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    Cuanto mi café

    ¿CUÁNTO ES MI CAFÉ?

    Necesito calmarme un poco. Estoy demasiado nervioso para pensar con claridad.

    Acabo de tener toda una discusión con mi mujer. Inseguro dice, que soy demasiado inseguro. Tiene narices la cosa: inseguro. Y lo dice ella, a la que se le cuela una mujer en la cola de la tienda y no es capaz de decir palabra alguna. Inseguro, menuda tontería.

    Dice que esa es la razón de que esté en el paro, que es muy cómodo para mí estar todo el día sin hacer nada viviendo de ella.

    Inseguro, dice.

    El camarero me ha puesto el café delante, parece mentira, pero a mí el café me relaja mucho. Dicen que es una bebida excitante, pero yo no lo creo en absoluto, yo estoy nervioso hasta que me tomo mi cafelito de por la mañana. Y éste tiene buena pinta, con su crema por encima. Un señor café. A ver si es capaz de hacerme olvidar la discusión con mi mujer.

    Inseguro, ¡Ja!.

    Mierda, mierdamierdamierda.

    Al mover el azúcar he volcado la taza y todo el café ha ido a parar al mostrador. El camarero viene hacia mí con la bayeta en la mano derecha. Tiene unas manos enormes.

    Sus ojos son también de un tamaño considerable, de un color azul claro que parece irreal, de oveja muerta que decía mi abuela. Sus párpados parecen hinchados, agrandados por unas bolsas oscuras que enmarcan su nariz, grande y ganchuda, casi obscena. Él sonríe, pero su sonrisa parece falsa. Es porque he tirado su café por todo el mostrador. Me odia. Al sonreír muestra los dientes, amarillos y sucios.

    He pedido disculpas, pero creo que no me ha oído, es más, no creo que lo haya dicho en voz alta. Pero aún así lo siento mucho. No quise tirar el café. Supongo que lo puede leer en mi cara. Esos ojos suyos me miran y parecen estar leyendo mi mente.

    Se ha ido a la cafetera y está preparándome otro café. Y ni siquiera se lo he pedido, pero ya no sonríe, me odia.

    No sé porqué no he entrado nunca en este bar a pesar de vivir junto a él. Pero eso es algo que ya no importa, desde hoy volveré a diario, se lo debo después de haber tirado el café que había hecho para mí.

    Hay que ver como brilla el mostrador en donde ha caído el café, es como si éste fuese un buen abrillantador. Pero aún no ha limpiado todo el café que se ha caído, claro, que detrás del grifo de la cerveza él no puede ver el charco.

    Este café también tiene una buena pinta.

    Mierda.

    He tirado la mayor parte del azúcar fuera de la taza, por todo el mostrador, sobre todo a la parte trasera del grifo de la cerveza. Menos mal que el hombre no me ha visto, está buscando algo en la nevera. He intentado tirar el azúcar al suelo, pero como el mostrador está mojado por mi culpa, no se ha ido todo. Lo voy a limpiar con mi pañuelo.

    Ya. Ha quedado estupendo, hasta la parte del grifo, donde él no ve. Es una pena que no pueda verlo desde detrás de la barra, porque ha quedado reluciente. Da gusto de verlo. No así el pañuelo, que entre el azúcar y lo que quedaba del café está echo un asco, pero no iba a utilizar servilletas. Encima que tiro su café y su azúcar le gasto las servilletas. No sería capaz.

    El café sabe amargo. Claro, no es de extrañar, he tirado todo el azúcar fuera.

    Debería pedirle otro sobre, pero me da no se qué. Si no lo hubiese tirado…

    Ha encontrado lo que buscaba en la nevera, un enorme conejo que ahora ha tumbado sobre una tabla de madera en la que se dispone a rajarlo.

    Está mirando qué cuchillo es mejor. Parecen tan afilados.

    Me pregunto por qué sonríe así cuando coge cada cuchillo y comprueba lo afilados que están con su dedo gordo. Me ha mirado y su sonrisa ha crecido. Yo he desviado rápidamente la mirada, no quiero que piense que le observo, pero lo hago por el rabillo del ojo. Mirándome ha clavado el cuchillo en el conejo y le ha cortado de un tajo la cabeza. Ese cuchillo está especialmente bien afilado.

    Está despellejando el conejo, ahora no es momento para interrumpirle y pedirle otro sobre de azúcar. Está tan amargo.

    Ya sé lo que puedo hacer, le pregunto lo que le debo, y al pagarle, le pido otro azucarillo. Es una buena idea.

    Oh, mierda, maldita sea mi estampa. Con las prisas no he cogido la cartera de la chaqueta. No tengo dinero para pagar el café.

    El hombre ha terminado de arrancarle el pellejo al animal y lo está colgando de un gancho que tienen en la pared. Por un momento me imagino que la cabeza cortada que hay sobre la tabla es la mía, que mira mi propia piel colgada del gancho. El hombre me mira sonriendo de nuevo y yo desvío la vista. No quiero que lea en mi mirada con sus ojos de muerto que no tengo dinero para pagarle. Después de haber tirado su café.

    Ha vuelto a su labor de destripar el conejo, y con una rapidez asombrosa ha cortado su abdomen para sacarle las tripas. Ahora las tiene en su mano, las está contemplando a la luz de la ventana con su terrible sonrisa en la boca. Sabe que le estoy mirando. Y no sé que hacer, no tengo dinero para pagarle.

    Bebo otro trago de café amargo intentando pensar. No hay nada que pueda hacer. ¿Y si escapara corriendo?. Él está de espaldas ocupado con su conejo. Puedo de una carrera abandonar el bar y perderme en la calle. Puedo bajar esta tarde a pagarle el café y darle una generosa propina.

    Vamos a ver: tengo la taza de café en la mano, mientras le observo atentamente, está despiezando el conejo. Ahora no me mira, suelto la taza al tiempo que salgo corriendo. Vuelvo la cabeza y veo la expresión de odio en su cara. Tiene el cuchillo en su mano derecha, cogido por la hoja. Lo ha lanzado hacia mí, siento como el filo del cuchillo se me clava en el costado. Dolor. Caigo al suelo, contra la puerta. Me giro como puedo y siento que sacan el cuchillo. Es él que está junto a mí, sonriendo, mostrándome sus dientes amarillos. Me coge de una pierna y me arrastra hacia el mostrador. Cuando me doy cuenta estoy sobre la tabla en la que el conejo estuvo antes que yo. La cabeza del roedor me mira con sus grandes ojos a mi lado al tiempo que siento el filo del cuchillo en mi garganta.

    Será mejor pensar en otra cosa. Esto puede salir mal.

    El café parece que no se va a agotar nunca, parece que cada trago que bebo le hace aumentar dentro de la taza, y cada vez está más amargo. También puedo decírselo simplemente, le pido disculpas y se lo explico, subo a casa y cojo la cartera. Después bajo y le pago. Así de fácil. Somos adultos.

    Vamos a ver: le llamo, se lo digo. Está pensando. Se rasca la mano izquierda con el filo del cuchillo. No deja de sonreírme mientras hablo, agachado contra el mostrador, como si no oyera bien mis palabras. Termino de hablar y sonriendo me dice que no hay problema, que es normal, que puedo irme a por el dinero. Se queda pensativo un momento y dice que qué es lo que pasa si yo no vuelvo, que no es la primera vez que pasa, el viejo truco de la cartera olvidada, eso después de haber tirado su café. Dice que no, que no le gustan los ladrones como yo, y que sabe cómo tratar a los delincuentes. Antes de que me de cuenta me ha cogido la mano y la ha extendido sobre el mostrador. Alza el cuchillo con la otra mano y lo deja caer con fuerza contra mi brazo. Lo aparto cuando lo siento libre y me doy cuenta de que no tengo mano, mi brazo acaba en un sangrante muñón. El levanta triunfante mi mano, agarrada a la suya. Veo cómo mis dedos se agitan.

    Me sonríe.

    Yo me estremezco.

    Tengo que pensar en otra cosa. Él ya ha terminado con el conejo y ha sacado de la nevera media persona. Casi grito, pero todo ha sido mi imaginación, cuando lo ha puesto sobre la tabla de madera me doy cuenta de que se trata de medio cordero, (No de media persona).

    Alza el cuchillo como en mi imaginación lo había alzado momentos antes y le corta la cabeza, mitad de cabeza, de un solo golpe de machete. La cabeza rueda y cae al suelo, sin botar, quedándose con la parte buena hacia arriba, mirándome con su ojo redondo y azul, del mismo color que los ojos del camarero. Siento asco al ver los cuatro dientes de roedor del carnero, la mengua colgando de su cabeza cortada por la mitad. Su ojo mirándome. Él me mira también.

    ¡Me ha dicho algo!

    Lo repite, dice que si me encuentro bien. Claro que me encuentro bien, pienso, si no fuese por que no tengo dinero para pagar tu maldito café amargo, y si no tuviera la certeza de que vas a matarme, me encontraría perfectamente, pero sabiendo que no tengo escapatoria no puedo estar bien.

    Sí, contesto bebiendo otro sorbo del asqueroso café. La taza está totalmente llena.

    Si no me pagas te mato, creo que dice, pero en realidad ha dicho: si no le gusta se lo cambio.

    Le he debido mirar con cara de estúpido, porque me mira sin saber qué decir.

    El café digo, dice.

    No, si el café estaría perfectamente, pienso, si tuviera más azúcar y si tuviera dinero para pagártelo. No, gracias, está perfectamente, digo al fín.

    Vuelve a lo suyo, a mostrarme cómo despedaza un cordero, cómo me despedazará a mí si no le pago.

    No se me ocurre otra cosa que yo pueda hacer sin que me mate. Tal vez tenga yo que intentar algo.

    Ya se, puedo hacer otra cosa.

    Veamos: yo cojo el café y lo tiro adrede por el mostrador gritando que qué asco, que dentro del café había una cucaracha que nadaba por él, y que casi me la trago. Él ha dejado el cordero y viene hacia m. Ha borrado la sonrisa de su cara. Parece extrañado, mira los restos del café esparcidos por el mostrador y me mira a mí. Le digo que había una cucaracha enorme y él se disculpa, y me dice que no sabe lo que ha podido pasar, que en seguida me hace otro café, el tercer café. Yo grito, le digo que no quiero nada, no podría, sólo imaginar a la cucaracha allí metida… Me mira desconfiado. Yo no he visto ninguna cucaracha me dice. Sus ojos se clavan en los míos leyendo mi mente. No puedo apartar la mirada y descubre que es mentira. Sus ojos no me dicen que en el café había una cucaracha, dice, dicen que usted no quería pagarme el café y ha inventado lo de la cucaracha. Vuelve a sonreír, esta vez soltando una carcajada. Sé qué hacer para que sus ojos no vuelvan a mentir, dice. Yo doy un paso atrás, pero no puedo correr porque sus ojos azules me lo impiden. Sale del mostrador y me clava el cuchillo en la espalda. Esto es su médula espinar, me dice, bueno, o mejor dicho, lo era. Yo siento dolor, pero no puedo moverme. Me duele más aún cuando clava la punta de su cuchillo en mi ojo derecho y lo arranca. Después hace lo mismo con el otro, pero ya no me duele tanto. Ni siquiera grito, estoy llorando, pero no sé si lo que cae por mis mejillas son lágrimas, creo que es sangre. También ha mentido su lengua, le oigo decir al tiempo que siento que me abre la boca y me corta también la lengua. La boca se me llena de sangre. Entonces tira de mí hacia dentro del mostrador y comprendo cual será mi destino. Pero esta vez no veré cómo la cabeza del conejo me mira, no tengo ojos con que verlo.

    Creo que tampoco es una buena opción. Tengo que pensar en algo que de buen resultado. Mientras pienso doy un trago enorme al café, y consigo acabarlo. Su sabor amargo me taladra la garganta.

    Ya sé lo que voy a hacer, pero mejor será que no lo piense primero, cuando me imagino qué hacer nunca sale bien, a si que lo mejor será actuar directamente.

    Le llamo. Él viene mostrándome sus podridos dientes en su asquerosa sonrisa. Antes de que pueda reaccionar le digo que hay algo raro en la banqueta en la que me he sentado. La levanto como para enseñársela y le golpeo con ella en la cabeza.

    La sangre sale de su cráneo como si de un surtidor se tratara, la parte del asiento de la banqueta está totalmente manchada, y él en el suelo retorciéndose de dolor.

    Salto el mostrador aún con la banqueta en la mano y le miro. Tiene los ojos de muerto llenos de lágrimas y sangre. No creo que pueda ver nada con tanta sangre. Pero aún así, para evitar que me mire y me lea el pensamiento le vuelvo a golpear en la cabeza. Él no grita, ni se mueve, sólo sangra como un cerdo sobre la tarima del suelo. Alrededor de su cabeza se ha formado un gracioso charco de sangre, es como si tuviese la cabeza apoyada en un pétalo de rosa.

    Ya he salido de detrás del mostrador. Cuanto antes me vaya de aquí mejor. Estoy todavía algo nervioso, debería tomarme otro cafelito, a ver si así logro calmarme un poco. Sí, creo que será lo mejor. No puedo volver a casa tan nervioso. No señor.

    FIN

    Publicación November 15, 2020
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