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    Historias de Artemisa 2

    Continuación: ARTEMISA

    Quedaban aun unas horas antes de que amaneciera. Tenía tiempo. Busqué a Artemisa, nuevamente, por la ciudad. La encontré de camino a casa. Estaba a sólo unas manzanas de la casa, cuando la detuve. Acababa de matar al joven, y estaba llena de sangre fresca.

    -¿Qué haces aquí, cara de ángel? Te dije que me esperaras en casa.
    En tu casa hay alguien. Un vampiro. Pensé yo.
    ¿En mi casa? ¿Estas segura?
    Completamente.
    ¿Cómo era?

    Yo intenté recordar el aspecto físico del vampiro, y le enseñé el corto recuerdo que tenía.

    -¿Qué hacemos?
    -Aquí no estamos seguras. Tenemos que salir de la ciudad.
    ¿Se te ocurre algo?
    No. Pero tenemos que irnos.
    -Cojamos un tren, que nos lleve a Francia. Allí podremos coger un avión hasta Canarias.

    Antes tengo que buscar a alguien. Expliqué yo, refiriéndome a Ángel. Como quieras, pero no tenemos mucho tiempo.

    Fuimos a buscar a Ángel. Yo creía que era solo para protegernos, pero en lo más profundo de mi corazón tenía el presentimiento que lo hacía porque lo apreciaba.

    Llegamos a París. Pero llegamos de distinta forma. Yo fui a la noche siguiente. Ella se fue en tren con Ángel por la mañana.

    Mientras ellos estaban de viaje, yo me refugié del sol bajo tierra.

    8

    -¿Artemisa sabía que Usted no soportaba la luz del sol? -Ya te dije que no. Ella nunca lo supo, y si lo supo no lo demostró.
    -¿Cómo, entonces, se quedó en la ciudad?
    -Me tenía que quedar, para comprobar que el vampiro no supiera que Artemisa se había marchado de la ciudad.
    -¿Ella también puede volar?
    -No es un don que hereden, la clase de vampiros a los que pertenece Artemisa, es algo que se adquiere con los años. La joven se acercó a la ventana y la cerró. Le molestaba el ruido de los coches.

    El anciano sacó un puro del bolsillo interior de su raída chaqueta.

    -Una duda que tenía desde antes, pero no la propuse para no interrumpirla.
    -Adelante -dijo la vampira al ver que el entrevistador se quedaba callado.
    -¿Los vampiros pueden fumar?
    -Algunos, yo puedo, Artemisa no. Ella no puede ingerir nada, yo puedo comer, beber, fumar. Pero no lo necesito.

    9

    A la noche siguiente salí de Barcelona, pero no con destino París: el tren no llegaba hasta la mañana siguiente.

    Me bajé en Dijon, a las cinco y veinte de la mañana, casi estaba amaneciendo.

    Busqué un lugar seguro donde poder pasar la noche, pero antes tenía que alimentarme. Lo hice de un vagabundo que encontré en una calle desierta. Lo dejé tirado en un portal. Luego me fui a un solar abandonado donde me podría ente-rrar para protegerme del sol.

    Al atardecer siguiente salí, tenía un billete con destino París a las ocho y diez. Tenía tiempo para alimentarme, pe-ro no podría hacer como Artemisa, no podría jugar con mi víctima. Busqué a alguien viejo, vagabundo que no quisiera seguir viviendo. Son los que peor saben, pero también los más fáciles de matar.

    Llegué a las ocho en punto a la estación. Los pasajeros ya estaban subiendo a bordo. Pronto me iba a reunir con Artemisa y con Ángel. Perfecto.

    A las diez menos cuarto de la noche estaba ya en París. En la estación estaban Artemisa y Ángel. Junto a ellos había un hombre, por las frecuencias que recibía de él supuse que se trataba de un vampiro, pero de los míos, no de la clase de Artemisa.

    Nos presentaron. Se trataba de Ewan, un vampiro del norte de Europa. Él y yo sabíamos que éramos distintos a Artemisa, pero ella no lo sabía. Entonces se me pasó una cuestión por la cabeza: ¿Todos los que habitábamos en mi anti-guo refugio éramos de mi raza? Aun no lo sé, espero saberlo dentro de unos pocos meses.

    Pobre Ángel, que pensaba que éramos todos mortales. No podía entender porqué ni Ewan ni yo decíamos nada. No le entraba en la cabeza que el vampiro y yo solo nos miráramos a los ojos, y no dijésemos nada.

    Artemisa aun no se había alimentado. Dejamos a Ángel en el hotel. Ewan y yo salimos a hablar.

    Parecíamos padre e hija. No hablábamos, por supuesto que no. Solo pensábamos.

    Ya lo sabes. Sabes lo que Artemisa no sabe.

    Y no debería saber. Pensé yo.

    Nunca debería saberlo.

    Te puedo hacer una pregunta, que me agobia desde que supe que Artemisa no era de la misma clase de vampiro que yo.

    Ella es más fuerte que nosotros, mucho más. Pero nosotros podemos sentir vibraciones más débiles que las que ella puede sentir. Respondió él, antes que yo siquiera pudiese formular mi pregunta.

    ¿Qué somos?

    Buena pregunta. ¿Acaso lo sabes tu? ¿Podrías decírmelo tu? ¿Qué crees que somos?

    A parte de vampiros, no mucha cosa más. ¿Pero por qué hemos evolucionado de forma que unos sean distintos a los otros? Es una historia muy larga, tal vez no apropiada para contártela ahora. Me intentó convencer para cambiar de te-ma. Y además, creo que tu también tienes tus propios problemas.

    -Artemisa… - dije yo entre dientes.
    -Ella no tiene nada que ver con esto. Lo he notado, cuando aun estabas en el tren- me corrigió él.
    -Entonces ¿todos aquellos vampiros que he conocido en el transcurso de estos diez años saben lo que nunca he querido decir?
    -No, porque no estabas preparada. Tú intentabas ocultarlo, aunque ella lo supiese, de Artemisa. No sabías que yo estaba allí.

    Estabamos caminando por una calle ancha, y muy bien iluminada. No me gustaba esa calle. Nunca me han gus-tado las calles llenas de gente. Creo que es un riesgo que no merece la pena ser corrido.

    -Como quieras -dijo él.
    -¿Qué?
    Si no estas cómoda aquí, podemos ir a otro lugar.
    -Muy bien.

    Me puso la mano por el hombro. Y me dirigió por un laberinto de calles, por un laberinto por el que pocos mortales se atrevían a entrar. A mí, acostumbrada a los grandes campos de mi pueblo natal, todo me parecía igual.

    Ewan me llevó hasta un antiguo caserón. Estaba, en ese momento vacío. Pero no deshabitado.

    -Pasa, cherie, aquí podremos hablar tranquilamente.

    Me condujo hasta la habitación más alejada de la calle. Había dos sillones modernos, uno enfrente del otro.

    Me senté en uno de ellos, Ewan se sentó en el otro. Ambos sillones estaban muy juntos, tanto que él podía co-germe las manos sin casi estirarlas. Demasiado juntos, para alguien como yo.

    -Antes preguntaste que porqué habíamos evolucionado de forma distinta.
    »Entre los vampiros existen ciertas verdades, y algunas de ellas aun siguen, después de milenios de existencia aún son reales.

    Una de ellas, es que a algunos vampiros no les gusta estar solos. Eso aun ocurre, y cuando ocurre, el vampiro elige a un mortal, por cualquier razón, por sus ojos, por su estatura, por lo que fuese.

    »Los vampiros que se creaban, y se crean, solo como compañía, son vampiros esclavos. Estas relaciones entre vampiros esclavos y vampiros amos no suele durar más de un siglo. El vampiro débil se revela, y mata, o abandona, según la fuerza de ambos, al vampiro jefe.

    Antiguamente los vampiros débiles se reunían en aquelarres.

    »Estos aquelarres se veían obligados a protegerse de los vampiros más fuertes. De esa forma se desarrollaron poderes distintos, como volar. Pero también hubo contras, es decir, que esos vampiros tuvieron que renunciar a ciertos poderes, como el de resistir a la luz solar, o la fuerza.

    »¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

    -Por supuesto. Es algo extraño pero lo entiendo. Pero tengo una pregunta. ¿Por qué podemos comer?

    -Buena pregunta. Como ya te he dicho, los vampiros de aquelarre intentaban que los que habían sido sus jefes no los reconocieran. ¿Y como se podía pasar desapercibido en una taberna si el plato de comida esta intacta? No dejándola intacta, tan sencillo.

    »Ahora son pocos los aquelarres que existen. Y ya no tienen lugar las transformaciones. Ahora los descendientes de los vampiros de aquelarre somos nosotros. Y de los vampiros amos, Artemisa, por ejemplo.

    -Entonces entre los vampiros que he conocido durante estos años hay dos clases.

    -No, no te preocupes por los vampiros americanos. Ya todos son vampiros de aquelarre. Los últimos vampiros amos que hubo fueron Artemisa y su séquito. Y por los que has encontrado alrededor de Europa tampoco, ya que te ha-brías dado cuenta. A la única vampira ama que conoces es a Artemisa.

    -Ya sé que no viene al cuento, pero ¿quién es el vampiro más antiguo que existe?
    -Realmente no tiene mucho que ver, pero si quieres saberlo no me lo puedes preguntar a mí. Tendrías que bus-carlo.
    ¿Buscarlo?
    -Claro, cherie, buscarlo.

    Hubo unos minutos de silencio. 10 -Por todo lo que acaba de decir, es posible que el vampiro por el que huyeron de Barcelona no supiera que Usted estaba allí.
    -Es más que posible. Ahora analizando la acción otra vez, creo que siquiera sabe que existo. Tal vez creyó que era un golpe de suerte, por parte de Artemisa.
    La joven, que había estado toda la noche caminando por la habitación, se sentó en la silla.
    -¿Tiene un cigarro?
    -Por supuesto -dijo el anciano ofreciendo una cajetilla. La vampira cogió uno y lo encendió. El viejo la imitó. Ella continuó con su narración.

    11

    Estuvimos hablando sobre los nuestros varias horas. Hasta la hora de reunirnos con Artemisa. Habíamos quedado en una pequeña plaza desértica, cerca del hotel. Tendríamos que decidir que hacer. Artemisa quería volver a Canarias. Yo quería seguir mi búsqueda. Y Ewan tenía que marcharse al norte.

    Yo decidí visitar Canarias, junto a Ángel y Artemisa. Sabía que allí no podría encontrar ningún vampiro, ya que los únicos que habitaban en esas islas eran Artemisa y Iris.

    También decidimos que en cuanto llegáramos a Canarias le diríamos a Ángel lo que éramos. Pero no le presenta-ríamos a Iris, podría ser nuestro seguro.

    Yo no dije nada, pero quería quedarme en París, al menos seis meses, para conocer esa ciudad. Pero también quería aprender de Artemisa, ella, al igual que Ewan, podría enseñarme cosas que sola tardaría siglos en aprender.

    Al día siguiente fui a despedirme de Ewan, comprendiendo que nunca más lo volvería a ver. Es una pena, ya que me gustaría hablar con él, sobre cualquier tema. De vez en cuando recibo noticias suyas. No directamente a mí, sino vibra-ciones que me llegan por medio de otros vampiros.

    Una semana después nos marchamos en un avión con rumbo a Canarias.

    Ángel no entendía nada, no sabía a donde íbamos, y sospechaba que era un secuestro.

    En realidad era un secuestro, pero no con fines lucrativos. Cuando llegamos a Canarias, descubrí un pequeño paraíso.

    Llegamos a Tenerife, una isla, la más grande del ar-chipiélago, en la que se podía encontrar cualquier clase de gente, desde la típica gente que vivía de lo que plantaba en una pequeña huerta detrás de su casa, hasta extranjeros enamorados de esta tierra.

    Santa Cruz y La Laguna, las dos ciudades principales, me encantaron. Podían disminuir hasta 10º en menos de 10 kilómetros.

    La Laguna es una ciudad fría, mientras Santa Cruz es cálida.

    Pero no nos quedamos en ninguna de estas ciudades, sino en una más al norte. Una ciudad turística. Era peque-ña, limpia y pura. Me gustó desde un primer momento. Una de las cosas que más me impresionó fueron las playas, donde las aguas nocturnas no se distinguían de la arena, que era oscura, por causa de la lava. Artemisa tenía un apartamento frente al mar. Allí nos quedamos Ángel y yo. Ángel estaba rendido cuando llega-mos al apartamento. Estaba a punto de amanecer. Tendría que alimentarme rápidamente. Cuando dejé a Ángel en el cuar-to, bajé y, en una callejuela cogí a un viejo y lo maté, sin ninguna satisfacción. Al atardecer siguiente, antes de que Artemisa se marchara en busca de Iris, decidimos decírselo todo a Ángel.

    Pero yo no quería matarlo.

    -Cara de ángel, solo podemos matarlo.
    -Tiene que haber otra solución. Debe haberla- yo estaba enfadada, estaba empezando a querer a ese mucha-chito-. Siempre hay alternativa.
    -La otra solución es convertirlo en uno de los nuestros. Yo reflexioné sobre esta segunda opción. Era posible. Pero no quería cometer el mismo error que cometió él conmigo.
    -También podríamos no decírselo.
    -Por supuesto. Pero ten en cuenta que él sabe mucho sobre nosotras… o mejor dicho, sobre mí. Es un problema.

    Es verdad. ¿Qué podemos hacer? No quiero que muera. Pensé yo. Llévatelo contigo. Espera que crezca, espera que madure.

    Díselo ahora, y llévalo a México.

    México. Por supuesto México. Pero ten en cuenta que aun no he encontrado lo que busco. Podría haber regresa-do a México desde hace mucho tiempo. Pero tenía algo que buscar.

    Cara de ángel, pensó sonriendo, hace mucho tiempo que encontraste lo que buscabas, lo encontraste antes in-cluso de salir de América. No entiendo. ¿Quieres decir que lo que busco está en América? No, cariño, lo que te digo es que tú eres lo que necesitas.

    Sigo sin entenderte. ¿Me estás diciendo que he perdido estos diez años en balde?

    No, porque has madurado. Stephen sabía que tú eras lo que necesitaba, pero también sabía que necesitabas madurar.

    -¿Conoces a Stephen?

    Artemisa soltó una de esas risas que tanto me gustan. -¡Qué ingenua llegas a ser, querida! Tienes que ser más cuidadosa, tienes que aprender a proteger tus pensa-mientos, es fácil, pero tienes que resistir toda la velada, nunca dejes de proteger tus pensamientos.

    -¿Qué me recomiendas que haga?

    -Como te dije. Márchate con Ángel, a México, o a donde quieras, pero no vayas al aquelarre hasta que él sea mayor, 19 o 20 años. Madura tú también.

    12

    La joven se levantó, saltaba a la vista que no le gustaba estar sentada durante mucho tiempo. Los restos de am-bos cigarros estaban en el cenicero. Hacía tiempo que ambos se habían consumido.

    -Venga, pregunta -dijo ella.
    -¿Qué? -dijo el anciano, sin entender que ella había leído su mente. -Tienes una pregunta, hazla.
    -Lo único que se me ocurre preguntarte ahora es ¿qué hiciste? -No, pero tenías otra pregunta.
    -Si Artemisa no te hubiera dicho que lo que buscabas era tu conocimiento, ¿aun estarías buscando a esa perso-na que llevas en tu interior?
    -Supongo que no, o tal vez sí. ¿Quién sabe?

    El anciano se levantó. Se quitó el suéter rojo que llevaba puesto y lo dejó encima de la silla. Caminó delicada-mente hasta la ventana, el lugar más alejado de la vampira.

    -Continúa, por favor. 13 Esa noche salí de caza, por supuesto, pero con Ángel. Tenía que hablarle.

    -Sabes que hace tiempo que tenía que hablar contigo.
    -Supongo que para explicarme que pasa aquí.

    Estabamos caminando por una calle oscura y vacía. Pero aun así no podría arriesgarme a que otros mortales oyeran lo que necesitaba que Ángel supiera.

    No hables le dije, solo piensa lo que quieras decirme.

    -¿Qué?

    No hables, ya te lo he dicho. Solo piensa. Con eso ya puedo entenderte. Esto no tiene sentido.

    Miró al suelo negando con la cabeza. El pelo, largo por los hombros, me impidió per sus ojos grises verdosos.

    Todo a su tiempo. Según te cuente iras entendiéndolo todo. No intentes huir, ya que será peor.

    -¿Qué harás, si lo intento? ¿Matarme? -dijo él en voz alta. No descubras el juego, mortal torpe. Y no me hagas enfadar, porque lo haré, me enfado te mataré. Ahora déjame explicarte lo que pasa.

    Para que Ángel viera lo que yo quería enseñarle, tenía que probar el poder. Allí no estabamos seguros. Eso lo te-nía claro. En cualquier instante algún mortal podría descubrir lo que estabamos haciendo. Lo cogí como lo había hecho en Barcelona, y lo llevé hasta la terraza de un apartamento. Éste estaba vacío. Y las posibilidades de que nos encontraran allí eran menores.

    -¿Cómo lo has hecho? -dijo él en un susurro.

    Todo a su tiempo, cariño, todo a su tiempo. Antes he de enseñarte algo. Lo dejé en la terraja mansamente, y me senté a su lado. Lo besé delicadamente en los labios. Sentí su calor, sentí la dulce sangre corriendo por su cuerpo. Bajé hasta su cuello. Y lo mordí tiernamente. Solo un pequeño sorbito, pero lo suficiente como para que entendie-ra que ocurría. Me separé de él. Sentí dentro de mí el calor mortal. Y mucho me costó resistirme a la tentación.

    Me llevé un dedo a la boca y lo mordí. Cuando sentí las primeras gotas, se lo puse en la boca a Ángel. Y dejé que bebiera lo suficiente como para poder mandarle imágenes. No solo palabras. Lo que tenía que explicarle necesitaba recurrir a algo más que palabras.

    Le enseñé mi casa, le enseñé a mi hermano y a mi jugando bajo el cálido sol del trópico. Eran recuerdos de mi madre. Recuerdos que le había arrebatado. Le enseñé mi recuerdo de ese mismo día, y recordé a mi hermano pequeño, era cinco años menor que yo, una monada de niño. Eran tiempos felices. Hasta que conocí a Jorge. Era mayor, atlético y guapo. Me enamoré de él. Yo no era más que una chiquilla, pero no me gustaba aquella vi-da, y vi en Jorge la oportunidad de vivir una nueva, distinta a la de mi madre. Estuve casi dos años con Jorge, pero me abandonó por una muchacha de su edad. Me dejó sola con doscientos pesos en el bolsillo, y con una vida que no me apetecía vivir.

    Solo tenía trece años, y ya conocía muchas más cosas sobre la vida que cualquier joven de mi edad. Conocí la sociedad en la que vivimos. Y no me gustó lo que vi. Pero llegó él, el vampiro que se apiado de mis sufrimientos y me mató, pero que también se enamoró de mí, y me hizo lo que soy.

    Recordé el placer que sentí cuando probé el líquido que corría por las venas de él. Cerré los ojos. Pero sentí que Ángel se movía. Abrí los ojos para mirarlo. Estaba contemplando el cielo. Todo se mueve dijo. Todo se mueve, nada está quieto.

    Lo besé. Se empezó a calmar. Miraba todo con cierta… ensoñación. Pero se calmó lo suficiente como para seguir la historia.

    Lo siguiente que le enseñé fue el aquelarre. Sin decirle donde estaba, pero sí como era. Incluso le “presenté” a Stephen. Tal vez eso no debería haberlo hecho. ¿O tal vez sí? Bueno, al fin y al cabo creo que no tengo manera de rectifi-car lo que he hecho. Solo sé que se lo enseñé.

    Poco a poco fui abriendo mi mente de una forma que nunca había hecho, ni he vuelto a hacer. Le conté todo lo que sabía, sobre los vampiros, sobre la vida. Todo, lo dije todo.

    Le conté mi búsqueda, la búsqueda que me había llevado diez largos años, aunque eso en la vida de un vampiro sea un espacio de tiempo muy corto.

    Expliqué sobre todos los vampiros que había conocido. He incluso le hablé de mi “banda” de San Francisco. Poco le hablé de Ewan, o de Artemisa. Del primero, porque casi no sabía nada de él. De la segunda, porque ya sabía mucho.

    Eso sí, no le hablé sobre los vampiros del aquelarre, ya tendría la eternidad para conocerlos.

    14

    -O sea que Usted sabía lo que iba a hacer, desde un primer momento.
    -Claro, pero no le haría lo que me hicieron a mí, yo lo dejé vivir.
    Pero me estoy adelantando mucho. Espera y en-seguida te cuento lo que pasó luego.
    -¿De que año estamos hablando?
    -1993.
    -¿Aun?
    -Sí, fue el año más importante de mi existencia.

    El anciano se sentó nuevamente en la silla. Ella le dio la espalda, bajó la cabeza y continuó la historia en voz muy baja. El viejo tuvo que agudizar mucho el oído para poder entenderla. Pronto empezó a subir, lentamente, la voz.

    15

    Poca cosa más le dije esa noche. Y mucho menos interesante. Continuaré con lo que hicimos tras abandonar Canarias.

    Artemisa creyó que cogeríamos un avión con destino Jamaica. Pero estaba muy equivocada.

    Dos noches después de haberle contado mi historia a Ángel, Artemisa reservó dos pasajes para el vuelo a Jamai-ca, que salía diez días después.

    Durante esos diez días visitamos, rápidamente, las islas. Y la verdad es que quiero volver, quiero ver nuevamente todas las islas. Pero tengo un especial interés con respecto a la isla de La Palma, donde está la ciudad más linda de esta tierra. También quiero volver a Lanzarote, a La Gomera… Son todas tan bonitas. Artemisa nos dejó en el aeropuerto. Pensé que no se iría hasta que saliera el avión. Pero no fue así, casi, pero no.

    Cuando el avión salió, yo estaba ya en vuelo a México, con Ángel en mis brazos, agarrado a mi cuello.

    Cuando me di cuenta quería mordérmelo. Pero yo no le dejé, por supuesto.

    Solo un poco, por favor, Silvia. Pidió él, que ya había entendido el sistema.

    No, no puedo.

    Estabamos sobrevolando el océano Atlántico, casi no habíamos abandonado las aguas de Canarias, cuando él intentó lo que he explicado antes. El camino era muy monótono, solo aguas, aguas oscuras. Y largo, pero lo recorreríamos antes de que lo hiciera un avión, por supuesto. Sentí que Ángel empezaba a tener hambre. Eso ocurrió justo antes de que pasáramos sobre en “centro” del océano, por llamarlo de alguna forma.

    -Dame tu sangre, por favor -dijo él, en un susurro.

    Duerme, cariño, duérmete obligué yo.

    -No -dijo mientras cerraba los ojos dulcemente.

    Sentí como se dormía, como se apoyaba en mi pecho, para descansar.

    Llevábamos casi cinco horas viajando. Estabamos a punto de llegar cuando él se despertó. Lo besé en los labios suavemente. Él se revolvió, y yo bajé mis labios hasta su cuello. Lo mordí, y sentí la sangre dulce, y cálida dentro de mi boca.

    Esa vez cogí más sangre que de lo que había hecho anteriormente. Pero también le di más de la que le había dado nunca.

    Pero sin llegar nunca a niveles peligrosos.

    Me mataras, al final, ¿no?

    Yo sonreí, aunque solo para mí, ya que él estaba con los ojos cerrados.

    Claro que si, todos tenemos que morir en un momento u otro.

    Pero tu no morirás, a menos que quieras, yo no. Yo estoy entonces condenado a morir.

    Sentí, que aunque no le sorprendía, si le molestaba.

    Llegábamos a México, donde ya se podían apreciar las tenues luces de la costa caribeña. El Caribe, mi tierra. Había nacido allí, y también había estado alegada de esa tierra durante más de diez años.

    Llegamos a Veracruz. Preciosa ciudad, y con maravillosos hoteles como en todos sitios. Dejé a Ángel, cansado por el viaje, en uno de esos hoteles. Lo dejé en una de las mejores habitaciones. Yo me fui a las afueras de la ciudad, a los suburbios. Allí siempre podía encontrar a gente dispuesta a morir, es decir que quisiera morir, o a malhechores.

    Son los más difíciles de matar, pero su sangre sabe mejor.

    Esperé, escondida en un callejón a que pasara alguien, a alguien que yo había llamado, alguien que quisiera morir. Lo bueno de ese sistema era que te hacía sentir bien, ya que liberabas de su sufrimiento a tu víctima.

    Suena un poco mal, lo que digo, pero es así. Quisiera poder contarte cosas más agradables, pero en este mundo yo no soy lo más agradable que existe.

    16

    La vampira cogió su chupa, y se la puso. Le dio la espalda al entrevistador, y fue hasta la puerta. Ante la sorpresa de él, la abrió.

    -Espera, aun no me has contado lo que pasó. ¿Volviste al aquelarre?
    -Todo está dicho. El final está claro, ¿no lo crees así? -¿Me vas a dejar así, sin saber que pasó con Stephen?

    • No puedo contarte lo que no sé.

    Dicho esto, la joven vampira abandonó la estancia. El entrevistador recogió sus cosas, y salió corriendo detrás de ella. Cuando llegó a la calle se sintió observado. Buscó rápidamente al que lo observaba. Al parecer no había nadie. Siguió a su instinto hasta llegar a una calle, en un barrio importante. No sabía como, pero estaba seguro que ella estaba allí, espe-rándolo.

    Cuando llegó al edificio, se fijó en una de las ventanas, allí estaba la silueta de la joven.

    Me estabas esperando, ¿verdad? Pensó el entrevistador cuando llegó al apartamento.

    -Creo que tal vez, solamente tal vez, no debería haberte dejado con la intriga de lo que pasó. No es un buen final para la historia.

    -Estoy seguro de que no conseguiría vender la historia con ese final…

    -No te lo tomes a broma, mortal, que puede que el final de la historia termine contigo.

    El anciano retrocedió unos pasos. Y entonces vio por primera vez detenidamente a la vampira como era real-mente, y entendió porqué Artemisa la llamaba cara de ángel, realmente tenía rasgos angelicales.

    -¿Estamos solos?
    -Por supuesto, no me gusta que algún otro vampiro pueda querer al mortal que traiga.
    -Me vas a matar. Sé donde vives, y eso puede ser fundamental para un vampiro, es un dato importante para la aniquilación de un mortal.
    -Tenlo por seguro. Pero no te mataré hoy, ni mañana, esperaré. -Si he entendido bien, me estas diciendo que me mataras en otro momento.
    -Exacto -dijo la vampira-. Pero sigamos que quiero terminar esta noche con el relato.
    -¿Por qué te interesa tanto que conozca tu historia?

    La vampira se sentó en un sillón rojo, y señaló otro, invitando al anciano a sentarse en él.

    -¿Por qué? Hay varias razones, pero solo soy capaz de explicar una: Estoy harta de todo el secreto que se guar-da entre los vampiros y los mortales. Tal vez nunca debí haberte revelado que Artemisa y yo no somos de la misma clase de vampiros, o cuales son las diferencias que existen entre nosotras. Nunca debí decirte el nombre de mi jefe, ni debí ha-blarte de mi verdadero maestro.
    -Deben haber más razones.
    -Las hay, pero no pienso decírtelas.

    El viejo sacó de su chaqueta la petaca, pero se dio cuenta que estaba vacía. Miró a la joven, que se estaba le-vantando. Vio como se acercaba a un mueble bar, y que servía dos copas de coñac.

    -Toma -dijo la vampira dándole la bebida.
    -Ahora continuemos.
    -Si no recuerdo mal, nos habíamos quedado en Veracruz. En el año 1993.
    -Según mis notas sí.
    -Perfecto -dijo ella-. Continuemos, pues.

    Publicación September 29, 2021
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