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    El Diario

    Silencio. Sólo necesito eso. Silencio. A solas con mis pensamientos, me relajo y disfruto preparando el día siguiente. Sin embargo, hay días en los que parece que las cosas se ponen en contra y no hay manera de que nada salga bien.

    Aún recuerdo cómo hablando con el casero del inmueble, me aseguró una y otra vez que la zona era un remanso de tranquilidad. Yo insistí en la importancia que tenía para mí esta circunstancia debido a mi trabajo como escritor, y él se comprometió personalmente a encargarse de cualquier problema que hubiera en ese aspecto en el menor tiempo posible, fuera la hora que fuera.

    Debí comprender entonces que no hablaba sinceramente. Lo único que le interesaba era alquilarme el apartamento, ya que decidí pagar mi exigencia con un alto porcentaje de más en el precio habitual. Esto hizo que el casero prometiera todo lo que yo le pidiera sin pararse a pensar si de verdad podría cumplirlo.

    Las cosas fueron mal desde la primera vez que le llamé. Mi vecina de arriba, una señora mayor de pelo blanco, no hacía más que usar su maldita batidora a todas horas, preparando todo tipo de purés, zumos y no sé qué más extrañas elaboraciones. Cuando no estaba con sus brebajes, se dedicaba a pasar la aspiradora por toda la casa como si la vida le fuera en ello. El ruido era insoportable, y no podía hacer otra cosa en todo el día más que imaginar a mi vecina en su casa de un lado para otro sin parar ni un solo instante.

    Llamé al casero en varias ocasiones, y éste estuvo hablando con ella sin obtener resultados. Yo sabía que no podría aguantar mucho tiempo allí y así se lo hice saber. Preocupado ante la pérdida económica que le provocaba mi marcha, se decidió a bajar con la señora a mi casa para tratar de arreglar las cosas como buenos vecinos.

    Loco. Maldito loco idiota. Yo sólo quería paz y tranquilidad y él vino a molestarme en mi propia casa. Cuando llamaron y vi que eran ellos, les invité a que se fueran sin ni siquiera abrir la puerta.

    Insistieron. La señora empezó a gritarme y a increparme para que saliera. No, no, no… eso es lo peor que podían hacer.

    Me empecé a poner nervioso. No sabía que decidir. Podía oír cómo el casero insistía una y otra vez en que sólo querían arreglar las cosas, mientras la señora se quejaba de mi educación. De pronto, empecé a notar un sudor frío y unas palpitaciones. Ese sudor frío y esas palpitaciones que tantas otras veces había sentido y que tan funestas consecuencias habían tenido.

    Me refugié en mi habitación lo más alejado posible de la puerta, y me encadené a la pared como tantas otras veces había hecho. Oí ruido de llaves en la entrada y comprendí que ante mi silencio habían decidido entrar.

    No me dio tiempo a nada más. Podía oír al casero llamarme a gritos desde el pasillo, mientras las venas de mi cuello se ensanchaban y mis mandíbulas se deformaban por el rápido crecimiento de unos enormes y afilados colmillos. Mis manos, pobladas de oscuro pelo, se transformaron en cuchillos capaces de destrozar cualquier cosa que se pusiera por delante de un solo zarpazo. Mi mente, aturdida, me ordenaba librarme de la única cadena que me dio tiempo a enrollar en mi pie derecho, obligándome a dar fuertes tirones y golpes, con el objetivo de partirla.

    El ruido atrajo a los dos intrusos hacia mi habitación justo en el momento en el que la metamorfosis había concluido. Mi cuerpo, ahora pletórico de fuerzas, se abalanzó de un gran salto hacia lo sorprendidos visitantes y de un certero zarpazo destrozó la cara del casero con cuatro profundos cortes. El golpe, derribó a éste y a la aturdida vecina, que quedo postrada en el suelo ante mí, apenas a medio metro de distancia.

    Retrocedí unos pasos y salté de nuevo, ésta vez hacia la vecina, que vio cómo arremetía contra ella, y cómo me quedaba prácticamente colgado de mi pie sin poder alcanzarla, debido a la cadena que me aprisionaba. Intenté apresar parte de su vestido sin éxito. Ella, como pudo, se arrastró hacia la puerta dando gritos de terror.

    En ese instante, vi cómo el casero intentaba moverse y se llevaba las manos a la cara desgarrada, emitiendo balbuceantes sonidos de sufrimiento. Me giré hacia él y cogí su pierna derecha. Sonó como una rama al romperse cuando la giré con fuerza, provocando un nuevo alarido de dolor. Sin prestar mucha atención, hundí mis largas uñas a la altura de la rodilla y arranqué la pierna de un tirón seco, llevándome en el empeño parte del pantalón.

    Dirigí la carne a mi boca y comencé a saciar mi sed estrujando la pierna desde el tobillo hasta los despedazados gemelos. Una gran cantidad sangre se vació en mi boca tranquilizando mis instintos animales. Terminé de devorar la maltrecha extremidad y empecé a relajarme poco a poco.

    Recobré la consciencia tumbado sobre un gran charco de sangre. Tenía un extraño sabor de boca y mis ropas estaban destrozadas. Vi al casero tirado a mi lado con una intensa hemorragia en su pierna derecha.

    Todavía respiraba. Arranqué unas tiras de mi camisa y le hice un torniquete a la altura del muslo. Inspeccioné su cara. Unos profundos cortes en diagonal le habían abierto unos enormes ojales en las mejillas. Afortunadamente para él, los ojos parecían no haber sufrido daño, aunque los mantenía cerrados y bañados en sangre.

    De repente, me acordé de la vecina. Si había conseguido escapar, no tardaría mucho tiempo en llamar a la policía. Busqué en los cajones de la cómoda, y cogí la llave para desembarazarme de la gruesa cadena.

    Salí corriendo de la habitación y subí a casa de la señora lo más rápidamente que pude. La encontré desvanecida en el suelo de la cocina. La impresión había sido muy fuerte para ella e hizo que se desmayara.

    Pensé que era posible que le hubiera dado tiempo a llamar a alguien, por lo que decidí irme lo antes posible. Baje a mi apartamento y cogí mi documentación y algo de ropa. Lo metí todo el maletín en el que guardo mi diario y salí a la calle.

    Tendría que buscar una nueva casa en la que vivir. Debe ser una zona tranquila, porque a mí los ruidos me ponen muy nervioso y no me dejan dormir bien… tengo pesadillas. Pesadillas en las que pesados vecinos no paran de hacer ruido y de pedirte ajos o sal.

    Creo que iré a ver a mi editor. Él siempre dice que vive en una casa muy tranquila en la que puedo pasar alguna temporada siempre que siga escribiendo mis historias de terror. Le hace mucha gracia que lo llame ‘mi diario’. También le gusta el estilo con el que está escrito, como si fueran parte de la vida de una persona.

    Si, creo que le haré una visita, a ver si por fin encuentro paz y tranquilidad…

    Historias de Al-azraz

    Publicación April 18, 2022
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