layout: post date: 2021-09-29 18:45:00 tags: relato title: Espantos en las paredes
Espantos en las paredes
En casa todo es normal, como siempre, aunque algunos de mis amigos que se han atrevido a venir dicen que todo está vuelto patas para arriba y que no se puede pasar ni un minuto tranquilo sin que aparezca un espanto y los asuste. Yo les digo que es normal que los entes que habitan en las paredes se les aparezcan a cada rato, porque viven allí y porque debe ser muy aburrido estar muerto, pero a mis amigos se les ponen los pelos de punta y salen corriendo y gritando “¡Daniel, Daniel!” y yo les pregunto “¿Qué?”, pero no me dicen nada y siguen corriendo sin parar.
Mamá me reta todo el tiempo, porque nunca les aviso a mis amigos cuando vienen que hay fantasmas y duendes saltando por todos lados a cada rato. Ella dice que los cabros se trauman, que les entra el pánico y que terminan volviéndose locos, aunque me parece que algunos están igual de locos antes como después de venir. También dice que terminan teniéndole miedo a los fantasmas y que no debería ser así porque los espectros no pueden hacerle daño a nadie, a no ser que sean malos, pero acá no hay ninguno malo, creo.
Yo sólo me río cuando Mamá me dice todas esas cosas, aunque ella sabe que mi polola no le tiene miedo a nada, ni a ella que siempre anda vestida de bruja y mirando en una esfera de cuarzo para ver los números del Loto.
Recuerdo que cuando la Maca vino la primera vez a pedirme un libro subimos a la torre de la casa, donde está mi pieza y la biblioteca. Se le apareció al tiro un ente que se hacía llamar “El Bibliotecario”. Le dio la mano y se fue, y la Maca me miró medio vuelta loca, porque siempre había querido ver un fantasma y yo le dije que en mi casa podía ver todos los que quisiera a cada rato. Obvio que en esa época no estábamos pololeando, pero con los fantasmas y los duendes y las brujerías de mi vieja, terminamos prometiéndonos amor eterno a la semana después.
Un día la Maca llegó a la casa como a las once de la noche, ni me saludó, se sentó en el suelo y empezó a cantar y a hablar en otro idioma. Yo me asusté, porque sabía que los entes de la casa podían posesionarse de cualquier cuerpo cuando quisieran, pero que no lo hacían porque los debilitaba tanto que se los llevaba el viento y terminaban en medio del mar o en la turbina de un avión. Le di una cachetada, para despertarla de su trance, pero ella se puso en pie al tiro y me pegó un combo en la guata que me dejó tirado en el suelo como media hora.
Resulta que ella no estaba poseída, sino que había leído en un libro de esos de mi vieja que para llamar a un espíritu en particular, uno que cumple los deseos de quien lo invoca, había que recitar y cantar algunas frases raras que nadie entendía. Yo le dije que se había ido al chancho con el combo y nos pusimos a discutir y a pegarnos cornetes como estúpidos. Ella me rasguñó la cara y yo le rompí la nariz de un puñetazo. En eso llegó Mamá medio dormida alegando por el escándalo, y cuando nos vio agarrados de las mechas gritó algo que no entendí y nos tiró unos rallos que le salieron de los ojos.
De mí y de la Maca salieron como treinta espíritus que se habían metido cuando comenzamos a discutir. Nos miramos y nos abrazamos y nos reconciliamos al tiro, porque nos habíamos hecho mucho daño sin quererlo. Pero cuando miramos a Mamá me morí del susto, porque brillaba y le salían rallos de todos lados.
Estaba enojada, pero no con nosotros. Se puso a retar a los espíritus, porque los había cobijado en su casa y ellos habían violado sus reglas.
Entonces les dijo que iba a llamar a un amigo para que limpiara la casa y que cuando terminara no iban a quedar rastros de nadie. Maca y yo nos quedamos conversando y curándonos mutuamente de los combos y rasguñones mientras Mamá se calmaba. No pasaron ni cinco minutos y apareció frente a nosotros un viejo pelado con gorro de mago.
La Maca no podía estar más feliz.
El viejo se presentó como Merlín, y la Maca se puso a reír descaradamente en su cara, pero el viejo no la pescó y se puso a mover las manos mientras Mamá recitaba algo que tenía escrito en la mano. De pronto el viejo se quedó callado, nos hizo una reverencia a la Maca y a mí y desapareció en una nube de humo.
Pasaron como dos semanas y no volvieron a aparecer ni los duendes ni nada. La Maca venía cada vez menos y yo me pasaba todo el día metido en mi cuarto de la torre jugando Nintendo o tirándole piedras a los techos de los vecinos. Mamá se dio cuenta de lo que pasaba, además que cada vez venían menos clientes a verse el futuro.
Una mañana desperté con los ruidos. Me levanté y vi a un montón de fantasmas que escuchaban a Mamá. Supongo que les estaba hablando de las leyes que tenían que seguir, porque cuando me acerqué a escuchar se quedó callada y los espectros se desvanecieron. Desde entonces la casa está llena de entes que van y vienen por todos lados, la Maca se pasa todo el día conmigo y Mamá casi se gana el Loto un par de veces, pero nunca le achunta a todos los números.
La normalidad ha vuelto a casa, Maca es aprendiz de bruja, o sea que es alumna de Mamá y yo sigo viviendo en la torre, escribiendo poemas y cuentos de horror que construyo a partir de las historias que me cuentan los entes que viven el las paredes.