Y lo imposible se hizo.
La momia se encontró en una mastaba de Egipto, era una momia de niño.
Se la embaló y fue transportada a Londres, al Museo Británico. El egiptólogo jefe empezó enseguida a estudiarla con detalle y también enseguida el terror de lo inexplicable aceleró su corazón. La momia tenía una máscara, y la máscara se parecía tremendamente a su hijo, con un parecido anormal, casi exacto.
Mandó hacer radiografías, sospechando incrédulo lo terrible y, efectivamente, las radiografías podrían superponerse con las de Tom , que así se llamaba su niño. La complexión , todo absolutamente correspondía. Era absurdo. Pero no es la vida una cadena de absurdos a la que ya nos hemos acostumbrado.
Una horrible tarde ocurrió un accidente. Al quitar las vendas se comprobó que la momificación no era perfecta. Y ante los ojos impotentes de los científicos la carne conservada se hizo polvo y el polvo quedó en el fondo del sarcófago. Entonces un puñal atravesó el corazón del egiptólogo que, sin más explicaciones, abandonó el museo de repente.
Tomó su coche y a gran velocidad lo condujo hacia su casa. Cuando llegó su esposa lloraba y un amigo de su hijo lloraba también. Pues el muchacho ante sus ojos, cuando se cambiaba de ropa para un partido se había desintegrado. Lo que era carne se hizo polvo y el polvo descansaba sobre la cama donde instantes antes estaba apoyado y lo imposible se hizo, y lo imposible se hizo.