ser.
Con un aullido espantoso completó la metamorfosis, revelándose ante nosotros con su verdadera forma. Un par de alas membranosas aleteaban a su espalda, y su cuerpo había crecido de manera ostensible, todo su cuerpo estaba cubierto de pelo negro, y el rostro era el de un ser inimaginable, un engendro de la noche que sería repudiado sin tregua por La Diosa, a la que creía rendir tributo con su existencia.
Aulló a la luna con voz de diablo y se lanzó hacia los lobos, que se interponían entre él y yo. Como si ambas criaturas de la noche se disputaran mi cuerpo.
La lucha entre las bestias y aquel ser inmundo que creía rescatarme de una muerte segura en manos de los lobos para hacerme caer en sus garras no duró demasiado. Se abrió camino entre la jauría despedazando los pequeños cuerpos de los animales, dando zarpazos a los seres que creían salvarme del que habían considerado su señor hasta el momento en el que La Diosa les había reclamado para protegerme.
Dos de los lobos murieron en su primera envestida a la manada. Sus garras, grandes manos de aspecto humano, pero de dimensiones asombrosas, rematadas en afiladas uñas mortales como cuchillos, penetraron en sus cuerpos arrancando todo lo que encontraban a su paso; las vísceras, calientes y palpitantes, cayeron contra el suelo y se arremolinaron en torno a los cuerpos que, sin vida, golpearon la yerba sobre ellas.
Una enorme loba de grandes fauces había saltado hacia él, en el momento en que sus manos se adentraban en las entrañas de sus compañeros. El pelaje blanco de la loba quedó sumido en la negrura de sus alas batientes.
El ser gritó cuando los dientes del animal se clavaron sin piedad en su espalda. La garra fue lanzada hacia atrás y la cogió del cuello. Sus dedos penetraron en la carne hasta que su puño se cerró convirtiendo en pulpa la traquea de la loba. Arrojó su cuerpo hacia otra de las fieras que había saltado hacia él.
Los cuerpos de los animales se juntaron en el aire, y cayeron estrepitosamente al suelo, antes de que el animal se librara del cadáver de su compañera, y pudiera prepararse para atacar o defenderse dos de los dedos del monstruo habían entrado en sus ojos arrancándolos y presionando aún más, adentrándose en las cavidades oculares hasta que sus largas e indestructibles uñas penetraron en su cerebro, y el animal yació muerto.
Se volvió y cogió a otro de los lobos, alzándole junto a su horrible faz, de un bocado abrió la tripa del animal y lo lanzó con las tripas ondeando a su paso hacia el resto que se aguaban junto a los árboles para atacar unidos.
No les dio tiempo a reaccionar, de un solo salto, y batiendo sus membranosas alas estaba sobre ellos, mordiendo y arrancando su carne, aniquilando despiadadamente la vida que ellos poseían. Hasta que, cubierto de sangre se volvió hacia el lobo que había junto a mí.
El lobo permanecía agachado, con el rabo entre las piernas, en gesto de sumisión, pero su rostro no mostraba tal sumisión, sino una rabia ciega. Se mostraba sumiso ante el que consideraba su señor, pero sabía que no debía entregarme a él. Yo pertenecía a La Diosa.
El ser batió sus alas y saltó hacia nosotros, mi protector tensó su cuerpo y saltó hacia él, las fauces abiertas, las garras preparadas para sacrificar su vida por mí.
No hubo lucha. De un zarpazo partió la columna vertebral al lobo que se estrelló contra el suelo entre gemidos de dolor y de derrota.
Él detuvo su salto junto a mí, que no me había movido del lugar en el que me encontraba, desde que la lucha por mí había comenzado. Miré a los ojos a la bestia que había recobrado su aspecto humano de nuevo.
No dijo absolutamente nada, no le hacía falta, sus ojos me lo dijeron todo. Me hechizaron.
Recuerdo entre tinieblas lo que pasó después de aquello. Recuerdo su brazo desnudo y frío rodeando mi cuerpo. Sentí un vacío en el estómago y al frío viento chocar contra mi cuerpo. Estaba entre sus brazos, pero su contacto era aún más frío que el de la noche. Sobre una gran montaña divisé un castillo que parecía recortado dentro de la misma roca, como si formase parte de la misma. Sentí un ligero mareo al descender hasta la tierra, pero desapareció completamente cuando mis pies tocaron de nuevo la hierba, en el patio del castillo.
La puerta se abrió a nuestro paso, no vi a nadie que lo hiciera, como si se hubiera abierto ante nosotros por propia voluntad. Me depositó en el umbral, y me rogó que pasase, con su excelente alemán, pidiéndome que pasase por propia voluntad. Di un paso hacia delante y entré en sus dominios, él era mi amo y señor, era mi dueño. Nada malo iba a hacerme.
Caminé tras él por la gran entrada, sucia y cubierta de telas de araña.
Seguí su cuerpo desnudo, fibroso y poderoso escaleras arriba. Sentí el frío de la noche como jamás lo había sentido nunca, como si la casa hubiese sido desposeída de todo calor producido por la vida.
Se volvió hacia mí y me susurró algo que no entendí. Su mano acarició la barba que cubría su barbilla, detuvo allí un instante sus largos dedos y acarició con ellos su bigote oscuro. Bajo él los labios, rojos como ciruelas maduras enmarcaban sus blancos dientes. Tenía la barba y el bigote cubiertos de sangre.
Vi en mi mente a uno de los lobos que había dado su vida por mí, retorciéndose entre sus garras, mientras él desgarraba su carne con los dientes y dejaba libres los intestinos de animal. Los ojos brillantes, húmedos momentos antes de la muerte, del lobo me miraron en busca de ayuda.
Me estremecí.
Prometió entregarme el mundo mientras me rodeaba con su brazo y entrábamos en una de las habitaciones de piso superior. La puerta se cerró a mis espaldas y la claridad pareció devolverme la vista repentinamente.
La habitación tenía un gran balcón, desde el que se divisaban los bosques rumanos. La luna brillaba henchida sobre Rumania, llenando con su luz todos los rincones de la habitación. Entonces vi cuán pálido era su cuerpo desnudo, todo cubierto de sangre aún no totalmente seca.
Vi sus garras aplastando el cuello de la gran loba, las fauces ensangrentadas del animal abiertas al máximo, sorprendidas por la muerte, que llegaba de forma inesperada. La sangre oscura del lobo cayendo por su pelaje mientras su cuerpo era lanzado contra el resto de los animales.
Sus manos me se cernieron en torno a mi cabeza torciendo mi cuello, para que éste quedara expuesto. Los labios rojos acercándose a mi piel, la lengua, roja, húmeda, de movimientos rápidos sobre los dientes blancos y agudos como estacas.
Sus ojos rojos brillaban invitándome a la languidez, a la dejadez, a la entrega.
Sus dientes arrancando la carne del lobo, escupiéndola junto con la sangre, destrozando su cráneo de un solo mordisco.
Sus dientes en mi cuello, rozándolo, la lengua lamiendo mi piel, su contacto era frío debía ser el de la muerte.
Abrí los ojos, y le miré, él los tenía cerrados, preparándose para el beso oscuro del vampiro. Del señor de la noche.
Miré hacia la noche y vi a La Diosa. Entonces volví ser yo misma, el espíritu de Ella, su espíritu hecho carne. El influjo oscuro del vampiro era fuerte pero la Diosa es quién da el poder, y quien lo quita.
Alcé los brazos y tomé su cabeza, pegada a mi cuello. Sus dientes acariciaban mi carne, preparándose para adentrarse en ella. Suspiré sonoramente, languideciendo, llenándome del poder. Y comenzó la transformación de La Diosa en el interior de mi cuerpo. La esencia me llenó la sangre dominando mis acciones, y mi mente.
Eché la cabeza hacia detrás lanzando un aullido estremecedor. Él clavó en mí sus dientes, pero inmediatamente retiró su boca de mi cuello, debió notar el sabor de Ella en mi sangre. Ya era tarde. Para él. Tenía su cabeza entornada con ambas manos, no me costó mucho apretar éstas y con un rápido movimiento hacerlas girar, partiendo sus vértebras con un fluido movimiento. La fuerza estaba en mí. Aún no había muerto, gemía mirándome con sus ojos rojos, los cuales mostraban incredulidad. Y miedo. Ya había comenzado el cambio.
La Diosa había vuelto a ser La Loba a través de mi cuerpo. Di dos fuertes zarpazos contra su pecho, mis garras de largas unas de lobo desgarraron la carne con facilidad y se abrieron camino entre sus costillas. Todo era rojo ahí, pero no salía demasiada sangre, y estaba frío. Hundí el hocico en su carne y le arranqué el corazón que escupí contra el suelo, sobre la alfombra.
Todavía no había muerto, sus ojos me miraron desorbitados hasta que arranqué la cabeza con mis garras y la empujé fuera de la habitación.
Cuando llegó fuera ya no queda carne en ella, era una calavera hueca que se convirtió en polvo bajo mi peso. Volví la vista y el cuerpo había corrido la misma suerte. Corrí al balcón y aullé a La Diosa. Yo, La Loba. La Diosa hecha carne.
Estoy cansada, creo que voy a dejar ya de escribir, tengo que acostarme y descansar, mañana partimos hacia Bucarest. Los dos días siguientes al primer día de Luna, estuve merodeando por los terrenos cercanos al castillo. Ayer me desperté junto a la laguna, sumergida a medias en sus aguas turbias, el ciclo había terminado. Subí al árbol y cogí mis ropas. Después de vestirme volví a adentrarme en el bosque. Y volví junto a mi madre en espera del próximo ciclo, en espera de la próxima luna llena.
FIN