PLAZO
Cuando nació, la muerte le tapó las narices con dos dedos.
Solo un momento, para que se acordase.
Cuando tenía diez años, la muerte volvió. “¿Qué quieres hacer en tu vida?” preguntó.
“¡Quiero salir a probar cosas!” dijo el niño.
“Quiero dar la vuelta al mundo y escribir un libro.”
“Sí, amigo mío”, dijo la muerte.
Cuando tenía veinte años, la muerte volvió.
“¿Cómo va el libro?”, preguntó.
“¡Tranquilízate!” dijo el joven.
“Tanta prisa no tendrá.
Antes de nada quiero divertirme un poco ahora que soy joven. Más tarde habrá tiempo para escribir.”
“Sí, amigo mío”, dijo la muerte.
Cuando tenía treinta años, la muerte volvió.
“Bueno” le dijo. “¿Te has divertido?”.
“Pues,” dijo el joven “el divertimiento no era para tanto.
Me casé, sabes, y eso no es ningún lecho de rosas, te lo aseguro. He tenido que aplazar el viaje.”
“Pero, ¿no puedes llevar tu mujer contigo?” preguntó la muerte.
“Claro que sí. Eso es lo que queremos. Pero, es que no podemos ahora que los niños son tan pequeños. En cuantito que sean más mayores, nosotros nos vamos.”
“Sí, amigo mío”, dijo la muerte.
Cuando tenía cuarenta años, la muerte volvió. “¿Hicisteis el viaje?” preguntó. “¿Que? Ah, te refieres a mi esposa.
No, ella al final no quiso ir. Pero a mí qué me importa. Es que yo entretanto he encontrado otra. Nos conocimos en un discurso de diapositivas, y fíjate, ella también siempre había querido viajar.” “Y viajarás con ella” dijo la muerte.
“Sí. Alguna vez. Mi mujer está de acuerdo, hemos hablado del divorcio y todo. Pero hemos decidido esperar a que los niños se vayan de la casa.”
“Sí, amigo mío”, dijo la muerte.
Cuando tenía cincuenta años, la muerte volvió. “Pues, ¿fuisteis?” preguntó.
“No, me parece que se hartó de tanto esperar.”
“¿Y fue ella sola?”
“Pues no,” dijo el hombre. “No lo creo. Me parece que se casó con un censor de cuentas.”
“¿Entonces no estás divorciado?”
“Sí, divorciado sí. Así que ahora estoy solo.”
“Y nada te impide. Puedes ir” dijo la muerte.
“Nada y nada. Ya tengo un cargo alto en la empresa. O sea que no puedo marcharme sin más ni menos. Pero alguna vez tomaré un año sabático.”
“De acuerdo” dijo la muerte. “Pero dime, ¿que es eso que escondes debajo de tu sobaco izquierdo?” “¡Dios mío!” gritó el hombre. “Si no lo había visto.
Parece un tumor. No será grave, ¿verdad?” “Me temo que sí” dijo la muerte. “Te queda un año.” “Pero entonces, ¿por qué estoy aquí charlando? Me voy a la agencia de viajes a comprarme un billete.” “Sí, amigo mío”, dijo la muerte. Pero dijo en sí: “Un año no le basta para tal proyecto. Le voy a dar diez.”
Cuando tenía sesenta años, la muerte volvió.”Te ha gustado el viaje?” preguntó. “Te equivocaste. No era maligno.” “¿Y no fuiste?”
“No, eso sería un poco estúpido ahora, justo antes de jubilarme.
Imagínate, en un par de años podré hacer todo lo que me dan las ganas.
Entonces voy a dar la vuelta a la Tierra y escribir un libro.”
“Sí, amigo mío”, dijo la muerte.
Cuando tenía setenta años, la muerte volvió. “¿Has escrito el libro?” preguntó. “¡Dejate de tonterías!” dijo el hombre. “Si es demasiado tarde, a mis años. No, de eso ya no hablaremos.
Sí, es así. Primero estaban la mujer y los hijos, y luego la empresa. Es que nunca he tenido la oportunidad.” “Tal vez tienes razón” dijo la muerte.
“Sí” dijo el hombre. “Pero al fondo ya da igual. Por que ya no te temo. ¿Te digo por qué? No creo en ti.”
“¿Acaso has creído en mí alguna vez?” preguntó la muerte. “Sea eso como sea, ahora ya no. Si tú existes, la vida no tiene ningún sentido.” “Que raro” dijo la muerte. “Yo siempre he creído que fuera yo quien le daba sentido.” “En mi próxima encarnación”, dijo el hombre. “En mi próxima encarnación daré la vuelta al mundo y escribiré un libro.” “Sí, amigo mío”, dijo la muerte y cerró sus ojos.
Extracto del libro: “Skrækkens ABC” (El ABC del Terror)