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    Los atrae la lluvia

    LOS TRAE LAS LLUVIA

    Un hombre, 42 años y solo. Su casa no era muy grande, pero tenía un parque enorme. Se podría decir que la casa ocupaba un cuarto del total del terreno. Era de madera, pero con una particularidad: el frente y la pared que daba al fondo estaban hechos de muy grandes ventanales de vidrio, que con cortinas querían guardar la privacidad, aunque no lo lograban.

    A pesar de ser una persona miedosa, el arquitecto, encargado de la construcción, había logrado convencerlo para hacer la casa de esa manera.

    Las primeras noches las había pasado muy mal. Para atravesar desde la habitación, todo el living, hasta el baño, corría. Sin mirar los vidrios. No podía soportar la idea, de que dentro de toda esa oscuridad, podía haber alguien observándolo, o tal vez apuntándole con un arma. Y para peor, el fondo de la casa estaba todo alambrado, de manera que el que quisiera podía entrar. Y para mucho peor, al lado izquierdo del terreno, había un cañaveral.

    Pero con el tiempo, finalmente se acostumbró. Ya no tuvo miedo de levantarse en la noche. Podía disfrutar de la hermosa vista que daba el jardín, lleno de plantas, iluminado por la Luna.

    El único problema fueron siempre las noches de lluvia. Alrededor de la medianoche empezaba todo. Escuchaba ruidos, movimientos en el cañaveral. Hasta en el fondo de la casa. Esas noches si que no iba al baño. Era imposible. Se quedaba en la cama, tapado hasta la cabeza, con los ojos cerrados lo más fuerte posible… hasta que se dormía. Al otro día ya todo había pasado, y se sentía estúpido. Aunque siempre encontraba hojas de caña, y hasta a veces el alambrado un poco doblado. Pero siempre se dijo que era producto de los gatos, que había a montones. Pero si había otra noche de lluvia volvía a hacer lo mismo, y no había gato que lo tranquilizara.

    Finalmente, una noche de esas, no pudo aguantar más y tuvo que levantarse. Llovía mucho. Primero pasó corriendo, como solía hacerlo los primeros días. Pero al volver, algo le dijo que debía mirar. No sabía por qué, pero tenía que hacerlo. Y así, cuando volvía a su habitación, paró en el medio del living. Con los ojos cerrados dirigió la cabeza hacia el parque. Los abrió de golpe… por supuesto, no vio nada, estaba demasiado oscuro. Dejó escapar un suspiro de alivio, pero el alivio no duró mucho. En el momento en que un relámpago lo iluminó todo… allí estaban. Eran más o menos nueve personas. Todas mirándolo, muy cerca del vidrio. Mujeres y hombres. Algunos ya viejos, otros no tanto. Había una niña y un niño. Todos mojándose y con caras muy serias, una familia entera. Algunos vestidos como granjeros o algo parecido, de tez gris ceniza y ojos oscuros. Cualquiera lo asustaba, pero la niña era lo peor. Abrazaba un osito de peluche marrón, tenía un vestido rosa y esa expresión en el rostro… tal vez parezca tonto, pero realmente hubiera asustado a cualquiera de ustedes en esa situación. No pudo verlos más de un segundo, pero fue suficiente. Cuando todo volvió a la oscuridad no supo qué hacer. Entonces corrió a la habitación, cerró la puerta con llave, y se tiró en la cama. Deseó que todo hubiera sido producto de su imaginación. Se tapó hasta el ultimo pelo de la cabeza. No podía dormir, y estaba realmente muy asustado. Pero, ¿que iba a hacer? Claro, podía llamar a la policía y decir “Hay una familia de granjeros en mi jardín”, pero era demasiado increíble.

    Después de casi una hora de insomnio decidió levantarse. Así no iba a poder pasar la noche, tenía que volver a mirar. Tenía que asegurarse de que estaba equivocado. Abrió muy despacio la puerta de su habitación, y asomó la cabeza para poder echar un vistazo al jardín. Vio esa profunda oscuridad otra vez, donde no hay forma de saber lo que allí se esconde.

    Entonces prendió la luz del parque… y nada. Esta vez no había nada, y seguramente la primera había sido igual, pero producto del miedo que tenía, había imaginado toda esa situación.

    A la mañana siguiente no faltaron las hojas de caña, pero esta vez llegaban muy cerca de la casa.

    Seguía lloviendo, así que se fue a la casa de un amigo, al que le dijo que estaban haciendo arreglos de cañerías en su casa, y si por favor se podía quedar unos días. Bueno, no volvió hasta dos días después, cuando la tormenta ya estaba bien olvidada. Halló más hojas y el alambrado muy bajo, pero, tal vez por conveniencia, se lo atribuyó otra vez a los pobres gatos.

    Ese mismo día lo primero que hizo fue pasar al cañaveral, cuchillo en mano. Lo recorrió de punta a punta y no encontró la más mínima pista de una familia de granjeros, solo gatos y un par de ratas muertas. Llegó la noche, y durmió en paz. No llovió, y tampoco sintió necesidad de levantarse, aunque lo hubiera hecho sin problemas.

    Pero tampoco sentía necesidad de hacerlo la siguiente noche de lluvia, aunque lo hizo igual. Pasaron varias semanas hasta que ésta llegó, y la esperó con temor.

    Esa lluviosa noche volvió a sentir ruidos, aunque esta vez eran más suaves. Sintió como pequeños pasos se acercaban a la casa. Y también sintió cuando golpearon en el vidrio que daba al parque. No fueron golpes fuertes, pero bastaron para hacerle latir el pecho. Sonaron como quien golpea una puerta para ver si hay alguien en casa. Asustado como de costumbre, se levantó. Casi sin pensarlo prendió la luz que iluminaba el jardín. Allí estaba la niña, acompañada del osito, y llorando… Abrió la puerta, y ella se acercó. Lo tomó de la mano, y lo llevó casi a ciegas al cañaveral. Él no pudo decirle no. Entraron, y ya no llovía. La noche se hizo día, y ya no había más cañas. Ahí fue cuando notó que la piel de la niña ya no era gris ceniza, y que era una niña realmente hermosa. Las lágrimas se habían borrado, y parecía estar feliz.

    Todo estaba cubierto por pastos dorados. El cielo era azul brillante, con algunas nubes muy blancas, pero sin sol. Y en el medio del lugar estaba toda la familia. Estaban en ronda, y alguien estaba acostado en el centro. Era un hombre de más o menos su edad. Parecía durmiendo, o tal vez muerto, pero estaba en paz. Se acercó, se dio cuenta que todos parecían estar felices, hasta el presunto difunto. Miró al suelo, miró bien a la persona que allí se encontraba… era él. Todos lo observaban como preguntándole algo. Se levanto del suelo y les devolvió la mirada.

    Su hija puso el oso en sus manos. Quería jugar, siempre le había gustado hacerlo… aunque, como era granjero, no tenía demasiado tiempo para compartir con ella.

    Publicación June 12, 2021
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