Ya lo decía mi abuelito
Quiero dejar paladina constancia de que soy triscaidecafóbico.
Tal vez, por ello, no consigo ser aceptado por los demás y he sido el objetivo de las burlas de todo el mundo.
Perdí a la autora de mis días a consecuencia del brote psicótico de un demente. Era mi progenitor, que la apuñaló en el 666 de la calle de Jesús; y, para más inri, iba disfrazado de Hitler. Luego le acometió el prurito de la enmienda y se lanzó de un cuarto piso, ingresando en el hospital, aún vivo, con traumatismo craneoencefálico con lesión axonal difusa y edema cerebral. Por fortuna, falleció a los pocos días; porque así pude trasladarme a vivir con mi abuelito.
Siempre me había llevado muy bien con mi abuelito, aunque ahora fuera atáxico y ya no pudiera coserme los botones de la camisa o remendarme los pantalones. Había sido un sastre de prestigio, y en sus tiempos mozos trabajó para prohombres como el General Franco… ahora, debido a su padecimiento, la apatía y la incuria se habían apoderado de él.
Siempre había estado muy orgulloso de su oficio, y mantenía firmemente que fue el primer oficio de la Historia, pues en el Génesis, capítulo 3, versículo 21, se dice: “Luego hizo Yahveh Dios al hombre y su mujer unas túnicas de piel y les vistió”
Pero lo más importante es que mi abuelito siempre se había mostrado permeable con mis problemas, era el único que me comprendía. Toda mi vida he sido rechazado por los demás, me han tratado como a un monstruo. Mi abuelo se dio cuenta de ello cuando yo tenía trece años, porque el rechazo siempre provoca profundos reajustes en el alma que no se pueden evitar exponer, como el rastro de indicios que deja la vesicante ortiga cuando es tentada. Pero, a diferencia de mis progenitores, él nunca me dijo que debía cambiar, sino que huyera del gregarismo patente en demasiadas personas. Y lo he conseguido, me he mantenido firme, y seguiré siendo fiel a mí mismo gracias al ferreo estay de mi entereza; no es el estay que sujeta firme un mástil, sino aquél de material más sutil, espiritual, que he labrado en mi personalidad gracias a mi abuelito.
Continué durante muchos años tratando de caer en gracia a alguien, más en el fondo sabía que eso nunca ocurriría. Pero jamás me rendí, supongo que también me complacía estar en contacto con las cosas que me repugnan: las personas. Ya lo decía mi abuelito, Dios me había abandonado.
Por eso ahora me alegro de estar junto a él, de tener a alguien que me aprecia tal como soy. Él ha sido mi mentor, mi norte. En las noches de invierno, se acostaba en mi cama y me susurraba, aterido por el frío, que yo era necesario en este mundo. Porque el dolor, la maldad y la enfermedad son inherentes a todo, porque en todo mal hay una virtud encubierta. Sin el dolor, la maldad o la enfermedad no existía nada. Y me planteaba un paradigma que siempre me he repetido mentalmente: la acetilcolina, un compuesto que existía en el veneno de la abeja.
Ese veneno era dolor, maldad y enfermedad, pero el compuesto que albergaba en su interior resultaba indispensable para nosotros, ya que actúa como neurotransmisor, regulador del ritmo cardíaco y del flujo sanguineo. Yo soy necesario, ya lo decía mi abuelito.
Ahora me siento más seguro de mí mismo.
Apreté más fuerte el mango del hacha y la alzé morosamente. Ya lo decía mi abuelito, no hay forma de mutilación más horrible que la escisión genital; y lo iba a comprobar. Abrí las piernas, para mantener un mayor equlibrio. Me ungí los labios con la lengua y… la mellada hoja bajó silbando. La sangre de mi abuelito salpicó por doquier, manchando las pulcras sábanas de la cama. Se convulsionó dando alaridos, retornando bruscamente de los dominios de Morfeo. Rozó mi brazo con su mano áspera, padecía un precioso exantema. Sus ojos se volvieron acuosos y su voz acezante; sé que me quería decir algo, pero no era capaz de articular palabra. Pensé que estaba tan emocionado como yo, al comprobar que sus suposiciones eran ciertas.
Me fui a ver la televisión, mientras un intenso aroma asaltaba mis fosas nasales; mi abuelito nunca había conseguido un control absoluto del esfinter anal. Ahora recordaba que debía ultimar mi faena,sedándole con una unidad de Pavulón, tres de Versed y 100 de succinilcholina. Pero el dolor era necesario en el mundo.
Ya lo decía mi abuelito, y lo estaba voceando ahora entre los estertores de la muerte: era un hijo de Satanás… y que razón tenía el cabronazo, je, je. Porque Dios me había abandonado.