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    Pequeños Consejos

    Pequeños Consejos

    Autor: Diego A. Ortega.

    Recuerdo bien todo aquello que paso aquel día. ¿Como no recordarlo? Si aquel día yo casi cometo la estupidez mas grande de mi vida, fue en un día sábado, no había dormido nada en toda la noche, eran aun las 3 de la madrugada cuando me levante de mi cama, me vestí con mis ropas de siempre y una vez listo me dirigí al cuarto de Elizabeth, mi hija, ella aun dormía, tenia tan solo 6 años, era bellísima, tanto como lo fue su madre, no quise despertarla apenas si me limite a dejar una carta que le había escrito al lado de su almohada, luego de despedí de ella con un beso en la frente.

    Apenas salí de mi casa mi cuerpo dio cuenta de que hacia mucho frío, tenia tan solo puesto una remera y unos jeans viejos, no me moleste en llevarme una campera ni nada, simplemente empecé a caminar bajo la luz de la luna que por suerte iluminaba mi camino hacia el monte. Por cierto yo vivía en un lugar un tanto alejado de lo que se puede decir civilización, vivía en las proximidades de las montañas, bastaba caminar un poco para adentrarse a los espesos montes.

    Seguí por un sendero durante un largo tiempo, luego me separe de el, para adentrarme aun mas hacia la oscuridad que me ofrecían todos aquellos árboles y la maleza, con un brazo intentaba hacer a un lado toda la maleza y con el otro sostenía una pequeña caja de madera, en mi difícil caminar me limitaba a rezar plegarias, hablar solo, y llorar, no podía hacer otra cosa.

    Recuerdo que me detuve frente a un gran árbol, me llamo mucho la atención porque aquella era una parte muy iluminada por la luna, aun sus rayos jugaban por entre las hojas del árbol para llegar hasta el suelo eh iluminar perfectamente aquel lugar, así que me dirigí hasta allí , sentí que mi corazón se me quería salir, estaba asustado, un sudor frío corría por todo mi cuerpo, mi cara se encontraba llena de espinas, mis ojos hundidos en un mar de lagrimas, yo sabia lo que tenia que hacer en ese momento.

    Me senté bajo aquel árbol en el suelo, limpie un poco mi rostro con mi remera, no fue de mucha ayuda pero me permitió continuar con lo mío. Abrí mi pequeña caja de madera, mire lo que había en ella, cerré mi ojos, emití un largo suspiro y saque mi revolver, la luz de la luna me permitió contemplarlo por un momento y luego me dispuse a recargar el mismo con las balas que se encontraban en la caja.

    Una vez echo todo no quedaba mas por hacer sino hacer uso de mi revolver, me puse de pie y acerque el revolver hasta mi rostro para mirarlo por ultima vez, nadie escucharía el disparo, eso fue lo que pensé, estaba muy alejado de todo y de todos; recuerdo todo aquello; y recuerdo lo que me paso justo en el momento en el que había puesto el cañón en mi cabeza y me disponía a gatillar, recuerdo que escuche una pisada, que escuche como una ramita se rompía; y rompía con todo aquel silencio que habitaba el lugar, y como al girar mi cabeza para ver lo que lo había ocasionado me encontraba frente a aquello.

    Era un pequeño hombrecito, no podía verlo bien, la luna ya se estaba ocultando, ya estaba amaneciendo.

    Aquel hombrecito se quedo un rato quieto frente a mi, yo estaba lleno de espanto estaba inmóvil, eso fue durante un largo tiempo, parecía un concurso de estatuas (mal chiste), yo no sabia que hacer en ese momento mi cabeza estaba en blanco, todo mi cuerpo temblaba, aun tenia el revolver apuntando a mi cabeza, la luna se había ocultado del todo ya; durante un momento reino la total oscuridad. Y de repente el hombrecito hablo:
    -Disculpe no fue mi intención asustarlo puede seguir con lo que estaba por hacer.- me dijo con una voz muy gruesa y chillona, yo baje mi revolver, no dije nada y luego después de que pasara un largo rato volvió a hablarme:
    -¿Todavía lo va a hacer no es cierto?
    -¿Que cosa?- respondí, admito que me encontraba a punto de desmayarme pero me contuve de aquello y me limite a respirar profundamente varias veces.
    -Matarse por supuesto, eso era lo que iba a hacer hasta que yo lo interrumpí sin querer- me contesto.
    -¿Cómo lo sabes? pregunte con voz temblorosa, me puse a pensar por un momento, pensé que tal vez me habría visto llegar y esperaba matarme para quedarse con mis pertenencias o que tal vez me había estado siguiendo desde siempre por que se encontraba perdido; pensé, pensé en muchas cosas.
    -¿Eso es lo que iba a hacer no cierto?… durante un instante su voz vacilo y con tono de preocupación me pregunto Disculpe que lo moleste de nuevo pero… ¿Por qué lo va a hacer?

    Mire hacia esa parte oscura de donde provenía aquella voz, yo sabia la respuesta a aquella pregunta pero no me sentía en confianza de responder y menos a aquel ser, pero aun así le respondí:
    Porque… mi esposa murió Le dije con voz temblorosa.

    -Ah… me respondió aquel ser.
    -¿Acaso le parece poco? le dije.
    -Bueno los muertos, muertos son, por que querer ser uno cuando se puede vivir todavía- me contesto, poco entendí de aquella frase que me pareció en ese momento ridícula.
    -¿Sabe? Aquí vienen todos los animales a morir cuando están muy enfermos o ya muy viejos- me dijo el hombrecito.
    -¿Qué eres?- pregunte, con voz gruesa haciendo un esfuerzo. Espere pero no hubo respuesta por parte del hombrecito.
    -¿Cuál es tu nombre? le pregunte ahora con voz firme y segura.
    -¿Mi nombre?- me respondió; hubo un largo momento de silencio hasta que por fin hablo:
    -Bueno… a veces la gente me llama Diablo, Enano o Duende, si Duende creo que ese es un nombre. ¿No? me respondió por fin con una pequeña carcajada y me dijo:
    -Puede usted llamarme Duende.
    -Un duende- pensé en aquel momento, el ser con el que me encontraba frente a frente era un duende.
    Para ese entonces me di cuenta de que estaba empezando a aclarar, el sol ya estaba saliendo y muy pronto podría ver a Duende bien.

    Otra vez ambos nos sumergimos en el profundo silencio, ninguno de los dos hablo, yo sabia que tenia que hacer, yo sabia a que había venido a aquel lugar, a matarme por supuesto, pero había algo que me impedía hacerlo, la presencia de ese ser, Duende, eso me impedía mi cometido.

    -¿Sabe? Aquí vienen todos los animales a morir cuando están muy enfermos o ya muy viejos- me dijo nuevamente el hombrecito, con el mismo tono de voz como me lo había dicho antes.
    -Usted es joven y fuerte y me dice que se quiere morir porque su esposa ya no esta, no lo entiendo.- me dijo Duende.
    -¿No entiendes lo que es estar sin tu ser mas amado, no entiendes que la única manera de ver a mi esposa de nuevo es a través de la muerte? le conteste conteniendo mis lagrimas.
    -Eres estúpido- me dijo con voz calma, yo lo mire durante un instante estaba sorprendido por aquella respuesta..
    -¿Acaso no tienes a nadie mas?- me pregunto Duende.

    Yo en ese momento me puse a pensar en Claudia mi esposa, pensé en como ella había caído en esa enfermedad que le había costado la vida y la alejo de mi y de mi hija, también pensé en mi hija en Elizabeth y lo que pensaría de su padre al saber que ya no lo vería nunca mas, recuerdo que en la carta que le había dejado yo no le mencionaba que me iba a pegar un tiro en medio del monte, sino que le decía que la quería mucho pero que ya no iba a poder cuidar de ella, todo aquello que pensé en ese momento y las cosas que me decía esa criatura, me hizo sentir un monstruo, un monstruo por dejar a una criatura de 6 años sola en el mundo.

    -Mi hija - le conteste. Con la cabeza gacha.
    -¿Tu hija?…. ¡Vaya que si eres estúpido! Ibas a dejar abandonada a tu hija para irte con tu esposa muerta!!! No solo eres estúpido sino también un egoísta JAJAJAJAJA!.

    Su risa lleno todo el monte despertando a cual pájaro o animal que se haya encontrado durmiendo a mi, su risa, no me causo otra cosa que ira, ira al pensar erróneamente que se reía de mi esposa de mi hija y de mi…

    -¡De que diablos te ríes maldito! le grite pero eso no logro hacer que callara. Sino que su risa aumentara y se vuelva mucho mas fuerte y horrible. Llegando a hartarme del todo, tome mi revolver y le dispare reiteradamente pero el muy maldito se esquivo todos mis tiros hasta que mi revolver se quedo completamente vació.

    Dándome cuenta de que mi revolver se había quedado vacío se lo arroje con fuerza a Duende quien lo atrapo en aire, y yo; yo no hice otra cosa que ponerme de rodillas mis piernas me temblaban , me dolía todo el cuerpo, las lagrimas recorrían mi cara manchada de sangre por las espinas, llore, llore como nunca lo había echo, pero… ni siquiera sabia por que lo hacia, ya en mi cabeza ya no habían deseos de matarme sino el de volver a mi casa con mi pequeña, a la que yo abandone, tal vez era porque ahora me había quedado a merced de Duende y que tal vez no volvería a ver Elizabeth por ello o el simple echo de que tenia vergüenza, vergüenza por haber intentado algo tan idiota como el suicidio y sentir mas vergüenza aun por aquel ser que se reía de mi.

    Aun de rodilla mi cabeza y mis puños tocaron el suelo reconozco que me encontraba muy débil, débil por todo aquello. Seguí llorando durante un largo tiempo, no me importo lo que estuviera haciendo Duende.

    -¿Y que vas a hacer ahora?- dijo Duende quien hacia rato había dejado de reír, su voz , recuerdo su horrible voz, que me ponía los pelos de punta.

    Yo en ese instante al levantar mi cabeza me di cuenta de que el sol ya había salido y de cómo aquella cosa que solo había sido una mera forma ahora tenia un rostro. Tuve aun mas miedo, al encontrarme con los ojos de Duende que me miraban con odio, o tal vez esa era su forma de mirar… no se. Mire a su alrededor al lado de sus pequeños pies se encontraba mi revolver totalmente destrozado. Lo mire un poco mas a el.

    Era un duende en efecto; tal como me lo habían descrito mis padres cuando niño. Su cuerpecito estaba cubierto de cueros de animal, estaba descalzo sus pies estaban negros por la tierra, sus bracitos que estaban descubiertos mostraban una gran musculatura para un ser lo que parecía mas bien un recién nacido por su tamaño, su cara, no puedo describir su cara sus ojos vigilantes me impedían llegar a ver su rostro completamente pero les puedo decir que era la de un niño simple y sencillo, solo que con unas largas orejas y un color rojizo que cubría todo su ser.

    Yo me levante con mucho esfuerzo siempre teniendo puesta la mirada en Duende. Una vez levantado del todo le respondí:
    -Quiero volver con mi hija- le respondí con voz baja, por una instante pensé que no me había escuchado y antes de que se lo volviera a repetir Duende me hablo:
    -Bien por ti y mal por mi- me respondió con tono irónico.
    -¿Por qué lo dices? Le dije antes de marcharme y les juro que hubiera deseado jamás preguntárselo.
    -Como te dije aquí vienen las criaturas a morir, así como tu has venido aquí a morir hoy, yo no podría matarte a ti ni a ningún ser vivo, así que espero a que mueran solos para después DEVORARLOS…

    Yo lo mire cuando dijo eso mire sus ojos y mire su boca que desprendía una gran sonrisa y mostraba una hilera de grandes y afilados dientes, el pánico me envolvió en ese momento, no hice otra cosa mas que correr, correr sin parar poco me importaron las espinas y la maleza, nada me importaba excepto alejarme de aquel lugar. Mientras me alejaba sentí su risa, la horrible risa de Duende que cubría a todo el valle, yo me apresure aun mas, no podía creer todo aquello quería que todo terminara en ese instante y como por arte de magia así fue. Me encontré que habiendo atravesado todo el monte pude encontrar el sendero del cual yo me había separado, y aunque la risa de Duende se había extinguido casi del todo yo seguí corriendo hasta llegar a mi hogar, en mi cabeza solo habitaba el temor de que mi hija hubiese leído la carta que le había dejado, al llegar entre rápidamente a su cuarto y note como ella aun dormía placidamente, me acerque a ella, tome el sobre y lo metí en mi bolsillo rápidamente, fue en ese instante que mi hija despertó.

    Despertó algo asustada al encontrarse conmigo, les recuerdo que yo no estaba nada presentable en ese momento, ella me miro y me pregunto que me había pasado, yo la mire y sin decir palabra alguna la abrace fuertemente y me puse a llorar.

    Ya han pasado casi 17 años desde mi encuentro cercano con la muerte y con Duende, con mi hija hemos pasado por un montón de situaciones de las cuales siempre hemos salido adelante, ahora vivimos en las cercanías de la ciudad, me va bien en mi trabajo, bueno me permite vivir a mi y a Elizabeth, ella va a terminar sus estudios muy pronto, estamos bien. Aun hoy tengo una duda con respecto a aquel fatídico día, es una duda muy estúpida que a veces ronda por mi cabeza, me pregunto si aquel día que me habría quitado la vida… ¿Aquel hombrecito… Duende… habría disfrutado el comerme…?

    FIN

    Publicación November 1, 2021
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