Me hallo sobre una gran ciudad, una más, una de tantas.

Fijo mi vista en un punto cualquiera y me precipito hasta él, decelerando progresivamente hasta que alcanzo mi objetivo: la ventana de un vulgar y vetusto edificio, donde observo a un varón de 30 y tantos, de greñas caídas y aceitosas, que viste una rebeca azul marina.

Me ubico frente a él y le observo, está triste.

Su mano no cesa de trazar lineas que aparentemente carecen de sentido, pero pasados cinco largos minutos se sobreponen, circunvalan y aislan, dando el placer de observar una hermosa mujer, que embelesa con su efigie.

El sujeto está sumido en pensamientos frente a su obra, cuando una lágrima se lanza al vacío desde su ojo derecho, sometiéndose a las leyes de la naturaleza.

El acto suicida está iniciado ya, nada ni nadie podrá hacerla volver atrás.

Ésta es libre por breves instantes, soñando con el mundo idealizado que le ha sido inculcado por su poseedor, del que ahora escapa impasible.

De repente todo se trunca, lo que es una completa unión se fisiona en multitud de fragmentos.

Toda la energía de dicha unidad se libera, dejando una pequeña mancha en el papel cómo único recuerdo de su existencia.

Frota sus ojos cristalinos con su mano; recuerdos acontecidos le sobrevienen sin dar explicación alguna para dejarlo de nuevo ante la realidad que tanto le atormenta.

El hombre deja de gimotear, abre la gaveta de su escritorio y haciendo ademán de valentía empuña una pistola plateada y la dirige a la sién.

Durante unos segundos permanece inmóvil, indeciso. Me recreo por momentos en sus remilgos titubeantes, dilemáticos.

En contra de mis pronosticos iniciales, baja el brazo, logrando confundirme, más respira profundamente y reincide en la posición anterior.

La situación se hace insostenible. Su frente está sudorosa y palpitante, elucubrando sin cesar, quizá alguna otra salida.

Finalmente opta por oprimir el gatillo, sacrificandose sin más dilación.

Veo el cuerpo inerte regado en sangre que emana de la sién y observo cómo el alma se desprende de aquel cadáver que hace segundos vacilaba.

Ahora él puede verme, sorprendido, como antaño yo lo estuve, y cuando me pregunta que acaba de suceder no puedo más que decirle: Estás muerto.