Llamadas a media noche
-Anoche tuve un sueño muy curioso. Caía esa típica lluvia fina, que te empapa sin darte cuenta, y había un hombre, vestido con una amplia gabardina gris, corriendo desesperado por las calles de una ciudad oscura, desierta y sucia. Apenas pude verle el rostro; incluso me dio la impresión de que podría ser yo, pero la escena se desarrollaba en tercera persona, así que deseché esa posibilidad. De cualquier modo, aquel hombre estaba en peligro. Huía. No sé de qué o de quién, pero parecía realmente desesperado. Corría alocadamente, sudando, tropezando y resbalando a menudo, y miraba hacia atrás como si temiera que quien o “lo que” le perseguía estuviese a punto de alcanzarle en cualquier momento. Finalmente, llegaba a un callejón lleno de basura, que recorría a grandes zancadas, y al salir, miró hacia atrás, y se dirigió a una cabina telefónica. En ese momento, desperté.
-Sí que es curioso -comentó Gustavo -¿y dices que despertaste justo
en ese momento?
-Justo, sí, cuando él corría hacia la cabina.
-Yo diría que el ser perseguido por alguien en un sueño es un símbolo
de deseo sexual no satisfecho, posiblemente de tipo anal.
-Eso es repugnante. Tú siempre lo achacas todo al sexo. ¿Quieres dejar
de citar a Freud como si fuera Dios?
-¿Es que no lo es? -respondió sonriendo.
-Venga, ¿no le encuentras otra explicación?
-No soy especialista, pero puedo preguntar, si te importa tanto.
-Hazlo, por favor.
Al día siguiente regresé al mismo bar, a la misma hora. Encontré
rápidamente entre los contertulios a Gustavo Aranzana, junto a su
inevitable vaso largo de whisky, y me invitó a sentarme a su lado.
-Tienes mal aspecto. ¿Otra bronca del apoderado?
-Ojalá. Eso sería explicable.
-¿Me vas a contar otro de tus sueños? Ya me empiezo a sentir como un
mago de la tele.
-Es que esto es realmente extraño. ¿Recuerdas lo que te conté ayer?
Pues hoy se ha vuelto a repetir, sólo que esta vez era más nítido. Era como en una película. Un sujeto con una gabardina corría por una calle, estaba sudoroso y alguien le perseguía. Esta vez casi puedo ver al perseguidor.
-¿Le viste? ¿Quién era?
-No lo sé. Casi puedo verle, pero no le vi. Fue más una sensación,
como si yo supiera quién era, pero sin verle, era como si estuviera
justo observándome. Si se para un solo segundo y mira hacia atrás, lo
hubiera visto, ¿entiendes?
-Pues si no te aclaras más…
-Esto no es fácil. Verás, es que me pareció como si fuera “algo” y no
“alguien”. Algo terrorífico, extremadamente malvado, y que desde luego,
sólo quería la muerte del hombre de la gabardina.
-Ya, ya…
-Espera, hay más. Esta vez llegó a aquella especie de plaza al final
del callejón. El callejón estaba lleno de cubos de basura, muchos
desperdigados, y en la plaza había varios automóviles, pero me dió la
impresión de que estaban abandonados, como llenos de óxido, el capó
levantado, sin puertas ni cristales, ya sabes. En el suelo había una
especie de niebla, como cuando en invierno sale humo de las
alcantarillas. Bueno, pues este hombre entró corriendo en la cabina, y
comenzó a marcar un número. Y en ese momento, desperté.
-Tal vez llamaba a la policía.
-Yo creo que buscaba ayuda, pero no la de la policía.
-Mira, tal vez sea un grito desesperado de tu subconsciente, está
claro que buscas la ayuda sexual de alguien. ¿Has vuelto a llamar a tu
mujer desde el divorcio?
-Claro que no, y no me parece gracioso. Yo estoy alterado. Mira, me
tiemblan las manos al recordarlo.
-¿Por esta tontería? Hay peores sueños.
-No lo entiendes. Era la angustia, la excitación, el terror de esa
persona… de alguna manera, creo que yo también lo sufro.
-¡Pero si sólo es un sueño!
-Sí. Tal vez tengas razón… -admití.
No volví a ver a Gustavo hasta el lunes. Seguro que notó enseguida algo extraño en mi rostro, porque se puso en pie entre toda la gente, y me invitó a sentarme junto a él, a pesar de que ya estaba muy bien acompañado.
-Venga, siéntate. No te ha sentado bien el fin de semana, ¿eh? Porque
entonces no te pediré otra copa.
-No es eso, no es eso…
-¿Vas a hablarme otra vez de tu extraña pesadilla?
-¿Qué pesadilla? -comentó Karmentxu, la novia más reciente de
Gustavo.
-Creo que Ramón tiene una pesadilla recurrente.
-¿Por qué no nos la cuentas? Yo sé algo de interpretar los sueños -
dijo Karmentxu, apagando el cigarrillo.
-¿De veras? -dije, sin saber muy bien qué clase de sonrisa sardónica
dibujaba ya mi rostro. -No creo que sirva de nada, pero te lo contaré
de todas formas. Se trata de Albert Amstrad, y algo horrible le
persigue de cerca.
-Cada vez tienes más detalles, ¿eh? Ya le has puesto hasta nombre a tu
personaje -sonrió Gustavo.
-Yo no se lo he puesto. ES su nombre -contesté, algo molesto.
-Pues a mí eso de Amstrad me suena a radio barata.
-Tal vez, tal vez… -negué con la cabeza.
-Pero continúa, por favor -pidió Karmentxu.
-Albert corre desesperadamente por la calle. Por su rostro de piel
clara caen gruesas gotas de sudor. El pelo, rubio, lo lleva muy
revuelto y sucio. Viste una gabardina gris, bajo la que lleva un suéter
de color negro. Está mareado, tal vez malherido, porque va
tambaleándose, tropieza y a veces cae al suelo. Las calles están
mojadas, es de noche en una ciudad desierta, sucia y metálica. Me
pareció familiar, pero no sé por qué. Sólo hay grandes edificios a su
alrededor, y muchos de ellos están vacíos, sin ventanas, parecen como
bombardeados. Corre mirando hacia atrás, y tropieza con un contenedor.
A duras penas puede levantarse, vuelve a mirar hacia atrás, y siente que quien le persigue está muy cerca. Desesperado, se introduce en un callejón estrecho, rodeado de cubos de basura maloliente. Resbala en un charco, se levanta, y por fin sale del callejón, llegando a una pequeña plaza, semejante a un patio interior, donde hay varios coches abandonados, sin ruedas ni cristales, llenos de óxido, hace mucho que han perdido su color original. Pero a un lado hay una cabina telefónica. Se introduce en ella y marca un número. Se queda esperando.
Se oye cómo suena el teléfono, pero nadie lo coge. Mientras tanto, el perseguidor está ya muy cerca. Albert tiene frío, y miedo, está muy nervioso, tiembla y respira con dificultad, sin resuello, mientras oye una y otra vez el timbre del teléfono al otro lado…
-Sí que da miedo -comentó Karmentxu, aprovechando una pausa mía para
beber agua. -Parece una película de suspense. ¿Y nadie coge el
teléfono? ¿a quién estaba llamando?
-Esperad. Esto no es todo. El sueño se cortó aquí hace dos días,
porque justo en ese momento, yo me despertaba.
-Has dicho hace dos días. ¿Ha pasado algo más desde entonces?
-Ayer pude ver algo en los ojos de Albert, mientras temblaba dentro de
la cabina. Fue sólo un instante, como de pasada, pero eran unos ojos
azules, casi grises, y parecía… como si me estuvieran mirando a mí
directamente! Era como si esperara algo de mí. Desperté temblando,
empapado en sudor. Fue espantoso. Y aun peor fue hoy.
-¿Peor aun?
-Dios. -Bebí otro trago de agua. Tenía la boca reseca. -Albert
esperaba una y otra vez mientras temblaba, escuchando los timbrazos del
teléfono al otro lado de la línea. Estaba muy nervioso, mirando hacia
todas partes. Y yo… esta mañana… cuando me desperté… ¡mi propio
teléfono estaba sonando! Llevaba un buen rato sonando, lo sé, porque…
¡lo había estado oyendo en sueños!
Sólo pude percibir un ligero intercambio de miradas entre Gustavo y su
novia, pero finalmente fue él quien me sorprendió, encogiéndose de
hombros:
-¿Y qué?
-¿C¢mo que “y qué”? ¿Es que no lo entiendes? ¡Me estaba llamando a mí!
¡Albert me estaba llamando!
-¿Cómo que Albert te estaba llamando? ¿Pero qué dices?
-No lo sé. Oh, Dios, no lo sé. Suena absurdo, pero es así. No me
atreví a levantar el auricular. El teléfono sonó, y sonó, y sonó, hasta
que casi me volvió loco. Tuve que desconectarlo.
-¿Pero qué te pasa, hombre? Sería cualquiera, menos ese de tu sueño.
¿No entiendes que esto te ha afectado? Seguro que era tu jefe, apuesto
a que llegaste tarde otra vez esta mañana.
-No, no… bueno, sí. No lo sé. Llegaba tarde, pero no era él. Estoy
seguro.
-¿Y c¢mo puedes estar seguro? Tenías que haber cogido el teléfono.
Supongo que al llegar a la oficina, le preguntaste a él si te había llamado.
-No.
-¿Lo ves? Seguro que era él. O a lo mejor era tu ex-mujer, vete a
saber. ¿No ves que podía ser algo importante?
-Gustavo tiene razón, -intervino Karmentxu -esa pesadilla te ha
afectado más de lo que creías. Tal vez debas visitar a un psicólogo.
Tengo una amiga que podría ayudarte. Mira, tengo aquí su teléfono…
-Dejaos de psicólogos. No estoy loco. No necesito ningún maldito
loquero para que me diga lo que ya sé.
-¿Y qué es lo que sabes? Venga, hombre. Déjate de tonterías. Ese sueño
no tiene nada que ver con tu teléfono. ¿Y si era tu madre, que se ha
puesto mala? Vaya disgusto que te llevarías por no haberlo cogido.
Deberías llamarla, para asegurarte.
-No… bueno, sí, tal vez. Mirad, ahora mismo tengo algo de prisa,
¿vale? Ya nos veremos.
-Eh, venga, cuídate, y la pr¢xima vez no tengas miedo del teléfono,
que no muerde -rio Gustavo.
-Vale, venga, hasta mañana.
-Hasta mañana.
Me levanté nerviosamente, me parece que derramé algún vaso en una mesa cercana, pero me dio igual, salí de aquel bar, que ya comenzaba a asfixiarme. El ambiente cargado me recordaba la opresiva sensación de mi sueño. No sé por qué no quisieron creerme, siendo tan evidente.
Albert me llamaba, y yo tenía miedo de responder. ¿Por qué? No lo sé, pero estaba atrapado en un dilema: no le podía dejar allí esperando, pero por otro lado… ¿cómo podría ayudarle?
Esa noche traté de no dormir. No sé por qué, pero el terror me había inmunizado contra el sueño, y de algún modo no pude sino agradecerlo.
Sin embargo, la naturaleza es más poderosa que los deseos de uno, y ya debían ser más de las seis y media, cuando caí dormido sin poder evitarlo. El sueño llegó a mí rápidamente…
“… corría desesperado por la calle, mirando nerviosamente hacia atrás. Oh, mierda, ya está muy cerca, muy cerca, sé que está jugando conmigo al ratón y al gato, que podría alcanzarme en cuanto quisiera, y que sólo espera que yo deje de huir para atraparme. A mi alrededor, las calles vacías parecían burlarse de mí, mirando con los ojos negros de las ventanas rotas. De pronto, me giré bruscamente hacia la izquierda, entrando en un callejón. No estaba seguro de a dónde conducía, pero era una oportunidad, una miserable oportunidad entre un millón.
El callejón era estrecho, y estaba sucio. Rodeado de montones de cubos de basura, malolientes, mojados, llenos de rebosante inmundicia que hacía aún más resbaladizo el suelo, ya empapado con la constante lluvia. Pisé algún charco, y mis pantalones quedaron rápidamente empapados, sucios de agua negra y pestilente. Pero seguí corriendo, el costado ya comenzaba a dolerme por el esfuerzo, la vieja herida se había abierto otra vez. ¿Y si no me había visto entrar…? Todo era posible, sí, ¿por qué no? Sentí que tenía una oportunidad, y me aferré a ella como a un clavo ardiendo. Resbalé, caí junto a un contenedor de basura, y me puse en pie trabajosamente, pero lo más deprisa que pude.
Mierda, un par de segundos perdidos, podrían ser preciosos. Ya lo tenía otra vez detrás, seguro, seguro.
Por fin llegué al final del callejón. La loca esperanza creció en mi interior cuando divisé la cabina, haciendo bombear adrenalina directamente al corazón. ¿Y si funciona? Oh, sería magnífico, si tan sólo pudiera darme tiempo a intentarlo, si tan sólo pudiera levantar ese auricular, estoy seguro de que ya no podría alcanzarme, estoy seguro de que…
Sí! Una cabina, y no estaba destrozada. Entré a trompicones, levanté el auricular y escuché el tono de llamada, música celestial. Aún no estaba a salvo, pulsé nerviosamente los botones, los dedos temblaban furiosamente sobre el teclado, y no sé si me confundí, pero ya era tarde para colgar e intentarlo de nuevo. La suerte estaba echada. Sé que estaba detrás de mí, y sentí que me había localizado, quizá espiando unos pocos pasos más atrás, riéndose de mis esfuerzos en balde… miré hacia todas partes, pero no le vi. De todas formas, estaba allí mismo, acercándose… Mierda, nadie coge el teléfono, nadie lo levanta… vamos… contesta, maldita sea, coge ese maldito teléfono de una vez… que ya está aquí… que ya viene… vamos…”
Desperté sobresaltado. El teléfono estaba sonando otra vez. Cuando me incorporé, mi coraz¢n latía desbocado, y tuve que hacer un esfuerzo para no golpear el aparato. ¿Y si al darle un golpe se levantaba el auricular…? Con enorme preocupación, me di cuenta de que el corazón seguía latiendo fuerte y deprisa, y que no dejaba de hacerlo. Pensé que estaba cerca del infarto. Dios. ¿Cuántos timbrazos ya? Había contado siete… ocho… nueve… más los que había oído ya en sueños… No puedo cogerlo, no puedo… once… doce… ¿Por qué no cuelga? ¿Por qué insiste? Trece… catorce… Por favor, que cuelgue, que cuelgue, date por vencido, vamos, no voy a contestar… dieciséis… diecisiete… dieciocho… ahora sí que tiene que colgar, ahora… pues no… veintiuno, veintid¢s…
Levanté el auricular. Mi mano temblaba furiosamente y tuve que tranquilizarla, agarrándomela con la otra. Casi podía escuchar la sangre latiendo en las sienes junto a mis orejas. Pero por el auricular no se oía nada aún, y lo llevé lentamente hacia la cara… Temblando cada vez más…
-¿Diga?
-¿Es Ramón Iturbe?
-Qué raro que Ramón no venga hoy.
-A lo mejor se enfadó después de lo de el otro día -dijo Karmentxu.
-¿Por qué iba a enfadarse? No le dijimos nada malo.
-Estuviste un poco grosero, tú.
-¿Yo? Pues no fui yo quien le aconsejo que viera a un psiquiatra.
-No es un psiquiatra, sino una psicóloga, y además, es una amiga mía.
-Bueno, ¿sabes qué? Que ya se le pasará -dijo Gustavo.
-Si tú lo dices… pero es raro que no haya venido.
Ramón corría desesperado por la calle. No le costó mucho reconocerla, aunque estaba algo cambiada. Era Bilbao, sí, pero era distinto. Los edificios, altos, grises y sucios, aparecían semi derruidos y huecos, como si les hubiera caído una bomba; las calles estaban llenas de cascotes y desperdicios, coches abandonados y llenos de óxido, y en el cielo gris plomizo caía una lluvia ligera pero que calaba hasta los huesos. Sabía muy bien que no iba a encontrar ayuda en ninguna parte, que nadie saldría a su encuentro para socorrerle. Corría desesperado, casi doblado por el fuerte dolor del costado, y sabía que algo innombrable, demasiado espantoso como para conocer cara a cara, le estaba persiguiendo sin tregua, y que su única posibilidad, una sola entre un millón, era encontrar una cabina, una sola cabina que aún funcionase… y que alguien cogiese el teléfono al otro lado.