LA CAZA
Aquella noche había decidido salir solo. Era la mejor manera de aprovechar la noche, se dedicaría única y exclusivamente a lo que había planeado al salir de casa. Nada lo distraería de su objetivo. Sabía que todo le iba a salir perfecto. Al fin y al cabo, era el tío más irresistible de toda la discoteca. Gafas de espejos sobre la frente, camisa nueva, vaqueros ajustados marcando todo lo que había que marcar, sostenidos por un cinturón de enorme hebilla plateada y, finalmente, sus botas. Qué orgulloso estaba de sus botas, enormes, negras, brillantes, rematadas por todos lados con esas chapitas metálicas que lo volvían loco. Sí, definitivamente, aquella era su noche. No tardaría mucho en comenzar LA CAZA.
Cuando la miró de reojo no le pareció gran cosa. Había aparecido entre el tumulto de gente y se había colocado a su lado junto a la barra. No se había parado a mirarle, cosa que a él casi le pareció una ofensa, pero de todas formas, aunque iba bien vestida y maquillada, ella no era lo que él iba buscando.
No volvió a mirarla hasta que, entre el humo y ruido que los rodeaba, un ruido de cristales rotos se alzó entre ellos. Probablemente algún capullo habría tirado un vaso al suelo, o incluso la misma chica que tenía al lado. Se examinó de arriba abajo, observando con placer que nada lo había manchado y que seguía tan impecable como antes. Estaba en el examen de sus botas cuando entonces la vio. La chica se había agachado y recogía un pequeño cristal que había quedado en el suelo, luego se levantó y se volvió hacia la barra. Él la observaba de reojo.
La chica comenzó a jugar con el pequeño cristal, le daba vueltas entre sus dedos. Se había hecho varios cortes que sangraban y embadurnaban el cristal de rojo, pero no parecía dolerle, y seguía entusiasmada con su juego.
Él se puso terriblemente cachondo. No es que no supiera ya que en el fondo era un degenerado, se conocía bien a si mismo, pero lo sorprendió la rapidez con la que la visión de la sangre entre los dedos de la chica lo había excitado de una manera tan fuerte.
Por supuesto pensó que aquella chica estaba totalmente chalada, pero a fin de cuentas, era sólo una chica, y era sólo una noche. Así que se dispuso a atacar. Se volvió hacia ella. Ella lo miró y le sonrió, y antes de que le diese tiempo a hablar se le aproximó casi rozándole, le mostró la palma extendida sosteniendo el cristal, y con la otra mano le agarró lo que su vaqueros tan bien marcaban, y le susurró al oído:
- ¿Me lo haces tú?
Tardaron menos de cinco minutos en llegar a su coche. Él ni siquiera le había preguntado su nombre, y ella no parecía muy dispuesta a mantener una conversación, así que en silencio, arrancó el coche y se dirigió hacia las afueras de la ciudad, mientras ella lo miraba desde su asiento, con una expresión medio entusiasmada medio indiferente. No dijeron nada hasta que en las afueras se encontraron con un cruce.
Ella dijo:
-Coge esa carretera, es vieja y va a dar un descampado, casi nadie la
usa.
Él se sorprendió del tono aburrido y seguro de su voz, pero obedeció. A fin de cuentas no sabía de dónde llevarla y la imagen de un descampado avivó con más fuerza la idea que le iba rondando desde que salieron de la discoteca.
Mientras conducía por la vieja carretera, ella le cogió una mano y se la soltó del volante, le puso el pequeño cristal con el que jugaba y que aun llevaba en la mano, se levantó un poco la falda y le condujo la mano hasta su pierna.
Él nunca había sido muy avispado pero en seguida captó la idea.
Mientras dirigía el volante con una mano, iba rozando el cristal suavemente a lo largo del muslo de la chica, que lo miraba muy atenta.
En una curva él apretó un poco más y la sangre brotó suavemente de la pequeña raja formando una gota que resbalaba despacio por entre sus piernas. La chica parecía excitada. Fue demasiado para él. Volvió la mano al volante y aceleró con fuerza y con ansias, resoplando. Llegaron pronto a una parte suficientemente apartada. Torció y aparcó el coche a un lado de la carretera, entre las matas del descampado. Sólo se distinguía la silueta de un árbol solitario a lo lejos.
Desde que salieron, él había estado pensando. No era algo que acostumbrara a hacer, pero no había podido evitar que una idea se introdujera en su cabeza. La chica estaba loca, desde luego, o trastornada o algo así. Era normal que un degenerado como él se excitara con esas cosas, pero ella… ella se habría escapado de algún manicomio, esa era la única explicación posible. No se le ocurría otra cosa. La había encontrado en una discoteca sola, ella no estaba con nadie, ni nadie la había mirado al salir. Nadie sabía donde estaban, nadie podía imaginarlo, estaban solo ellos dos y el viento que aullaba en el descampado. Matarla. La idea de matarla acosaba en su mente una y otra vez, en cada pensamiento que le llegaba. No podía pensar donde la enterraría o si la enterrase, cómo y de qué forma lo haría, pero sin embargo no dejaba de pensar en acabar con ella allí mismo. Pero primero se la follaría, desde luego, después ya vería.
La chica tomó la iniciativa. Sin decir nada, bajó del coche y volvió a entrar pero por el asiento trasero. Él hizo lo mismo. Al principio, sólo continuó el juego de antes. La desnudó y le rozó el cristal por todas las partes del cuerpo, le hizo sangre en varios sitios. Ella seguía callada pero colaboraba, parecía excitada pero al final a él le pareció que comenzaba a aburrirse. Así que dominado, por un deseo que no sabía muy bien de dónde le llegaba, le pegó en la cara con fuerza. Entonces se quedó parado y la observó, ella no respondió al golpe con mucha emoción, sólo volvió la mirada a sus ojos y se quedó como esperando. Él le vivió a pegar una y otra vez, con más fuerza en cada golpe. Le hacía sentirse bien, increíblemente fuerte, le hacía sentirse más hombre. Sólo después de un rato, notó que ella empezaba a gemir y a resistirse un poco. Eso acabó de excitarle del todo.
Siguió así y mientras se la metía, empezó a estrangularla suavemente pero con fuerza, ahogando sus gemidos. Sin embargo no llegó a matarla. Y se quedó agotado y dormido junto a ella. Le había parecido que, a pesar de que tenía toda la cara marcada, sonreía con los ojos cerrados. Ella le despertó a la mañana siguiente cuando empezaba a amanecer. Él abrió los ojos con dificultad, le dolía todo el cuerpo porque había dormido en una mala postura, y el sol nuevo de la mañana hacía que el descampado pareciese totalmente diferente al lugar de la noche anterior. Ahora el árbol solitario se veía a lo lejos con claridad.
Volvió los ojos hacia ella. La chica tenía un aspecto horrible. Tenía media cara hinchada por los golpes y muchas heridas cubiertas de sangre reseca. Se había vestido pero seguía aun muy despeinada. Él la miró y sintió un poco de asco. No se sentía para nada responsable del estado de su aspecto. Sólo pensó que debería haberla matado la noche anterior. Ahora no se sentía con fuerzas para hacerlo. Ya era tarde para eso, y por un momento abandonó la idea del todo. La única idea que había tenido en bastante tiempo.
Ella bajó y se subió en la parte delantera. Él, como la noche anterior, hizo lo mismo.
-Ahora, ¿Me llevas a mi casa?
-Él sintió una punzada en el estómago ¿A su casa? ¿Cómo que a su casa?
Y… que pensaba hacer ahora, no lo había pensado para nada.
-Tranquilo. No hay nadie.
Eso estaba bien, pero de todas formas, cómo iba a llevarla y dejarla en su casa, después de la paliza que le había dado. De repente le pareció estar en una situación totalmente absurda e irreal.
-¿Dónde vives?- Fue todo lo que acertó a decir.
-Pues no muy lejos de aquí, en una casa apartada. No tendremos que
volver a la ciudad.
¿No tendremos? Se había quedado en blanco por completo. - Está bien,
dime por donde es.
Ella lo fue dirigiendo. Lo hizo seguir por la carretera abandonada, hasta dejar atrás el árbol que antes veían a lo lejos. Siguieron un rato hasta que él llegó a ver un cortijo abandonado a o lejos, a él le pareció que estaba casi en ruinas.
-Es allí- Le dijo ella.
Él respiró aliviado. La chica estaba loca, y ahora lo llevaba al primer sitio que se le había ocurrido. Bien, la dejaría allí, le pegaría o algo… o incluso, y la idea volvió, la podría dejar muerta de un golpe. Sí, eso haría.
Pronto alcanzaron la vieja casa. No estaba tan en ruinas como a él le había parecido. De todas formas, seguía pensando lo mismo. Aparcó en frente del porche que no era más que un techado de caña frente a la puerta principal de madera vieja y rayada. Salieron del coche. Él viento le azotó árido en la cara a la vez que le aullaba en los oídos. Una ventana mal cerrada golpeaba fuerte a un lado de la casa. Se quedó de pie junto al coche, mirando como ella avanzaba hacia la puerta.
-Te voy a presentar a mi familia.- le dijo.
¿Qué? ¿Qué había dicho? ¿Su familia? Antes de que a su mente le diera tiempo a ordenar las palabras que ella acababa de pronunciar. La chica gritó:
-¡Ya he llegado!
La puerta se abrió y una niña de unos ocho o nueve años, completamente desnuda y descalza, con el pelo desgreñado, salió corriendo y gritando:
-¡Laura! Ya has venido.
No pareció sorprenderse nada del horrible aspecto de su hermana mayor. Tras ella, otra de unos diecisiete, salió también al encuentro. Llevaba un vestido muy viejo y también estaba algo despeinada. Esta no dijo nada.
Él se había quedado de piedra. Ella se llamaba Laura, eso lo había deducido, pero y qué, tampoco le importaba para nada. De pie junto al coche y frente a ellas sólo acertaba a mirar como un tonto a la hermana pequeña que llevaba unas tijeras en una mano y en la otra una muñeca rota y tuerta con el pelo a medio cortar.
Su mente había alcanzado uno de esos habituales momentos en los que podía quedarse totalmente en blanco por un largo tiempo. Después de un rato en el que los cuatro se miraron en silencio, consiguió decir:
-¿Vives solas? -Vivíamos con nuestro padre…- empezó Laura. -¡Pero papá fue a beber agua del aljibe!- Gritó la pequeña.
Las tres se rieron.
-Si, eso mismo.- Siguió Laura.
-Por eso te he traído, tú me recuerdas mucho a él.
Laura se desabrochó un botón de la camisa y le mostró a sus hermanas las increíbles contusiones e hinchazones que tenía por toda la cara el cuello y los hombros.
-¿Lo ven? Es como papá.
Las tres lo miraron sonrientes.
-Bueno, creo que yo…- Empezó a decir él, e hizo ademán de volverse para el coche, pero se quedó inmóvil cuando vio que la pequeña avanzaba decidida y sonriente hacia él. Le pareció totalmente una salvaje, casi parecía un animal.
Se paró en frente de él, que seguía mirando como un tonto. Y con un movimiento rápido y excepcionalmente fuerte para una niña de su edad, le clavó las tijeras abiertas entre las piernas, un poco más abajo de dónde brillaba maravillosa la enorme hebilla de su cinturón. Las tijeras no llegaron a calar del todo, pero cayó al suelo y se retorció se dolor. En cuanto estuvo en el suelo la niña volvió a lanzarse, incluso con más fuerza que antes, y si no llegó a darle en el mismo sitio, porque él intentaba defenderse mientras se retorcía si logró atravesar un par de veces los vaqueros y, con más facilidad la camisa. Antes, de que pudiera ponerse de pie y defenderse, Laura ya lo estaba atando con una fuerza y habilidad que denotaban cierta experiencia.
Mientras, la hermana mediana le chillaba a la pequeña:
-¿Por qué le has hecho eso? ¿Eres estúpida? Ahora lo has estropeado,
ya no podremos usarlo. ¿Tenías que clavárselas precisamente ahí?
-Estaba muy enfadada.
-Cállate, le gritó Laura. No la regañes más. Lo ha hecho muy bien. Si
no cómo lo hubiéramos podido atar, imbécil. ¿Cómo la última vez?
Se habría largado mucho antes. Deberías aprender de tu hermana. Además, no sufras, te aseguro que no era para tanto, no valía casi nada.- Y mientras le sonreía, terminaba de amordazarlo con la ayuda de la pequeña que le mantenía las tijeras abiertas muy cerca de la yugular. Si no lo hubieran amordazado, probablemente el chico no habría llegado a decir nada. Estaba petrificado, y su torpe mente no acertaba a reconstruir el modo en el que había llegado a esa situación. Atado y amordazado por la chica que había estado a punto de matar durante toda la noche anterior y su hermana pequeña de unos nueve años.
-Si, claro. Eso lo dices tú que eres la que siempre se divierte
-Seguía gritando enfadada la hermana mediana -.
-También soy yo la que trabajo.
Finalmente la mediana se dio media vuelta y entró en la casa dando un portazo.
-Bien, creo que te voy a presentar al resto de mi familia.
Mientras la niña seguía jugando con la muñeca, sentada en el suelo del porche. Laura agarró al chico, que seguía en el suelo, y lo arrastró hacia la parte de atrás de su casa. El camino estaba lleno de trozos de vidrio roto y cascos de botellas que le arañaban mientras ella lo arrastraba.
-Dime, ¿No te gustan los cristalitos, mamón? ¿No te gustan? A mi padre le encantaban, sabes.- Seguía gritando- Rompía aquí sus botellas cuando ya estaba suficientemente borracho y luego nos hacía recogerlos con las manos desnudas para darse el gusto de vernos haciéndolo. Pero dime, ¿No te gustan?- La mordaza ahogaba sus gritos aterrorizados.
Aunque atado, se resistía, y pesaba muchísimo, así que agotada, lo soltó a mitad de camino. Él se incorporó y logró sentarse sobre el suelo, mientras ella descansaba de pie. Entonces se fijo en que ella también llevaba botas.
Probablemente el tacón de su bota derecha fue lo último que llegó a ver con claridad.
Le pegó una increíble patada en la cabeza y lo tiró de espaldas.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta? ¡Pero si éste es tu juego!
Siguió dándole patadas una y otra vez. En el estómago, en la cabeza. Lo hizo rodar varias veces. Ni siquiera tenía fuerzas para gritar. Finalmente, le empezó a pisar la cabeza. Apretó un poco y luego lo dejó porque se dio cuenta de que él ya estaba inconsciente o muerto. Se sentó en el suelo muy cansada.
-Bueno, mamón. Creo que te presentaré a papá un poco más tarde. Se
levantó y lo dejó allí tirado, volvió a la casa. Al pasar junto a su
hermana le dijo:
-Ahí lo tienes. Puedes jugar con él.
Anochecía ya, cuando un coche aparcó junto al del chico. Bajó una chica vestida con uno de esos uniformes de cajera de supermercado, con la cara totalmente cubierta de maquillaje y los ojos pintados negros en un radio mayor al de su superficie real. Tocó a la puerta. Laura le abrió. Se había duchado y curado las heridas, y tenía un aspecto un poco mejor que por la mañana:
-Hola.- Dijo al abrir la puerta.
-Dios mio- Se asustó la chica del supermercado- Déjame adivinar.
Anoche saliste. Sonrió.
-Sí.- Laura le devolvió la sonrisa.
-Pues no vayas a faltar más a el trabajo porque lo vas a perder si
sigues así. Hoy les he dicho que estabas enferma, pero no van a tragar
siempre.
-Ya, es que yo ni siquiera me había acordado de que hoy era Lunes.
Gracias por taparme.
-Ya ves. No es nada.
La hermana pequeña salió con un cuenco de palomitas. La habían bañado y
peinado y tenía un aspecto menos salvaje.
-¿Quieres?
La cajera cogió un puñado.
-Venga, vete a la cama.- Le dijo Laura.
La niña volvió dentro de la casa.
-Uy… Veo a tu hermana muy feliz, y ese coche… yo diría que le
trajiste un juguete.- Sonrió irónicamente.
-Sí, un juguete que me vas a ayudar a llevar al aljibe.
-Cómo no. Siempre llego en los mejores momentos. Esta familia es lo
más divertido de esta mierda de ciudad.- Siguió sonriendo.
-Sí, pero ayúdame, pesa muchísimo.
Sólo tuvieron que seguir el rastro de sangre. El cadáver del chico estaba no muy lejos de donde Laura lo había dejado antes de confiárselo a su hermana. Yacía bocabajo. Laura le soltó la cuerda de las muñecas.
-Tú coge del otro brazo.
Lo arrastraron hasta la boca del viejo aljibe que estaba un poco alejado detrás de la casa.
-Espero que la tapa de este aljibe tuyo cierre herméticamente porque si no van a llegar un olor muy sospechoso hasta tu puerta.
-Vaya, lo dices como si fuese la primera vez…
Las dos se rieron.
Lo dejaron junto a la tapa y se detuvieron a charlar un poco. La cajera comenzó a tirar hacia arriba las palomitas que aun le quedaban en la mano y a cazarlas con la boca.
-Y bien. ¿Era guapo?
-Pues supongo que sí, ¿A ti que te parece?
La cajera echó un vistazo al cadáver.
-Quién sabe.
Lo hizo poner boca arriba de una patada.
-¡Dios, qué asco!
Laura miró boquiabierta el trabajo de su hermana, el chico tenía la cara cubierta de sangre pero se veían los cortes que su hermana le había hecho con las tijeras o con… no sabía qué.
-Tía, tú hermana es una salvaje.
-Sí, pero mira, es obediente, le dije que no tocara los ojos y me ha
hecho caso. Los del último me los encontré al día siguiente en un bote
de cristal de la cocina. Y esta vez no se ha llevado nada para jugar en
casa. Laura examinó que el cadáver conservaba aun todos los miembros.
-¡Oh, joder! Está enferma.
-No, es que no distingue el bien y el mal. Ella sólo juega.
-Ya, ¿Crees que estaría aun vivo cuando le hizo esto? Es como un
animal, si la grabáramos en video ganaríamos una pasta.
-Ni lo sé, ni me importa. Ayúdame a levantar la tapa.
Las dos comenzaron a deslizar la pesada tapa de piedra.
-No tienes miedo de qué un día se te revelen tus hermanas. La mayor
está ya crecidita.
-Sí, pronto saldrá ella de caza - Las dos sonrieron.- En cuanto a la
pequeña… Tú lo has dicho, es como un animal, así que sabe quien le da
la comida. Y cuando sea mayor que nuestro jefe la contrate para la
carnicería.
Mientras reían, abrieron la tapa del todo.
-El pardillo llevaba una pasta en la cartera, y supongo que tu novio
el mafioso me pagará bien por ese coche.
-Sí, sí, le diré que venga a recogerlo mañana, pero… dime, tú no lo
haces por eso, ni para que tu hermana se divierta, lo haces…
-Sí, para qué papá tenga compañía allí abajo. En realidad son todos
iguales, se merecen estar juntos, ¿No crees?
-Supongo que sí- Respondió la cajera mientras tiraba al aire su última
palomita.
Finalmente lo empujaron a la fosa del aljibe y corrieron otra vez la
tapa.
-¿No tienes miedo de que alguien venga a buscarlo? ¿Nadie os vio venir
juntos?
-No, es curioso. Salimos como fugitivos, él intentaba conseguir que
nadie nos viese. Me llevaba muy deprisa, apartándonos de la gente. En
seguida llegamos a su coche. Nadie se fijó en nosotros.
-¿Y eso? ¿Por qué lo hacía?
-Ni idea, pero me vino bien.
-Crees que pensaba matarte?
Las dos se miraron un momento y se echaron a reír, esta vez con mucha fuerza, mientras el viento aullaba y deformaba sus risas traviesas que se extendían agudas y chillonas por todo el descampado.