Continuación: ARTEMISA
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Ángel y yo estuvimos más de medio año en Veracruz. Pero yo no quería continuar en esa ciudad, por muy mara-villosa que fuera. Nunca me ha gustado mucho quedarme tiempo en la misma ciudad, y a Ángel no le convenía.
Así que fuimos recorriendo todo México, y casi siempre buscando problemas con el clan de vampiros de turno. Hacíamos una buena pareja, un mortal y una inmortal, suena algo raro, pero era así. Yo me sorprendía que Ángel cambiara cada día, y él se sorprendía de que yo no lo hiciera.
Dormíamos los dos juntos, cada día, en mi ataúd. Las primeras noches tuvo algo de miedo, pero yo lo abrazaba, y se sentía protegido. Después era él quien me abrazaba a mí, no por miedo, sino por amor. Un amor del que me doy cuenta ahora, me estoy dando cuenta de lo mucho que lo quiero. De cuanto lo necesito. 1995. Ángel cumplió 17 años, estaba maravilloso, precioso. Pero empezaba a desesperarse, me preguntaba cuando lo convertiría. Ojalá él hubiera sabido en ese momento que yo no tenía planeado hacerlo. Aun no.
No creas que no quería hacerlo por egoísmo, no quería hacerlo porque no era una vida que quisiera entregarle, era una vida donde nada se puede saborear. Era una vida nada agradable. O eso creía yo.
En ese año Ángel y yo empezamos a tener problemas. Él se desesperaba porque yo no quería convertirlo aun. No quería perderlo. ¿A él que más le daba esperar un año más?
Pero no aguantó, se marchó de mi lado. Se fue de día, dejándome sola en el ataúd. El cuarto estaba oscuro, y por eso no me percaté de su huida hasta la noche.
Decidí, dejarlo a su aire, pero protegiéndolo. No quería perderlo, pero tal vez tuviera razón, si lo dejaba vivir, no podía estar conmigo, tenía que aprender a ser un hombre. Lo he estado siguiendo durante estos dos años. Lo he visto crecer. Lo he visto aprender. Y casi lo veo morir.
Ocurrió hace solo unos meses. Estabamos en un pequeño pueblo cercano a Guadalupe, en Zacatecas. Yo aca-baba de llegar, él llevaba más de una semana en el pueblo. Estaba hospedado en uno de los mejores hoteles. Eso nunca lo ha logrado entender, él nunca ha pagado sus cuentas, siempre estaba yo, para pagarlas. Pero continuemos con la historia.
Él sabía que yo lo seguía, siempre lo había supuesto. Pero nunca me vio. Siempre me hospedaba en el mismo hotel que él. Y siempre lo observaba desde alguna azotea, o unas cuantas manzanas atrás. Nunca me dejaba coger, ningún mortal reparaba en mi presencia.
Había cosas que le veía hacer y me horrorizaban. Pero nunca lo ayudaba, al menos no físicamente. Muchas ve-ces, cuando se metía en peleas, asustaba a su contrincante. Se ponía blanco, y yo reía. Ángel no entendía que era lo que pasaba, siempre ganaba. Las calles de ese pueblo estaban llenas de drogas. Y Ángel se las arreglaba para juntarse con ese tipo de gente.
Cuando yo llegué al pueblo él ya llevaba una semana, tiempo suficiente para él. Ya tenía enemigos, y también amigos. Incluso una novia. Siempre era así, marcaba su paso por el lugar que pasara. Cuando lo encontré estaba en un callejón, peleando contra un tipo mayor que él, mucho mayor. Más alto, más ro-busto, más fuerte. Ángel estaba perdiendo. Era muy tarde como para ayudarlo. Su rival le dio un golpe en la barriga, Ángel cayó. Entonces el otro sacó una navaja del bolsillo. Se acercó a mi protegido y lo amenazó. Se agachó y lo rozó con la navaja. Estaba muy concentrado en su “trabajo” como para poder asustarlo con una visión. Lo que vi entonces me sor-prendió. El joven le estaba clavando la navaja a Ángel en pleno corazón.
Estaban ellos dos solos. Se lo volvió a clavar, esta vez con más fuerza. Sentía que lo perdía.
Yo estaba en un balcón, si él moría moriría yo. No podría soportar la vida sin ese muchachito.
Bajé en picado. Cogí a Ángel y lo levanté hasta una azotea. Sentía que se moría.
Él tenía todo la camisa llena de sangre. Me miraba sin saber que le ocurría. Lo dejé en el suelo sin ningún movi-miento brusco. Lo tapé con mi capa, y lo acaricié. Lo besé.
No me dejes morir, no lo hagas. Suplicó él.
Claro que no. No te voy a dejar, no.
-Ahora morirás, pero vendrás conmigo, a este mundo oscuro en el que yo vivo.
Estabamos preparados, tanto él como yo.
La mitad del proceso estaba hecha, o sea, se había desangrado hasta el borde de la muerte. Me mordí la muñe-ca, y se la tendí. Cuando sentí que empezaba a chupar, sentí algo que nunca he sentido, algo maravilloso. Él necesitaba mi sangre, y yo quería dársela.
Sentí que estaba chupando más sangre de la adecuada, pero casi no podía separarlo de mí. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que dejara de beber mi sangre.
Cuando lo logré, me dejé caer hacia atrás, agotada. Él también estaba cansado, se estaba muriendo. Estaba pa-sando por esa etapa por la que debemos pasar todos los vampiros, suele ser considerado el peor momento, la muerte. Yo también lo creo así. Es como una prueba, o así lo considero yo.
Ángel estaba estuvo toda la noche soportando su muerte. Yo necesitaba sangre, no me había alimentado. Quería sangre. Dejé a Ángel en el hotel, casi no podía con él. Nunca había sentido esa sensación desde que era inmortal. Nunca había encontrado un obstáculo que no pudiera superar.
Me sentía débil, como nunca antes me había sentido. Parecía un muerto viviente. No sentía nada, no oía nada, solo buscaba sangre. Los pocos recuerdos que tengo de ese momento son vagos y poco claros. Casi no recuerdo esa noche, bueno lo que quedaba de esa noche. Solo sé que cuando llegué a la habitación del hotel, Ángel estaba en mi ataúd, esperándome.
Yo había pagado la habitación. Y había dispuesto todo para nuestra marcha a otra ciudad. Había contratado a al-guien para que cogiera el ataúd, forrado de tal modo que pareciera una caja, y lo llevara, con nosotros dentro, hasta Aca-pulco. Allí tenía un lugar donde podría quedarme, hasta que se calmaran las cosas en mi interior.
Allí vivía él. El que me sacó de mi miseria en Ciudad de México.
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-Te estoy contando muchas cosas. Tal vez no debería hablarte de él. No
pensaba hacerlo, cuando decidí con-tarte esto. Pero tengo que continuar
con la historia ¿no? Creo que no puedo dejarla así, tendré que
explicarte algo más.
-Supongo que sí. Pero tú eres la que conoce la historia. Tú eres la
única que sabe como termina. Creo que aun no lo ha hecho… La vampira
dejó escapar una risa entre dientes. Se levantó y fue hasta la ventana.
Su silueta juvenil se veía en sombras, puesto que la luz que entraba
desde la calle era mayor que la que había en la habitación. Sintió que
alguien la observaba… Y sabía quien era. No desde donde pero sabía al
menos quien era.
-Me queda poco tiempo, mejor terminemos pronto.
-¿Poco tiempo la eternidad?
-La vida de un vampiro nunca es eterna, tenlo presente. Siempre hay un
final, tanto para ti, como para mí, como para todos esos mortales e
inmortales que rondan por el mundo.
-Pues continuemos, entonces.
Se levantó del asiento y se sirvió otra copa. Se encendió un cigarro y
se volvió a sentar. La joven se separó de la ventana, estaba nerviosa,
y no podía estarse quieta.
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Como estaba contando, había decidido refugiarme en Acapulco. Preciosa ciudad, la verdad, pero si la vives de día. No es lo mismo vivirla de una forma u otra.
No me gustaba esa ciudad, para nada. Me parecía una ciudad rara. No era la ciudad más adecuada para un vampiro. No, la verdad es que no. Pero era el sitio más seguro que conocía. Aun no podía volver al aquelarre. Estaba muy aturdida como para ha-cerlo. Tenía que recuperarme. Al menos un poco.
Recuerdo la cara de él cuando me presenté, con mi nuevo compañero. No sabía si me recibiría con los brazos abiertos, o me daría la espalda.
Por suerte o por desgracia, me recibió con los brazos abiertos.
Tal vez si no hubiera reaccionado de esa forma, las cosas hubieran salido mejor. Ya sé que no puedo arrepentir-me de lo que está hecho, pero siempre se puede reflexionar sobre ello. Cuando él me vio a la luz, y vio en el aspecto que me encontraba, me acompañó hasta una habitación. Casi no me acuerdo de lo que en ella había. Solo sé que me senté en un puf, cerré los ojos y esperé a que me hiciera la primera pregunta. Y no se hizo esperar, dicha pregunta. Formuló la única pregunta capaz de hacerse en ese caso.
-¿Qué te ha pasado?
De todo. En estos últimos años me ha ocurrido casi todo lo que me podía haber ocurrido. Y ahora estoy aquí en Acapulco, junto a ti, casi al final del milenio. Llevo más de diez años buscando algo, y ya lo tenía. He desperdiciado diez años, y aunque eso para un vampiro no sea nada, podría haberlo utilizado para otra cosa.
Estas pesimista, ¿verdad, preciosa?
Creo que sí. Sí. Estoy mal. Perdóname.
No tengo porqué. Todos podemos tener un mal día. Me animó él. Pero, cuéntame que te pasa, quien es él…
No quiero hablar sobre él. No quiero. Te podría contar lo que me ha pasado, pero tal vez tardaría mucho. Nece-sito relajarme, y así nunca lo conseguiría. No podría, ahora al menos, contarte lo que me pasa, sería agravar la situación. Tal vez debería pensar en otras cosas, en vez de pensar en mi vida.
-Salgamos, divirtámonos un rato. Podríamos salir de caza, como en los viejos tiempos.
Ahora estoy segura, no debería haber dejado que él me sacara a divertirme, tal vez no debería haber dejado a Ángel solo. Pero lo hice, salí, dejando a Ángel a sus anchas. Si tal vez no lo hubiera hecho… Bueno, no estamos para quejarnos, ¿verdad? Solo para contar una historia. Una historia demasiado larga, y, aunque yo no quería, con demasiados datos. Pero nadie la creerá, nadie, menos los vampiros que me conocen, y algún mortal que otro que sepa de nuestra existencia. Tal vez, por lo que te he contado hasta ahora, esté condenada a muerte. No me importa, lo siento, pero creo que nada importa ya.
Solo quiero contarte mi historia, terminar de contarla y desaparecer, desaparecer para siempre… Pero continuemos, tengo que terminar, antes de que todo esto acabe… Dios, como he podido hacerlo… Como me he dejado atrapar de esta forma…
Como te decía, estabamos en Acapulco, y según él tenía que divertirme, y relajarme, y la mejor forma era deján-dome guiar por él. Así que dejé a Ángel y salí a dar una vuelta. Bien, la verdad es que me relajé, me sentí bien, como no me había sentido desde que había metido a Ángel en nuestro mundo. Nuestro mundo, que mal suena algo así, ¿acaso no estamos todos en un mismo lugar, en un mismo planeta?
Debería decirte su nombre, o sea el de mi padre inmortal, tal vez así quedarían más claras las cosas. No lo he di-cho ya porque creía que no sería relevante en el relato, pero veo el camino que éste ha cogido y comprendo que es necesa-rio que revele el nombre, ya sabes tantas cosas, ¿qué más da que sepas una más?
Se llamaba Manuel. Pero estoy segura de que ese no era su verdadero nombre. ¿En qué me baso para decir esa afirmación? Pues que ese nombre fue traído por los castellanos a América, y él era precolombino. Él había nacido antes de que los castellanos pisaran por primera vez las tierras de México. Terminemos cuanto antes con esto, tengo que perderme antes de que ellos actúen, antes de que decidan atacar.
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-¿Atacar? ¿A quien? Acaso hay algo que no sé.
-Hay muchas cosas que no sabes. Muchísimas. Y nunca lograrías entender
lo que pasa aquí, lo que está pasan-do en la calle en estos momentos.
Te costaría mucho hacerlo.
-O sea que los otros vampiros saben que me estas contando tu historia.
¿Que te harán si no logras escapar a tiempo? -Se me ocurren varias
cosas, terribles todas ellas. Tal vez me encierren bajo tierra dos o
tres siglos, no moriría, claro que no. Pero al cabo de ese tiempo me
sacarían, y me dejarían al sol, para morir de la peor forma que puede
morir un vampiro de mi clase.
-Se está, entonces, arriesgando inútilmente. Porque si la cogen, y me
cogen a mí, esta historia nunca será leída por otros mortales e
inmortales.
-Claro que será leída, ya que no dejaré que la encuentren, sobretodo
porque no la buscarán.
-¿Qué quiere decir con ello?
-Ya lo entenderás según ocurran las cosas.
Ella se acercó a la infinidad de papeles que el entrevistador había
desparramado por la casa. Había una grabado-ra, allí estaba la
historia, en tres o cuatro cintas de 90 minutos. Los papeles también
contenían la historia, pero vista de otra forma. La vampira cogió las
cintas y las hojas. Mientras buscaba lo que necesitaba en los apuntes,
continuó contando su historia.
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Pero nos queda poco tiempo, continuemos. Tengo que preparar el plan, y terminar con esto.
Me había quedado en que dejé a Ángel solo, en una casa desconocida, y en una ciudad completamente distinta de todo lo que él conocía.
Recuerdo que llegamos cerca del amanecer. Durante esa noche me alimenté bien, y me olvidé completamente de Ángel. Supuse que se habría buscado la vida, y que habría vuelto a esperarnos después de haberse alimentado. Si lo hubiera hecho así, ahora mismo no estaríamos aquí. Lo estuvimos esperando hasta casi el amanecer. A mí me sorprendió mucho que no hubiera estado en la casa, y más que no llegara al refugio al amanecer.
Manuel y yo dormimos en el mismo ataúd esa noche. Solo para recordar viejos tiempos. Echaba de menos dormir con alguien como él, o sea, atlético y fuerte. Pero no por ello caería en la tentación de volver con él.
A la noche siguiente lo busqué por toda la ciudad, acompañada de Manuel, quien no me dejaba sola ni un segun-do.
Buscamos en los lugares de reunión, salas donde los vampiros de una zona se reunían para discutir y charlar de distin-tos temas, en cualquier calle. Donde quiera que pudiera encontrase, lo buscamos.
Pero en ninguno de los lugares que se nos ocurrieron estaba. Era como si la tierra se lo hubiera tragado. Ningún mortal o inmortal de Acapulco se había fijado en él. Había ocultado muy bien su rastro, había aprendido de mí.
Estuvimos casi tres semanas buscándolo. Yo ya había perdido las esperanzas de encontrarlo. Había salido de la ciudad, estaba segura. Pero no sabía hacia donde habría partido. Lo primero que se me ocurrió fue que estaría en el aque-larre. Pero eso era poco probable, puesto que, aunque supiera su existencia, no sabía con exactitud en que parte de México se encontraba. Seguramente lo buscaría. Tardaría años en encontrarlo. Y yo no estoy dispuesta a darle ninguna pista. Sé que me está siguiendo, ya lo he pillado un par de veces. Cuando lo hago, o sea lo de encontrarlo, me deja durante varias semanas libre. Él sabe que yo te estoy contando esto. Lo sabe él y lo saben todos los vampiros del mundo.
Algunos están aquí, otros no. Algunos participaran en mi caza activamente, otros no. Pero todos querrán verme muerta. Absolutamente todos quieren mi cabeza. Pero no podrán cogerme. Claro que no. Soy más lista que ellos, bas-tante más lista.
Podría terminar la historia aquí. Pero creo que tienes que saber que pasó con Manuel. Que hice para librarme de él. Manuel siempre estuvo enamorado de mí. Eso yo lo tenía presente, cuando acudí a Acapulco, a su lado. Yo lo abandoné una vez, podría abandonarlo otra. Pero él no estaba dispuesto a que lo abandonase por segunda vez. ¿O quizás fuera yo la que no quería quitármelo de encima? Necesitaba deshacerme de él, para poder buscar a Ángel como yo quería.
No quería dejarme ni un segundo sola, no fuera a irme. Me tenía como a la hija protegida. Pero me mimaba, me hacía todos los gustos. Se portaba como un mortal sobreprotector.
Para despistarlo tuve que convecerlo de que me dejara cazar, por una vez, sola. Me dejó, pero estaba observán-dome en una esquina. Atraje a un mortal hasta mí. Y lo puse de forma que tapara mi cuerpo, desde el lugar de Manuel. Con eso podría distraer la atención de mi padre al menos durante unos instantes. El tiempo suficiente como para poder huir volando del lugar. Maté a mi víctima delicadamente, como suelo hacer yo las cosas… Y lo dejé muerto, de pie, con la intención de que aguantara lo suficiente en esa posición como para poder perderme entre las sombras.
Casi, hay está la palabra clave, casi, consigo huir de mi maestro. Pero no pude. Conseguí levantar el vuelo, pero se fijó en mí. Intenté despistarlo, volar más alto que él, más rápido. Pero no conseguí quitármelo de encima.
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-Bueno, esto ya está -dijo la vampira refiriéndose a las hojas. Estaban
ordenadas según el curso de la historia. Cada cierta cantidad de hojas
faltaba una que otra, eran donde estaba escrito lo que pasaba en la
habitación. Tenía todo planeado.- Ahora solo me queda esconder esto,
más las cintas.
-Ya entiendo lo que quieres hacer. Es un plan muy sencillo, pero
practico, creo.
-Nunca pensarán que hay otra versión del relato. Por eso te elegí a ti,
sabía que harías dos copias distintas de lo que te dijera.
Y eso me servirá de mucho.
La chica se levantó. Empezó a caminar por la estancia. Mientras buscaba
entre los libros y las cajas, continuó con la historia.
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Esa misma noche, Manuel se enfadó conmigo. Pero no me lo demostró como lo suelen demostrar los humanos, o sea, no hizo lo que normalmente se hace en esos casos. Lo que hizo me dejó atónita. Se comportaba de forma extraña, más cariñoso que nunca, más amistoso. Me trataba como una igual, no como su hija… Poco a poco empezó a hablar conmigo, primero de ningún tema en sí, sino de lo que ocurría en el mundo a nuestro alrededor. Ya luego empezó a hablarme de otras cosas, como sus sentimientos, su vida.
Me contó todo lo que sabía sobre este mundo. Pero no lo hizo como Ewan, no me metió en una casa y me lo contó todo en una noche, sino que me lo fue diciendo poco a poco, mientras paseábamos, incluso mientras cazábamos. A veces me lo decía con el lenguaje oral, otras me lo decía con pensamientos.
Mis dos maestros, Ewan y Manuel, me enseñaron, de formas muy distintas, dos formas completamente diferentes de ver la vida. El primero me lo digo todo muy objetivamente, el segundo me enseñó la verdad sobre la vida, o al menos su verdad.
Estuvimos, desde que Ángel muriera hasta hace unas semanas, juntos, buscándole sentido a la vida. Él me en-señó lo que sabía, y yo expresaba mis sentimientos, en busca de un mutuo entendimiento. Entendí que yo era su único vinculo con el mundo donde vivía actualmente. Algo había en mi para que él me siguiera hablando, y eso era. Yo lo estaba salvando de la muerte, ya que “su mundo” había desaparecido, hacía más de 300 años.
Me encantaba estar con Manuel, me encantaba su compañía. Siempre me había gustado, y más ahora, cuando pensaba que lo sabía todo, cuando me enseñó tanto sobre todo.
Pero no debía dejar a un inmortal suelto por el mundo. Claro que no. Tenía que buscar a Ángel. Tenía que en-contrarlo, y salvarlo antes de que otros vampiros lo hicieran.
Parece que al fin estoy llegando al final de mi relato. Creo que después de todo lo que he dicho y hecho, ya está todo. Solo falta decir que no sé como conseguir que Ángel vuelva conmigo. Nunca he destacado por tener una gran paciencia. Por eso no he soportado buscar a Ángel, aunque no haya pa-sado ni un mes, desde que empecé mi búsqueda.
Cuando era mortal era muy fácil encontrarlo, porque no podía desplazarse muy rápidamente. O sea que estaba casi siempre en lugares cercanos. Pero como inmortal podía volar de una punta de México a otra sin gran dificultad.
Bueno, pero aquí estoy, después de haber recorrido todo el mundo, buscándome a mi misma, ahora estoy en mi tierra natal sin saber que hacer.
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-¿Y que me cuentas del aquelarre? ¿Qué ha pasado con Stephen? -¿El
aquelarre? Pues realmente no sé.
-¿Cómo?
-Hay una razón fundamental, que nunca he vuelto.
-¿Entonces nunca has vuelto a saber nada de ellos?
-No, ya te lo he dicho.
-No comprendo porqué está aquí ahora mismo, o sea, ¿porqué ha
arriesgado toda su vida para contármelo a mí ahora, cuando, pudiendo,
nunca ha sentido el poder en Usted?
-No quiero sentir el poder, no me gusta el poder… Y siento que no
sirvo para tener poder.
-¿Entonces ha venido a morir? ¿Acaso Usted también quiere morir?
-¿Por qué usas el “también”?
-¿Acaso no sabe que yo odio esta vida, acaso no se había dado cuenta?
Desde un principio pensé que Usted me había elegido por eso, por mis
ansias de morir.
-Lo sabía, pero no pensaba que pensaras que te había elegido por ello.
La vampira miró por la ventana, cada vez estaba más nerviosa, cada vez
se notaba más que estaban en peligro. Era muy tarde, ya nadie paseaba
por la calle, solo algún que otro peatón trasnochador, de vuelta a
casa. Pero había algo más allá abajo, algo acechando para caer sobre su
víctima en el momento adecuado. Ese momento estaba demasiado cerca, al
menos desde el punto de vista de la vampira.
-Mi historia está acabada, poco o nada más queda por contar. Tal vez
decirte que no solo yo estoy jugándome la vida en esto. Es muy probable
que a ti también te maten. Solo puedo decirte que te escondas, que te
marches de la ciudad. Pero no pienses en el relato, olvídate del
relato. Espera durante unos años. Entonces estarás a salvo, si
sobrevives más de tres años, ya no te buscarán. Pero tienes que
olvidarme, olvidarás todo esto. »Si hablas con alguien sobre esto, si
alguien lo sabe, te calificaran de loco, y entonces nunca podrás
publicar es-to, y si me he arriesgado tanto, no es para que ahora nadie
sepa mi historia, pero quiero que la sepan como yo te la he contado, no
como tu la has entendido. Ahora toma esto, son los cassettes y los
papeles necesarios para que el relato tenga algo de sentido.
-¿Eso es todo?- preguntó el viejo asombrado-. Ahora me voy y todo ha
terminado. No puedo contar nada de esto a nadie, no puedo acordarme de
ello hasta dentro de tres años. ¿Sabes cuanto son tres años en una
persona como yo, vieja, acabada? Podría estar muerto para dentro de
tres años…
-Podría ser, pero no, vivirás al menos cuatro más. Y si no es así no te
preocupes, tu hija encontraría al final el re-lato. Saldrá a la luz,
pero no en este momento. Lo consideraran ficción. Pero la gente lo
conocerá, peor sería que nadie nunca se enterara de nuestra existencia.
-¿Está segura de que morirá?
-No completamente, tal vez solo me torturen durante siglos y siglos,
hasta que a los seres humanos les dé por cargarse de una vez el
planeta. Lo más seguro es que me maten.
-¿Y si no lo hacen?
-Entonces viviré, volveré al aquelarre, destronaré a Stephen, y mandaré
en ese estúpido lugar de reunión. O tal vez seguiría con mi búsqueda de
Ángel, tal vez algún día quiera volver a mi lado. »Aquí termina todo.
Prométeme que guardarás el relato en lugar seguro. Si salgo de esta tal
vez te vaya a visitar algún día, dentro de algún tiempo.
-¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?
-Al lado vive un joven, muy buena persona, dispuesto a ayudarte. Dile
que vas de mi parte, está colado por mí, y haría cualquier cosa por
agradarme. Pasa allí hasta el amanecer. Entonces esto se calmará, sal
tranquilamente del edificio. Pero antes de irte, pasa por aquí -dijo
dándole las llaves del piso- y coge un sobre blanco y grande que hay en
el primer cajón de la cómoda. Hay un billete de avión, una dirección y
unas llaves. Refúgiate allí hasta dentro de tres meses. También hay
algo de dinero. Ahora márchate, que tenemos cosas que hacer.
El entrevistador no parecía muy seguro de lo que ella quería decir con eso. Pero obedeció, por supuesto que obedeció. Salió al pasillo, y tocó en la puerta del piso contiguo. Al rato, casi cinco minutos, un joven de 20 años abrió la puerta, solo vestido con unos pantalones cortos. Se quedó mirando con cara de extrañeza al anciano, preguntándose, como se preguntaría cualquier persona razonable, que hacía allí. Mantuvieron unas palabras, y finalmente el joven lo dejó pasar. Todo esto, la vampira lo estaba observando desde la puerta. Tal vez sin su ayuda, el joven nunca hubiera dejado entrar a un extraño en su domicilio.
La vampira entro nuevamente en el apartamento. Ahora tendría que esperar, ojalá no viniesen esa noche, ojalá que no. Pero si venían le quedaba poco tiempo, muy poco.