Autor: Robert Bloch The cure
Sería después de medianoche cuando Jeff se despertó.
La choza estaba a oscuras, pero por la puerta entraba un rayo de luna.
Al dar media vuelta vio a Marie, de pie, al lado de la hamaca.
Estaba desnuda.
La llama dorada de su cabello brillaba junto a sus blancos senos, y en
sus ojos bailaban puntitos luminosos.
Jeff extendió los brazos y ella se adelantó, sonriendo.
Entonces el cuchillo se abatió sobre él.
Jeff vio brillar el acero a la luz de la luna con el tiempo justo para
dar media vuelta. Se oyó un agudo chirrido cuando la hoja del machete
rasgó la grosera lona de la hamaca.
Luchó con ella. Sus manos resbalaban sobre aquella piel caliente y
sudorosa. Marie lanzó un gruñido sordo y volvió a descargar el machete.
La hoja se hundió en el tobillo de Jeff, que dio un grito.
Una sombra apareció en la puerta oscureciendo la luz de la luna, se
abalanzó sobre Marie y la sujetó por la espalda.
-¿Está bien, señor?
-Supongo.
Jeff se levantó ahogando un grito de dolor y encendió la lámpara.
Luis sujetaba a la desnuda muchacha por los brazos. Su expresión era
tranquila. Era un hombrecillo de cara morena y largo flequillo que bien
hubiera podido pasar por un muñeco de madera. Un muñeco de madera que
apoyaba su machete en la garganta de Marie.
-¿Sí, señor?
-¡No! -musitó Jeff-. ¡Eso, no!
Luis se encogió de hombros y dejó caer el machete, pero no soltó a la
mujer. Eu sus turbios ojos castaños no había expresión alguna.
Marie empezó a gimotear.
-¡Te mataré, Jeff, lo juro! Creías que yo no sabía nada, pero estoy al
corriente. El dinero ha llegado, ¿verdad? Tú y Mike lo tenéis. Pensáis
marcharos dejándome aquí para que me muera. Pero no lo consentiré.
Primero te mataré, te mataré…
-¡Eh! ¿qué pasa aquí?
Mike penetró en la choza, jadeando ligeramente tras la ascensión por la
escalera. Los miró fijamente.
Jeff se encogió de hombros Las palabras salieron con dificultad, pero
salieron:
-Es Marie. Está tarumba.
-Te atacó con un machete, ¿eh?
-Sí. Se ha creído que tenemos la tela y que pensamos largarnos
dejándola aquí.
-Quizá sea fiebre.
-Échale una mirada -dijo Jeff.
Mike contempló a Marie. Ella tenía los ojos en blanco y echaba espuma
por los labios.
-Me parece que tienes razón -suspiró Mike-. No es fiebre. ¿Qué hacemos
ahora?
-No sé. Habrá que vigilarla -Jeff se volvió hacia Luis-. Fue una suerte
que vinieras.
El indio asintió.
-Yo verla salir de choza con machete y seguirla. Ella tener mala cara.
Enferma de la cabeza, ¿verdad?
-Sí. Enferma de la cabeza. Tendremos que llevarla a la choza y atarla
al catre.
-Deja que nosotros nos ocupemos de ello -propuso Mike-. Será mejor que
tú te cures ese tobillo. Está sangrando una atrocidad. Si hubiera algún
médico por aquí…
Jeff lanzó un gruñido.
-Ella lo necesita más que yo. Hace semanas que lo veo venir. Éste no el
lugar para una mujer. No me extraña que haya perdido el juicio. Como no
llegue pronto la tela, todos vamos a acabar sonados.
Mike y Luis sacaron de la choza a Marie y la bajaron por la escalera.
Jeff, cojeando, se acercó al escritorio y empezó a buscar coñac. Quería desinfectar la herida. En aquel pantano de la jungla hasta un arañazo podía resultar peligroso. Encontró, al fin, la botella y se disponía a echar un chorro en la herida cuando volvió Luis. En la mano traía algo, un trapo untado, como una compresa.
-Yo curar -dijo-. Muy bueno.
-¿Qué es eso? ¿Uno de vuestros mejunjes indios?
En los opacos ojos de Luis apareció una sombra de reproche.
-Yo no ser indio, señor. Yo español, ¿no?
-Está bien, eres español. -Jeff se tumbó en la hamaca y Luis le
envolvió el tobillo. La compresa abrasaba-. ¿Cómo está Marie?
-Señor Mike atarla fuerte. -Hizo una pausa y preguntó-: ¿Por qué no
querer matarla? Ella casi matarte.
-No sabía lo que se hacía. Está mal de la cabeza.
-Pero ella herirte. Yo no permitir que nadie hacer daño al señor. Tú mi
jefe.
-Está bien, Luis. Eres un buen chico. -Jeff lanzó un suspiro-. Ahora
vete y déjame descansar.
El indio se deslizó al exterior y Jeff se hundió en un pesado sopor.
Debía ser media tarde cuando Mike volvió a subir a la choza. Jeff se
despertó y, al encontrarle allí, preguntó:
-¿Y Marie?
Mike dejó escapar un gruñido.
-Si escuchas atentamente, la oirás gritar desde aquí.
-¿Tan mal está?
-Tan mal. Berreando a pleno pulmón acerca del dinero. Si estos indios
entendieran nuestro idioma estaríamos listos. Tenemos que llevarla
cuanto antes a un médico.
Jeff se sentó, ap1astando un mosquito de un manotazo.
-No puedo viajar con esta pierna. Además, hemos de esperar el dinero.
Entonces podremos salir a la costa y embarcar en algún buque de carga
que nos lleve a Belén. Es una ciudad bastante grande y habrá
psiquiatras.
-¿Quieres decir que necesita un médico de la cabeza?
-Eso es -suspiró Jeff.
Mike le miró unos momentos.
-Me gustaría saber cuánto tardará en curar esa herida. Quizá lo mejor
sea llevarla ahora. El dinero puede tardar todavía un mes. No podemos
tenerla atada ese tiempo.
-Ya te he dicho que ahora no puedo viajar.
-No tienes que viajar -contestó Mike-. Podríamos llevárnosla a Belén
Luis y yo.
-¿Dejándome a mí solo?
-Alguien tiene que quedarse aquí esperando el dinero.
Jeff miró a su socio entornando los ojos.
-¿Te fiarías de mí?
-¿Por qué no? -sonrió Mike-. Somos camaradas, ¿no? Hicimos el trabajo
juntos. Claro que me fío de ti. ¿Acaso tú no te has fiado de mí por lo
que se refiere a Marie? -Mike se secó el sudor de la frente-. Hagamos
esto. Luis y yo llevaremos a Marie en la piragua hasta Santarem. Desde
allí, nos dirigiremos a Belén en barco. Aún nos quedan unos mil. Con
eso bastará. Untaré al capitán y nadie se fijará en lo que diga Marie.
Cuando lleguemos a Belén, buscaré un buen médico de la cabeza y la
dejaré en sus manos. Seguramente habrá alguna clínica donde ella pueda
quedarse. Cuando tú recibas el dinero, ya estará curada. ¿Quieres que
lo hagamos así?
-Bueno -suspiró Jeff-. Hagámoslo así.
Y así lo hicieron. Mike, Marie y Luis partieron a la mañana siguiente.
Luis no acababa de ver claro; pero escuchó muy atentamente las
instrucciones que le dio Jeff y prometió volver para informarle tan
pronto como fuera posible.
-Tú descansar -dijo a Jeff gravemente-. Yo decir mujeres cuidar y darte
de comer. No preocuparte, ¿eh?
Jeff asintió. Cuando los otros se marcharon, se quedó amodorrado.
Fueron transcurriendo los días y Jeff seguía amodorrado. Las mujeres
del poblado iban a llevarie comida. Limpiaban la choza y le abanicaban
con hojas durante las horas de calor. Periódicamente, le cambiaban las
compresas.
Pero la herida debió infectarse, pues la fiebre reapareció. Jeff, echado en la hamaca, mientras escuchaba el ruido de la lluvia, trataba de convencerse de que nada de lo que le estaba sucediendo era real.
Pero era real; tenía que serlo.
Te pasas un año planeando el golpe al coche acorazado, con la ayuda de Mike, seguro de que no puede fallar. Prevés todas las contingencias y hasta encuentras la forma de poder huir con el dinero. Pero ¿y entonces? Si uno es listo, puede hacer una buena faena sin que le pesquen; pero las complicaciones vienen después, cuando llega el momento de deshacerse del botín. Reconocen los billetes y acaban por dar contigo.
Al fin cunsigues hacer una combinación. Te pones en contacto con un individuo llamado González que vive en Cuba, el cual se aviene a cambiar los dólares por pesos si se le cede la tercera parte del botín.
Entretanto, tienes que esconderte. En Cuba no, pues las cosas podrían torcerse; ni en ninguna ciudad. Después de pensarlo bien, decides enterrarte en un lugar apartado, donde nadie que tenga dincro o sentido común pueda pensar en ir. Las regiones pantanosas del interior del Brasil, la jungla. Decides esperar allí a que González te mande la mercancía.
Das el golpe. Todo sale bien; aunque sea preciso liquidar a uno de los guardianes que van en el coche. Tienes preparado un pasaporte falso, te embarcas en un vapor de carga y llegas a Porto de Moz.
Allí, en la playa, tienes la suerte de tropezar con un indio medio tonto llamado Luis, le caes simpático y él se empeña en convertirse en tu criado porque le has comprado el primer par de zapatos que ha tenido en su vida. Le tratas como si fuera español, en vez de indio, y esto hace de él tu esclavo. Se ofrece para llevaros, a ti y a tus amigos, en una piragua río arriba hasta su poblado. Está orgulloso de volver a casa con tres norteamericanos. Ahora es un hombre importante. Os instala en sendas chozas y todo lo que hay que hacer es esperar a que el correo traiga el dinero.
Hasta aquí, todo resulta sensato.
Pero ¿por qué trajiste a Marie?
En primer lugar, porque ella quiso venir y en segundo lugar porque tú la querías a ella. En realidad, fue por ella, por Marie, por lo que diste el golpe. La querías y estabas decidido a conseguirla, porque era la mujer más hermosa del mundo. No una desgraciada, sino una estrella de televisión. Tenía clase. No se ensuciaba las manos con pelagatos. Se necesitaba buen dinero para conseguir sus favores.
Le hablaste de un trabajo y le prometiste el oro y el moro. En América del Sur podría vivir como una reina. Y te la llevaste porque tenías miedo de dejarla. Y la trajiste aquí.
Aquí, donde llueve durante todo el día y los mosquitos son un tormento.
Aquí, donde las chozas están construidas sobre unos postes metidos en viejas latas de petróleo, para impedir que entren las hormigas. Pero las hormigas entran, de todos modos. Y pican. Y también pican los peces del río, de modo que ni siquiera puede uno bañarse. Y, por las noches, los indios hacen sonar tambores y flautas. Aquí se suda, se tirita de fiebre, se come carne de cabra, se bebe coñac y se espera. Luis se esfuerza en ser un buen criado, pero no es más que un indio estúpido, aunque hable inglés. Se va a la selva con los demás y puede que hasta beba sangre y use flechas envenenadas.
¡Pero todo eso fue un disparate!
Un enorme disparate. No era de extrañar que Marie perdiera el juicio.
Semana tras semana esperando que llegara el correo con el dinero, mientras la lluvia repicaba en el techo de la choza y en tu mismo cráneo hora tras hora, día tras día, noche tras noche.
¿Dónde estaba el maldito correo? ¿Dónde estaba Luis? ¿Dónde estaba Marie?
Por fin cedió la fiebre y Jeff recordó dónde estaba Marie. Estaba en Belén, con Mike y Luis. Ojalá hubieran encontrado un buen médico para que ella sanara pronto. En cuanto pudiera salir de la jungla se repondría. Pues la jungla no es sitio para una mujer. Resultaba gracioso que no le guardara rencor por haberle atacado con el machete.
Cuando uno pierde la razón, no sabe lo que hace.
Y Jeff estaba seguro de que también él se volvería loco si no llegaba pronto el dinero. Puesto que el tobillo estaba ya curado, él se pasaba el día sentado a la puerta de la choza, con la mirada fija en el río.
Aquella espera era horrible. No tenía nada que hacer. No tenía a nadie con quien hablar, y sólo le quedaba una botella de coñac.
Hasta que, una noche, comprendió que iba a estallar. Entonces decidió echar mano del coñac. Hacía una semana que apenas podía dormir. Quizás el coñac le hiciera bien. Si no, al día siguiente emprendería él solo el viaje hacia la costa. No podía resistir más.
El coñac era como el fuego y como la luz de la luna. Era como los tambores que resonaban en el calvero. Jeff se emborrachó, se emborrachó de tal modo que volvió a olvidar que Marie, Mike y Luis se habían marchado. No encontraba los zapatos. Empezó a gatear por la choza, buscándolos. Luis los habría guardado.
-¡Luis! -gritó-. ¡Luis!
Y, de pronto, apareció Luis.
Allí estaba Luis; no tenía que preocuparse. Jeff se puso en pie,
bamboleándose, y se quedó mirando al hombrecillo de ojos terrosos. ¡El
bueno de Luis! ¡El criado perfecto! Él se ocuparía de todo, ahora que
había vuelto…
¡Había vuelto!
Jeff se despejó instantáneamente.
-¿Qué ha pasado? -murmuró.
Luis se encogió de hombros.
-Cosas malas, señor.
-Marie, ¿le ha ocurrido algo a Marie? -preguntó Jeff agarrándose a la
mesa.
-Ella estar perfectamente -dijo Luis.
Jeff se tranquilizó.
-Bien, entonces podré soportarlo. ¿Qué pasó? ¿Acaso González nos
traicionó?
-No, señor. Señor Mike lo tenía en la piragua. Ellos creían que yo
dormir, pero yo vi cómo lo contaba mientras bajábamos por el río. Él
decir a tu mujer que el correo llegar antes de salir ellos de aquí.
Ahora él huir con ella después de matarme a mí.
-Rata asquerosa…
-Por favor, señor, no alarmarse. Entonces señor Mike arrastrarse hasta
mí con su cuchillo, para matarme. Pero yo estar despierto y esperando
con machete preparado. Luchamos. El dinero caer al río. Qué pena,
¿verdad? Pero tu honor estar salvado. Yo matar señor Mike.
Jeff rompió a sudar.
-Comprendo. El dinero se fue. El traidor de mi socio se fue. ¿Y Marie?
-Ella estar bien. Yo hacer lo que tú querías.
-¿La llevaste tú solo a Belén?
Luis se encogió de hombros.
-Por favor, señor, Yo ser un hombre sencillo. No tener educación para
ir solo a Belén. Yo atarla y volver río arriba. Llevarla a poblado
amigo. Allí encontrar el médico.
-¿En la jungla? Pero…
-Mira. -Luis abrió un paquete que sacó de la pechera y un objeto rodó
sobre la mesa-. Mejor que en Belén. Un buen trabajo, ¿no?
Jeff miró fijamente aquel objeto. Desde luego, era un buen trabajo. La cabeza de Marie no era mayor que una naranja.