ALAS DE PLOMO
I
La calle estaba oscura esa mañana, sin embargo, ya era tarde y no podía esperar a que el día descubriera la ciudad. Desde que comencé a caminar estaba algo inquieto, pensaba que era por el trabajo, en mis manos llevaba un maletín con unos documentos importantes, quizá se debía a eso, no estoy seguro. Cuando sentí los pasos enseguida me di vuelta, eran dos hombres. Miré a los lados y no vi a nadie más. ¿ De dónde habían salido?, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Seguí hacia la estación del metro intentando ir más rápido. Quería desprenderme de ellos, pero no lo logré, al contrario, cada vez los tenía más cerca. Me detuve en la esquina, del otro lado había alguien a quien apenas pude ver, no podría decir si se quedó parado o si caminó en sentido contrario. Crucé la calle y pasé por su lado, le di los buenos días y continué, no recuerdo haber oído respuesta de su parte, de todas maneras estaba tan intranquilo que no lo hubiese escuchado. Al rato volteé nuevamente, tenía mucho miedo, ahora casi estaban a mi lado.
Quise salir corriendo, apenas faltaba una cuadra para llegar a la estación. Intenté hacerlo, lo juro, pero en menos tiempo del que esperaba los dos hombres ya me habían dado alcance. También quise gritar, tal vez me habrían escuchado, pero mi voz, por alguna razón que no podía entender, se ahogaba en la angustia y se hundía en el silencio. Tomándome por la chaqueta me empujaron contra la pared, no pude defenderme. Uno de ellos sacó un revólver y apuntó a mi cabeza. Me obligaron a caminar hasta un callejón sin salida que estaba cerca de la calle principal, no puedo recordar si tenía frío o calor, tampoco si había neblina o no, pero sí que estaba desesperado. Tampoco recuerdo palabras, sin embargo, la risa cínica de uno de los hombres retumbaba en mi mente. Tomaron el reloj, la chaqueta y el maletín. Cuando pensé que se iban, volvieron a apuntarme con el arma, cerré los ojos.
El impacto de un golpe me volvió a traer ante ellos, no se detuvieron, intenté defenderme, de dar pelea, pero no logré nada, una patada en mi entrepierna casi acabó conmigo, apenas podía respirar. Cuando intentaba recuperar el aire, volvían a golpear más fuerte, uno de los hombres se subió sobre mí y paso la lengua por mi cara, dijo entre risas que la sangre no sabía muy bien, escupió y de manera extraña me besó. De nuevo amenazó con el revólver, sentí su frialdad en la frente, hasta llegué a desear que disparara de una vez por todas. Apareció detrás de nosotros, creo que era el mismo hombre que estaba parado en la esquina, ¿cómo llegó?,¿ escucharía los golpes?. Ellos no se dieron cuenta. Mi voz pudo salir finalmente y le grité pidiendo ayuda. Al momento sentí un disparo, cerré los ojos por breves instantes para recibir la muerte, pero no fue así, cuando los abrí nuevamente me llevé una sorpresa. Había alrededor una especie de neblina que se elevaba rápidamente dejando que mis ojos fueran enceguecidos por el sol bruscamente. Bajé la mirada, los dos hombres estaban tirados en el suelo, yo estaba vivo y el otro había desaparecido.
II
Traté de advertirle, ya estaba inquieto cuando salió de la casa. Al darse cuenta de que lo seguían debió haber corrido y sin embargo no lo hizo, pienso que el miedo no lo dejó reaccionar. Cuando cruzó la calle intenté hablarle, pero pasó por un lado sin darme oportunidad. Ellos se lanzaron sobre él cuando apenas faltaba una cuadra para la estación, lo amenazaron y lo llevaron hasta el callejón. Tuve dudas al acercarme pero no lo pude evitar, tenía que estar a su lado. No quería hacerlo, pero la risa cínica de uno de los hombres y los constantes golpes que recibió me obligaron a intervenir. Aparecí detrás de ellos, el de la risa estaba montado encima de él, le pasaba su lengua por la cara y lo besaba entre burlas. El otro miraba complacido la escena hasta que él me vio. Me gritó desesperado pidiendo ayuda cuando el hombre le apuntaba con el revólver, sabía que dispararía y no tenía mucho tiempo para salvarle la vida. Entonces, simplemente y sin pensarlo, justamente cuando el hombre disparó, lo hice.
III
El Hombre lo golpea y se ríe, le dice que su sangre no sabe bien y escupe, vuelve a golpearlo y lo besa, el otro los mira. Las risas son compartidas, uno disfruta agrediendo, el otro lo hace observando. Entre los dos se forma una especie de complicidad morbosa y excitante.
Acaricia el revólver, apunta a su cabeza mientras continúa riendo, esta vez lo disfruta más porque siente que él está temblando. De pronto se escucha un grito, una bala sale del arma y algo sucede. Por segundos un resplandor cubre el callejón, un ruido ensordecedor producido por el pánico se apodera de ellos. La bala no alcanza a rozarlo, no entienden lo que ocurre, sus cuerpos son atravesados rápidamente en medio de una espesa neblina que inunda el lugar y ambos caen muertos al instante. No se escuchan las risas, eso lo tranquiliza, no siente los golpes y eso lo alegra, sin embargo todavía está allí, tirado en el suelo, golpeado y humillado. El intenta acercarse para curarlo pero se detiene, sabe que no debe hacer más, los rayos del sol podrían delatarlo. Entiende que no debe verlo, así que recoge sus alas aún llenas de sangre y se desvanece formando una extraña nube que se eleva hasta perderse de vista. Luego, el ángel despliega otra vez sus alas y se deja abrazar por el viento.
FIN