“CAPERUCITA SANGRE…”
Parte de la obra del maestro Bloomerfield
Había una vez una niña a la cual sus vecinos llamaban afectuosamente “Caperucita Roja”, debido a una capa del mencionado color que gustaba de usar a diario. Era una niña como cualquier otra, adorable, con cara angelical e inocente,una niña más, salvo por un detalle, que tal vez no fuera tan habitual en el resto de las niñas de su edad: odiaba a su abuela.-
Era un secreto, un secreto tan guardado que a ella misma había tomado tiempo aceptarlo… Pero pronto se dio cuenta de sus sentimientos hacia la “vieja”, aquella anciana maniática y repulsiva que vivía desde que enviudó aislada del resto de las gentes, sola, en una cabaña a tres kilómetros del pueblo… No faltaba quien, como en todo pueblo chico, la hiciera objeto de sus habladurías y chismes:algunos decían que era bruja, que por eso vivía en aquella choza, tan apartada de los demás,pero por las noches volaba en su vieja escoba hacia la población a buscar vírgenes para sacrificar…
Incluso, Caperucita llegó a escuchar de labios de una chismosa vecina , que probablemente la vieja era quien había matado a su abuelo con una poderosa pócima… Pero no eran estos rumores el motivo de su rencor: Caperucita sencillamente la odiaba,fueran ciertos o no y tenía sus propias razones para ello… ¡Por culpa de la maldita abuela, obligada por su madre, tenía que hacer esas interminables caminatas a través del bosque hasta la apestosa cabaña, para ver como “estaba de salud” y llevarle comida…! ¡Tenía que permanecer cada semana una noche en aquella húmeda y pestilente habitación sirviendo a la vieja!
-“Caperucita” ve a lo de tu abuela y fíjate si necesita algo… Llevale esta tarta… ¡ah! y queso… Dile que me encantaría ir a mi… Pero tu sabes… Estoy vieja y no puedo caminar tanto… Y además papá se enoja si me ausento de la casa”
Y claro, “Caperucita”, hija única,era la que tenía que hacer el “bendito”
recorrido, entre el barro, los abrojos que se adherían a sus medias y
las serpientes que no escaseaban durante el verano,para llevarle
obsequios a esa vieja desagradecida,malhumorada e histérica que para
colmo, nunca la recibía bien… Ni bien llegar “caperucita”, su abuela la
mandaba al viejo aljibe a acarrear agua para su tanque. Otras veces le
enviaba a la quinta que tenía en el fondo de la casa a recolectar
pesados zapallos… Y le gritaba:
-“¡Niña tonta!…¡Fíjate bien por donde caminas,me estás pisando todas
las amapolas…!
-“Pero abuelita… ¡Es que este balde es muy pesado y no puedo dar toda
la vuelta por el sendero!
-“¡Pesado… pesado! ¿Es que la “puta” de tu madre no te alimenta lo
suficiente?… Y si, con el inútil de marido que tiene al lado no creo
que ganen ni para la fruta… ¡Camina,niña tonta,tráeme ese balde ya!
Y “Caperucita” le llevaba el balde… Y le recolectaba los zapallos… Y le lavaba la ropa…
Y le odiaba cada semana más.Sobre todo desde que la empezó a golpear… Al principio eran solamente tirones de oreja,luego el pelo. La última vez, ya le había dejado una grosera marca en el muslo con el atizador de la estufa por haber derramado un poco de agua sobre la estera.
Caperucita no tenía forma de librarse de ella.Su mamá le enviaba cartas a la abuela exigiéndole al regreso la contestación… y ¡hay de ella si dejase de cumplir con el encargo de visitarla!.
Había pensado en mil formas de evadir el martirio… Pensó en dejar de ir, falsificar la letra de su abuela,hacer tiempo en el bosque,comer los pasteles que su mamá ponía en una cesta para la abuela y regresar como si tal cosa…
Jamás se enterarían. La vieja nunca bajaría al pueblo, aunque quisiera,sus piernas ya no le permitían siquiera salir de la chabola en la que vivía.A pesar de la fuerza que la muy maldita tenía en los brazos, casi no caminaba… Entonces tal vez se muriese, vieja bruja, de sed al no poder sacar agua del aljibe o carcomida por la suciedad y las ratas…
Solo había un problema: “Caperucita” no escribía muy bien… De hecho, no tenía mucho éxito en la escuela y sin duda su madre, no solamente hubiera descubierto el engaño, sino que a cambio del mismo le habría dado una inolvidable paliza… ¡ni que hablar si la abuela llegaba a enterarse de sus planes….!
Llegó a pensar en huir de su casa,pero un simple vistazo a uno de los mapas que colgaban de las paredes del colegio la desanimó: el poblado mas cercano ¡estaba a treinta kilómetros! Y para llegar a él no solamente había que atravesar frondosos montes peores que el bosque que cruzaba hasta la casa de la abuela, sino también una cadena de montañas heladas…
Caperucita había pensado en todo… ¡Cualquier cosa que la librase de ese infierno,cualquier cosa con tal de no verle mas la cara sucia, fea y arrugada a esa vieja!… Hasta que su pequeña cabeza,accionada por el dolor de los golpes,de los gritos recibidos y los malos tratos dio forma a la idea mas radical :la mataría…
¿Por qué no? La vieja tenía ya sus buenos noventa años… ¿a qué esperaba para morirse de una vez y dejarla en paz? ¿Es qué pensaba vivir para siempre la desgraciada? Era su única esperanza:la muerte de la vieja…
Caperucita había rezado cada semana:primero a Dios para que la llevara al cielo, pero al ver que el creador no contestaba sus plegarias, y la bruja la recibía cada vez mas vigorosa al parecer por la crudeza de sus golpes, empezó a rezarle al príncipe de las tinieblas, a Lucifer para que la bajase junto a él hacia el infierno, ya que sin duda sería una muy buena adquisición para este lugar, en cuyo caso Caperucita se comportaría bien el resto de sus días con tal de no volver a verla luego de morir…
Pero al parecer, o el Diablo tampoco quería a la abuela, o estaba bastante sordo ultimamente, pues vez tras vez Caperucita golpeaba la puerta de la choza, con los pies amoratados de la caminata y vez tras vez la maldita abuela le abría, exigiéndole despectivamente los alimentos que traía en la pesada cesta…
Así que si ni Dios ni el Diablo escuchaban, ella tendría que hacer algo al respecto…
En todo esto pensaba Caperucita,mientras dejaba atrás el poblado aquel fin de semana… Ya llevaba la mitad del camino hecho, el sol caía irremediablemente en el horizonte tiniendo de tonos rojizos el bosque ,dejando ver lentamente las pequeñas lucecitas de cada casa a lo lejos… La enorme luna ya era visible,como solía suceder en aquella región cuando estaba llena ,como un segundo sol que lentamente se imponía…
Fue entonces cuando Caperucita lo vio.
Estaba parado junto a un enorme pino,de los que abundaban en el
lugar. Al principio pensó que se trataba de un búho, por el extraño
brillo de sus ojos… Pero bien pronto visualizó su silueta
completa, recortada contra la penumbra. Y escuchó su voz:
-¡Eh niña….! ¿Adonde te diriges?
Caperucita se sintió aterrorizada. Mas aún cuando el extraño comenzó a acercarse a ella. Medía unos dos metros de estatura, estaba vestido con harapos y llevaba una barba oscura. Sus ojos reflejaban la luz de la flamante luna, mas que la del sol agonizante… Paralizada por el horror, no atinaba a correr… Comenzó a temblar llevando ambas manos al asa de la cesta que también temblaba con sus nervios… El hombre se paró justo enfrente de ella.
-¿Qué, eres sorda acaso…?
Pudiendo apenas articular la voz,Caperucita respondió:
-Yo… yo solo… Voy a casa de mi abuela… que vive… hacia allá
en el bosque…
Y señaló en dirección a casa de su abuela.
El hombre de barba la miró fijamente: Caperucita tenía la sensación de que se iba a avalanzar sobre ella en cualquier momento.Podía sentir su aliento, escuchar algo como un jadeo brotar de aquel rostro… La gruesa voz se dejo escuchar una vez mas en el silencio del atardecer.
-¿Es que vive alguien mas por aquí?
Deseando que el sujeto se esfumase o que la tierra la escondiera de
aquellos ojos ,Caperucita contestó:
-Sí ,al final de este sendero…
El extraño pareció cambiar su expresión, como si se hubiera liberado de cierta tensión. Acercó una grotesca mano al cabello de la niña y esgrimió algo que podría ser una sonrisa si la blancura de aquellos dientes no fuese tan amenazadora. Caperucita sintió que su sangre se helaba mientras aquellos dedos la acariciaban obsenamente, entreteniéndose con sus cabellos rubios unos instantes que le parecieron eternos…
-Disculpa por haberte asustado… niñita… Continúa tu camino en paz.
Y Caperucita no necesitó que se lo dijeran dos veces: comenzó a correr por el sendero dejando al individuo a sus espaldas, y no se atrevió siquiera a volver la vista atrás… había escuchado leyendas, acerca de la luna llena, de aquel bosque. Por eso odiaba cruzarlo, sobre todo en invierno, cuando anochecía como ahora tan temprano… En aquel momento, por primera vez en su vida, deseó con todo su corazón, mientras corría, que la vieja estuviera en la casa para abrirle… Y que la tranca de la puerta fuera los suficientemente fuerte…
La abuela estaba sumamente extraña aquella noche… La había hecho pasar inmediatamente, trancando la puerta a sus espaldas a pedido de ella, la había besado y luego de sentarla en la vieja silla de madera junto al fuego le había servido leche caliente y pan. El corazón de Caperucita aún latía con fuerza, casi a punto de salirsele del pecho… Bebió la leche y calentó sus temblorosas manos en la taza.
-¿Que le pasa a mi niña ,que está tan nerviosa esta noche…? -dijo la abuela con una dulzura inusual en la voz…
Caperucita,aun tan nerviosa por el encuentro con aquel vagabundo que no podía pensar con claridad, aun no se percataba de lo inusual de la conducta de aquella abuela, que solía recibirla con gritos y golpes…
-Nada abuela… Solo que… Un extraño en el camino que…
-Bueno,bueno… Ya vas a tener la oportunidad de contarme luego… Porque
vas a pasar la noche conmigo,¿no es cierto?
-Pero abuela… Claro. Siempre me quedo aquí la noche… y la
mañana… tengo que sacarte el agua del aljibe…
La abuela la miró a los ojos extrañada y Caperucita por un momento
sintió que no se trataba de la misma persona que solía visitar. La vieja
tomó con sus manos una inmensa olla de hierro repleta de agua y la
colgó sobre el fuego de la estufa:
-Claro,claro… Siempre te quedas… ¡Entonces va siendo hora de que
prepare un rico guisado para mi pequeña nieta…!
Caperucita, mas repuesta por efecto de la leche y el calor, no podía creer lo que veía. Por un instante olvidó el episodio con el barbudo en el bosque observó al vieja, agachada junto a la olla, frente a ella, arrimando leños a la hoguera y tarareando una vieja canción. ¿Qué le pasaba a la abuela que se comportaba tan extrañamente aquella noche? Con el miedo que había sentido, se hubiera sentido dichosa de recibir gritos hasta la madrugada en la seguridad de aquella rústica vivienda… Pero… ¿por qué la vieja era tan amable con ella? Por un momento sintió remordimientos: por todo lo que había pensado, por todo su odio… Su abuela sencillamente estaba diferente… Descolgó una ristra de ajos de una de las paredes y se sentó junto a ella con un enorme cuchillo en las manos, dispuesta a pelarlos para echarlos dentro de la negra olla. La observaba… Sus ojos estaban realmente diferentes y pronto Caperucita sintió un escalofrío recorrer toda su espina dorsal, recordando la caricia que había recibido una media hora atrás en la oscuridad del bosque… Sus ojos brillaban extrañamente a la luz del fuego que crepitaba en el hogar…
-Abuelita… -se atrevió a decir,acostumbrada a pedirle permiso siempre antes de hablar.
-¿Qué mi nietita?… -le respondió la vieja sonriendo y mostrando sus dientes ,que a Caperucita también le parecieron sumamente extraños…
-¡Que ojos tan grandes tienes hoy…!
La vieja rió por la ocurrencia, picando sin cesar los ajos sobre la tabla,ruidosamente…
-Pues… ¡Son para verte mejor, mi querida niña,son para verte mejor…! -le respondió mirándola picaramente,mientras arrojaba el picadillo en un plato de barro.
Continuó riéndo,y cada vez que reía Caperucita Roja sentía nuevamente aquella extraña sensación… Porque veía aquellos dientes que no parecían los de su abuela… También veía su fea nariz, ganchuda, con aquella horrible verruga que le causaba siempre tanta repugnancia… Solo que esta vez también parecía diferente: se veía monstruosa bajo la ambarina luz reinante y no pudo la niña resistir la tentación de expresarlo:
-Pero… Abuela… Disculpa… ¡Que nariz tan grande tienes hoy!
Nunca se hubiera atrevido a formular semejante comentario,y al ver que
la vieja se incorporaba de golpe de su silla con desusitada vitalidad, ya se arrepentía Caperucita de su frase ,aprontándose para recibir un
golpe, cuando sencillamente escucho una nueva risa de la vieja, quien
dándole la espalda arrojó los ajos recién picados al agua de la olla y
le respondió:
-Claro, mi hermosa niña… ¡Es para olerte mejor,por supuesto!
Y al darse la vuelta la anciana le guiñó un ojo,tomando esta vez un
atado de zanahorias, sentándose nuevamente junto a ella cuchillo en
mano. Volvió a reír. Y Caperucita, presa de un temor creciente volvió a
ver aquellos dientes, aquellos dientes que definitivamente no eran los
de su odiada abuela… Era ella, si, pero estaba cambiada… La vieja
le hubiera golpeado sin titubear con aquella tabla ante cualquier
comentario de Caperucita acerca de su anriz, de eso no tenía ninguna
duda… Fue entonces cuando la vieja pasó su mano por el canoso pelo
dejando al descubierto una de sus orejas… La noche había caido
pesadamente hacia un buen rato ya… Una siniestra claridad se filtraba
por los sucios cristales de la única ventana. El fuego y el mechero le
daban al ambiente una tenue luz ambarina… Caperucita no sabía si
era por el efecto de la luz o qué… Pero la oreja de su abuela lucía
extraña, como puntiaguda… Y se lo dijo: de un tirón y sin
titubear, para ver la reacción, para que por una vez por todas, lloviese
sobre su rostro aquel bofetón que le confirmase que era su abuela de
siempre:
-Abuelita… ¡Pero que orejas tan grandes tienes!
La abuela había cambiado su rostro a medida que cortaba las zanahorias
secamente con el afilado cuchillo sobre la tabla:
¡Chac!… ¡Chac!… ¡Chac!… Ya no reía…
-Son para escucharte mejor.
La voz también sonó seca. Pero no estaba enfadada ni mucho
menos, definitivamente no era su abuela… Caperucita no supo como era
posible, pero aquella no era su abuela. La vieja ya no reia, solamente
sonreía, diabolicamente, dejando ver aquella dentadura que resultaba a
Caperucita tremendamente familiar… Lo supo al verla acercarse
nuevamente al fuego para echar las zanahorias recién cortadas y un
puñado de sal… Tomó cebollas de una bolsa y al pasar junto a la cesta
que Caperucita había dejado en el suelo, pareció olerla, sí olerla y
preguntó a su nieta:
-Niña… ¿qué traes en esa bolsa…?
Caperucita regresó de sus cavilaciones y superando momentáneamente su
temor recordó el obsequio que había traído para la abuela:
-¡Ah! La cesta, es cierto… te traje unas moras, abuela, de las que a ti
te gustan… Moras rojas, silvestres, tal como me pidió mamá… -y luego
de hacer una pausa continuó- A ti te encantan las moras, ¿no es así?
La vieja dejó el cuchillo sobre la mesa alzando la canasta de mimbre desde el suelo. Levantó el mantel a cuadros que la cubría y luego de mirar en su interior retiró una bolsa de arpillera de la misma. Se acercó a Caperucita y luego de sentarse la abrió. Estaba repleta de moras.
-Gracias niña… Muchas gracias… No suelo comer el postre antes de la comida, pero… ¡ya sabes cuanto me gustan! -le dijo la anciana desentendiéndose momentáneamente de sus labores de cocina e introduciendo las moras una por una en su boca.
El jugo rojo de estas manchaban aquellos dientes dándole un aspecto mas siniestro aún… Y Caperucita volvió a sentir aquello. No era el temor habitual que sentía por su abuela… Era diferente.
Era horror.
Miedo a algo peor que un golpe o un grito. Miedo a algo que no conocía y
que se palpaba en el ambiente. La vieja devoraba las moras y continuaba
sonriendo. Los dientes lucían cada vez mas afilados… Las devoraba de
una forma que Caperucita nunca vio hacer a nadie: parecía un animal. Se
las introducía de a dos y de a tres entre aquellos labios resecos. Luego
las masticaba ruidosamente. Así hasta que no quedo ni una sola en la
bolsa, la cual examinó para asegurarse de esto… Fue allí cuando
Caperucita sintió que el corazón se le paralizaba. La vieja la miró y le
dijo con una voz que evidentemente no era la de aquella vieja de
noventa años que conocía, mientras se limpiaba con el dorso de su mano
la comisura de los labios, manchada por el jugo escarlata de aquellos
frutos:
-Gracias por las moras,niña… ¡Y ahora terminemos el guisado, pues ya
quiero comer…! Solo faltan algunos pimientos… ¡Y la carne!
La abuela fue a por los pimientos. Estaban en la alacena dentro de un enorme frasco de vidrio.
El temblor regresó a las manos de Caperucita… A sus piernas, al resto del cuerpo. Y se lo dijo. Se atrevió a decírselo, no sabía como.
-Abuelita…
-¿Qué?-le preguntó la voz de la vieja,que ya ni siquiera
sonreia,arrojando los pimientos en la olla y sin perderla esta vez de
vista.
-Tus dientes… ¡Que dientes tan grandes tienes…!
La anciana no respondió inmediatamente.Guardó silencio y la miró fijamente, directo a los ojos, helándole la sangre.
Y le respondió.
Pero esta vez Caperucita reconoció aquella voz… Ya la había escuchado
antes, en el bosque, momentos antes, mientras caia la noche… Mientras la
luna se establecía en el firmamento:
-Pronto averiguarás para qué niña idiota…
Caperucita, aterrorizada tomó el cuchillo de la mesa y se paró
valientemente apuntando hacia la anciana con este:
-¡Tu no eres mi abuela…!
La anciana volvió a reir… Y a cambiar… Cada vez se parecía menos a su abuela.
-¡Bravo, niña!… Lo averiguaste… Podía haberte devorado allí en el bosque… pero me dijiste lo de tu abuela… Y pensé: ¿por qué conformarme solamente con la pequeña…? Y corrí hasta aquí, para llegar antes que tu… Como vez puedo transformarme en cualquier persona… o animal. La forma de un lobo fue la que asumí a los efectos de ser veloz. Por otra parte es la que mas me agrada… -dijo la falsa abuela volviendo a reir- Ya te lo dije:nunca como el postre antes que la comida…
Caperucita no daba crédito a sus ojos. La forma de la abuela comenzaba a crecer lentamente… Y a alargarse. Las manos crecían tomando la forma de garras… ¡El pelo, el pelo también le crecía, en el rostro, en los brazos…! Las ropas de la abuela comenzaban a romperse bajo la presión de aquel enorme cuerpo que se formaba debajo… Aquellas leyendas que había escuchado en el pueblo… ¡Eran ciertas! La luna llena, “el lobizón”…
El cuchillo temblaba en manos de la niña.
-Pero… Pero… ¿y la abuela…?
El licántropo rasgo las ropas que aún quedaban en su cuerpo mientras tomaba cada vez mas evidentemente la forma de algo animal… A mitad de camino entre un lobo y un ser humano…
-La vieja, si la vieja… Estaba algo… ¿Cómo decírtelo? -bramó la bestia arrebatando el cuchillo de un tirón de la mano de Caperucita -Un poco… dura de masticar…
Mientras terminaba la frase se acercaba a la pequeña que retrocedía sin saber adonde huir. El lobizón sonreía nuevamente e introducía la punta del cuchillo entre sus dientes, escarbando entre ellos, como si de un vulgar palillo se tratara, limpiándolos. Caminaba lentamente… ¿Para qué apresurarse?… La puerta estaba bien atrancada a sus espaldas… ¡La misma niña se lo había pedido cuando llegó asustada desde el bosque! Sus pies, ahora visibles con trozos aún de las pantuflas de la infortunada abuela, hacian crujir el piso de madera, enormes y con garras…
-No fue mala idea esperarte aquí… ¡Tuve que hacer un esfuerzo por no devorarte allá afuera, pero valió la pena… Una cabaña alejada, aislada… Sin apuros… Hasta puedo prepararte a mi gusto… No todos los días encuentro una tierna niña y dispongo de una mesa para disfrutarla… Disculpame si te introduzco viva en el caldero… -se escucho la voz cada vez mas animal decir mientras señalaba hacia las llamas con una de sus garras- Es la forma de que quedes “tierna”… ¿O te piensas que no tenemos “gusto”?…
No le costó mucho esfuerzo aferrar a Caperucita fuertemente: Caperucita estaba paralizada por el horror… Con uno solo de sus brazos la tomó levantándola del piso entre pataleos inútiles y comenzó a acercarse a la chimenea…
-Piensan que somos simples animales… ¡No entienden que como a ustedes también nos gusta preparar una buena mesa…! Solo las circunstancias nos obligan a devorar la carne cruda y palpitante en cualquier rincón oscuro…
Caperucita ya sentía el vapor en su rostro. El aroma de los pimientos. Los veía emerger del fondo del caldero y flotar en el agua hirviendo, como pronto flotaría ella sin poder hacer nada al respecto…
-No se porque se aterrorizan… ustedes hacen lo mismo: comen animales y son animales… Son carnívoros como nosotros… Compartimos la misma tierra aunque no lo sepan y tenemos el mismo derecho a alimentarnos…
El monstruo continuó caminando hacia el fuego… ¿Como sería hervir en el agua? Solo una vez Caperucita se había quemado con una cucharada de sopa que se volcó en su brazó. Recordó la horrible picazón, el ardor insoportable… El que pronto sentiría en todo su cuerpo sin poder escapar, introducida una y otra vez por aquellas brutales garras hacia el fondo hasta morir…
Pero de pronto, justo a un paso de su destino, la bestia se detuvó, llevando la garra libre hasta su pecho. Había sufrido una convulsión. Su grito hizo vibrar las paredes de la cabaña. Una segunda convulsión sacudió toda su anatomía y dejó caer a Caperucita al suelo, que retumbó con el choqué de su pequeño cuerpo…
El lobo llevó ambas manos a la garganta mientras los espasmos le sacudían, una baba blanquecina comenzaba a derramarse por sus fauces…
-¿Queee….arggggg…qué…
No pudo articular una palabra más. Su cuerpo cayó pesadamente sobre la enorme olla de hierro, volcándosela encima. El sonido de sus aullidos se tornaba insoportable mientras se retorcía sobre el fuego, quemado por este y por el agua hirviendo… Parte de su piel se encendió… Pero no conseguía incorporarse…
Caperucita se levantó rapidamente: era su oportunidad, su chance de escapar… Corrió hacia la puerta. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantar la pesada tranca, pero lo consiguió, presa del pánico en medio de los alaridos del demonio a sus espaldas… Antes de aventurarse hacia el bosque volvió la vista atrás… Allí estaba el cuerpo, quemándose. Aún se sacudía. Pero había sufrido una transformación mas… Era solo un lobo… Enorme, negro y grotesco, pero solamente eso, un perro grande y negro, un lobo… Y Caperucita corrió hacia el bosque sin volver a detenerse por un buen trecho…
Cuando vio las luces del pueblo, Caperucita aminoró el paso… estaba exhausta. Ya estaba a salvo. Los lobizones odiaban la luz, pero además no creía que hubiera otro por aquellos lugares y el único que conocía seguramente jamás podría atemorizarla de nuevo… Caminando tranquilamente, descendiendo el último sendero hacia la casa de sus padres, que sin duda la recibirían asombrados a esta hora de la madrugada, sonrió, si sonrió.
No había sido una mala noche después de todo, no.
Había quedado resuelto y para siempre uno de los mayores problemas de su corta existencia. Aquella vieja maldita ya no podría volver a molestarla: el lobo seguramente no había dejado ni los huesos y se hallaba feliz por ello… Además la historia era perfecta y la dejaba a ella fuera del cuadro: un lobo renegado suelto en el bosque, una vieja que vivía sola, una puerta abierta… Los cazadores seguramente irían a al cabaña a la mañana: pero solo encontrarían un animal muerto…
Ella tendría que mentir: decirles que vio por la ventana a aquel animal y no se atrevió a entrar… Que corrió por los bosques hasta llegar a la seguridad de su hogar… Se asombrarían al hallarlo muerto sin duda… pero poco le importaba. Al fin y al cabo alguien sí había escuchado sus oraciones y la había librado de su martirio para siempre…
No les contaría la verdad, no, despues de todo… ¿para qué contar historias de lobizones que nadie creería de labios de una niña?
Así todo resultaba mejor de lo que Caperucita había planeado… La historia del ataque del lobo era mas fácil de creer.
Mas difícil hubiese sido de la otra forma…
Tener que explicarles a sus padres que ella,una niña criada a la orilla de un bosque no había sabido distinguir entre las moras silvestres y las moras venenosas.